Título original:
P'tit Quinquin
Año:
2014
Fecha de estreno:
12 de junio de 2015
Duración:
200 min
País:
Francia
Director:
Bruno Dumont
Reparto:
Alane Delhaye, Lucy Caron, Bernard Pruvost, Philippe Jore, Corentin Carpentier,Julien Bodard, Baptiste anquez, Lisa Hartman, Frédéric Castagno, Stéphane Boutillier
Distribuidora:
Good Films
No soy un conocedor en profundidad del cine de Bruno Dumont, pero existe cierta unanimidad en la sensación de sorpresa que los espectadores han experimentado al enfrentar "El Pequeño Quinquin" y encontrarse con una obra donde la comicidad está en primer plano. Tal parece que el director de Hors Satan no se caracteriza por tener una visión del mundo demasiado feliz y su filmografía destaca más por su aspereza que por su alegría. Sin embargo sería un error considerar que por el hecho de que su último trabajo es una comedia (que por momentos roza lo absurdo), es por ello una obra alegre. Dumont no se traiciona ni abandona sus obsesiones, sino que sólo ha encontrado un nuevo empaque, una nueva forma de conducirnos hacia su gris mundo, en una reflexión dura y deprimente sobre el mal en formato de miniserie.
Lo primero que vemos en la cinta es al personaje de Quinquin, un clásico niño problema que encuentra cierto placer en poner todo patas para arriba y desafiar la autoridad. Un auténtico rebelde sin causa con todo y motocicleta (Hay una excelente secuencia en la introducción donde Dumont filma el descenso de la bicileta colina abajo de tal manera que genera la sensación de que el vehículo de Quinquin es una motocicleta) que sólo encuentra quietud en su tierna relación con Eve, su noviecita que actúa también como un freno a sus frustraciones y como voz de la conciencia. El crío posee el liderazgo de una pequeña banda de amigos con los cuales se dedica a hacer tonterías y molestar; los vemos marcando el territorio a otros niños y creyéndose los dueños del lugar. Así dibuja en breves trazos, el autor, un mundo infantil incomunicado del mundo de los adultos y funcionando con su propio código de conducta, un inocente código que sin embargo llega a tener ciertas oscuridades.
El accionar de los niños se percibe en el mundo adulto como un mal, como una falta de madurez que es imperante reprimir y corregir. Este mal inocente será el primero de varios que azotarán con furia al pueblo costero, pero no el más grave. Muy pronto la rutina del pueblo se verá sacudida por una serie de brutales e improbables asesinatos a los que se les agrega como aliciente cierto dejo de sobrenaturalidad. Este mal que pasa como una sombra, sigiloso y oculto a la vista, se concibe en la obra como un mal puro, casi metafísico, y aunque se dejan pistas que permiten intuir una solución más natural, la opción sobrenatural nunca se descarta e incluso se prefiere. El correlato moral que tiñen los crímenes recuerda bastante al planteo de películas como La Cinta Blanca, aunque Dumont sigue un camino diferente, pues poco le importa ni la causa ni el responsable de ellos. La presencia de ese Mal vengador, de ese exterminador de los pecadores le sirve al director para correr el velo sobre un mal más interesante y más palpable: el pecado del mundo adulto.
La fotografía, que aprovecha al máximo los paisajes rurales, y el seguimiento casi costumbrista de los ritos pueblerinos, le permite a Dumont construir una tierna y aparentemente inmóvil fachada para ese pueblo, cuyo tejido social esconde una cara más macabra y desconocida. Los adultos guardan secretos inconfesables y tales secretos salen a la superficie con los asesinatos: infidelidades, racismo, egoísmo y avaricia, tiñen los corazones de un putrefacto mundo subterráneo que es el legado que Quinquin y sus amigos acabarán recibiendo. La confrontación de todos esos males es la jugada que Dumont prepara mostrarnos como el mundo de los adultos ha perdido la posibilidad de crear relaciones puras y verdaderas como la de Quinquin y Eve, la única luz de esperanza en toda esa oscuridad que el autor nos ofrece.
De esta forma nos encontramos ante una comedia atípica, una que nos invita a la risa como negación, una risa amarga que sirve para no llorar ante la inevitable depravación del mundo que nos rodea. ¡Y qué risas! Es posible que estemos ante una de las comedias físicas más hilarantes de los últimos años. Muchas veces Dumont asienta la cámara y deja que los personajes hagan sus numerosas gracias, desde la innumerable colección de tics del comandante de policía, pasando por la curiosa forma de conducir de su mano derecha, e incluso las piruetas de una cutre versión de Spiderman encarnada por uno de los niños. La comedia es absurda por donde se la mire y la inocencia de muchos de esos gags contrasta completamente con la seriedad del suceso que está moviendo la trama. En algunos momentos, la comedia roza el surrealismo, lo cual puede provocar una reacción dispar en el público pero que seguro no deja indiferente.
Es titánico el trabajo de dirección de actores. Debe saber que ninguno de los personajes que aparecen en la miniserie son actores profesionales, por lo que resulta en un doble mérito lo logrado, puesto que no sólo están impecables sino que no se nota para nada que sean actores improvisados. Incluso puede que Dumont haya encontrado en algunos, particularmente en la pareja de niños, un talento oculto. Pero quien te roba el corazón por ese carisma especial que tiene, por esa torpeza increíble, por ese sentido de la justicia que sobresale contra viento y marea, por esos movimientos de improvisado héroe de acción; es sin dudas el Comandante Van der Wayden, interpretado por Bernard Pruvost, el corazón de la cinta, junto con Quintín, y el amo absoluto de la comedia.
Es titánico el trabajo de dirección de actores. Debe saber que ninguno de los personajes que aparecen en la miniserie son actores profesionales, por lo que resulta en un doble mérito lo logrado, puesto que no sólo están impecables sino que no se nota para nada que sean actores improvisados. Incluso puede que Dumont haya encontrado en algunos, particularmente en la pareja de niños, un talento oculto. Pero quien te roba el corazón por ese carisma especial que tiene, por esa torpeza increíble, por ese sentido de la justicia que sobresale contra viento y marea, por esos movimientos de improvisado héroe de acción; es sin dudas el Comandante Van der Wayden, interpretado por Bernard Pruvost, el corazón de la cinta, junto con Quintín, y el amo absoluto de la comedia.
La versión que llega a los cines españoles es quiza una fusión algo torpe de todos los capítulos de la miniserie. Si bien no se ha cambiado nada sino que, literalmente, se han pegado uno al lado de otro; algo se ha perdido en el medio. El formato episódico, además de contar con el título de cada uno de los capítulos (un detalle que no es menor aunque lo aprezca), permite masticar con más tranquilidad y pausa los múltiples detalles que Dumont siembra al paso. Por lo tanto, no creo que los 200 minutos pegados dejen la misma sensación que puede dejar la versión original. De todas maneras, la cita a los cines es imperdible, aunque sea para admirar la bellísima fotografía o contar en pantalla grande cuantos tics por minuto ofrece el Comandante Van der Wayden.
7/10
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