Título original:
Dos disparos
Año:
2014
Atlántida Film Fest:
Sección oficial
Duración:
105 min
País:
Argentina
Director:
Martín Rejtman
Reparto:
Susana Pampín, Rafael Federman, Benjamín Coelho, Manuela Martelli, Walter Jakob, Camila Fabbri, María Inés Sancerni
A mí el nombre de Martín Rejtman me
suena a político alemán, pero solo será a mí, pues cada rincón de la red en el
que he clicado alaba sus dotes creativas como si del salvador del cine
argentino se tratara. Y tal vez lo sea, y no seré yo quien le reste un ápice de
mérito. Pero con Dos disparos no, y más si es su vuelta a las cámaras tras once
años de ausencia. Lo que ya se han atrevido a calificar en la prensa autóctona
como culmen del rejtmanismo, a mí me
deja frío como un témpano de hielo.
Martín nos presenta la historia de
Mariano (Rafael Federman), un joven que se pega dos tiros. Sobrevive, y es la
suerte del suicida la piedra angular sobre la que Rejtman basa su Iglesia. Un
movimiento el rejtmaniano que no
tarda en diluirse. A Mariano le vemos nadar y le vemos hacer nada. De hecho, le
vemos dispararse, pero no sabemos por qué.
El personaje de Mariano es soso hasta
el punto de tocar la flauta dulce, lo que se ve afectado por la bala que aún
tiene en el interior de su cuerpo, que aunque no aparece en radiografías, le
hace sonar doble. Y pitar en los detectores de metales. Mariano tampoco piensa
tomar su medicación (ansiolíticos y antidepresivos), asegurando que no está “ni ansioso ni deprimido”. Como si
hubiese algo más deprimente que tocar la flauta dulce.
El protagonismo, sin embargo, lo cede
rápidamente a su círculo más cercano, entre los que destacan su madre Susana (Susana
Pampin) y su hermano Ezequiel (Benjamín Coehlo). La primera, por ejemplo,
parece totalmente ajena a lo ocurrido, pero no duda en enterrar tijeras y
cuchillos, por si Mariano vuelve a intentarlo. Ezequiel copa las cámaras en
cierto punto también, en un intento por conseguir el amor de una chica, Ana (Camila
Fabri).
El filme aparta por completo a
Mariano, que casi desaparece, y se convierte entonces en una sucesión de
personajes sin fondo ni forma, caras inexpresivas (al parecer, santo y seña del
director) y un sinfín de tramas enlazadas. Más que la historia de Mariano, la
película versa sobre el cambio que su tentativa absurda y sin motivo aparente
provoca en la vida de su entorno. O tal vez no, quién sabe.
En un fugaz cambio de protagonistas
con algo entre sí y nada en común (salvo cierta desgana), Dos disparos se mueve
entre el toque teatral de las cámaras fijas y el aburrimiento más apabullante de
los documentales de La 2. Casi dos horas en espiral entre Mariano, su hermano,
las vacaciones de la madre y una vuelta a la piscina que hace intuir lo peor.
En definitiva, una oda rejtmaniana que releva el drama a lo
cotidiano. Como si el guion lo hubiesen hecho dos personas distintas que se eran totalmente desconocidas. Historias vacías, personajes planos. Y flautas dulces. Dos disparos
-de fogueo- no tan acertados. O tal vez sí, quién sabe.
4/10
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