Cuando hacíamos un
breve repaso de la Twin Peaks noventera allá por mayo, una de las interrogantes
que planteamos fue cuál sería la identidad que tendría la tercera temporada,
dado que estábamos en un momento diametralmente diferente a los 90: diferentes
libertades creativas, diferente momento histórico de la televisión y un
diferente Lynch, tanto en lo artístico como en su relación con el medio. No era
difícil predecir que el resultado escaparía de lo normativo y que su relación
con el renovado espectador televisivo sería particular, sin embargo nunca pudimos
imaginar hasta qué punto. Pasadas las primeras 9 horas de la última obra
maestra que dio la televisión norteamericana, vamos a centrar este primer
análisis en dos ejes temáticos que, creo, condensan bien lo que nos ha dejado
el revival de Twin Peaks en estos meses: hablaremos de todo lo que tiene que
ver con una amorfa y desordenada narrativa que funciona a la vez como remedo de
la narrativa de moda en la televisión, (una reedición al extremo del paródico enfoque
que ya tenía en los 90) pero que también encuentra su razón de ser como
refuerzo de la 'lógica' narrativa que la propia Twin Peaks fue poniendo
en juego a partir de Fire Walk With Me y que no ha hecho más que enrarecer el
cine lyncheano desde entonces. Un poco también diré sobre las nuevas formas de
apropiación del “nuevo público” de esta “era dorada de las series” para con un
producto tan particularísimo e inclasificable como el que nos ocupa. Todo lo
hablamos sin spoilers, suponiendo que esa palabra tiene algún sentido en este caso.
Sabíamos que un Lynch
post-Inland Empire no podría abordar la ficción en Twin Peaks con las mismas
formas narrativas que alguna vez la caracterizaron. Lo dijimos en su día: Lynch
abrió la veda a la televisión de autor pero todo el edificio que se construiría en base a ello, hoy representaba un límite para el autor. Mientras la
lógica industrialista de la televisión nos acostumbró a pensar que las series
debían tener una continuidad de una temporada a otra, Lynch no puede ignorar la
lógica interna de su propia evolución como artista a la hora de abordar una
obra 25 años después; no pudo hacerlo con Fire Walk With Me, habiendo
transcurrido sólo 2 años, y no iba a hacerlo ahora. La gran interrogante era
cómo se solucionaría un problema que padecía una terrible contradicción: ¿podía
Lynch conseguir volver a Twin Peaks sin traicionarse a sí mismo? Y ¿Era posible
que este Lynch pudiera volver al pueblo que tanto amamos sin traicionar a la
propia Twin Peaks? Las interrogantes responden, en realidad, a una falacia madre:
solemos creer que Lynch y su Twin Peaks son los padres de la televisión como la
conocemos y tendemos a olvidar que la campaña de marketing a su alrededor (que
desvió el foco de lo que interesaba a Lynch) y el fenómeno mediático, tienen
una participación fundamental a la hora de crear el mito de “la primera serie
de autor”. Si lo pensamos brevemente, entendemos que Twin Peaks sin la
publicidad y el peso de la productora por mantener el producto en los límites
de lo comercial, hubiese sido otra cosa tanto en cuanto a su ‘ser como obra’,
como en su impacto posterior. La televisión moderna no nace de Twin Peaks como
obra sino de Twin Peaks como fenómeno de marketing. Y es por eso que a este
revival lynchiano le pesa su pasado: porque mucho de ese pasado es una
construcción simbólica que alimenta el lado más industrioso de la televisión.
Para resucitar al “Twin Peaks-obra” es necesario derrumbar el “Twin
Peaks-fenómeno” y aceptar definitivamente que una verdadera serie de autor no
es nada si no se transforma junto con su autor (y más cuando hay más 25 años en
medio). En ese marco, la nueva temporada no puede traicionar lo que Lynch
entiende como Twin Peaks porque Twin Peaks es Lynch, sin embargo es evidente
que esta nueva tanda de episodios está destinado a quebrar muchos esquemas y dejar
en el camino a todos los que entienden Twin Peaks de una manera diferente; no
sorprende que aquellos que arrancaron esta temporada deseando saber qué pasó
con Audrey Horne, hayan ya abandonado o se hayan frustrado al no recibir
respuestas tras 9 horas de función (¿Alguna vez le importó a Lynch quién mató a
Laura Palmer? ¿Qué le iba a importar que fue de Audrey Horne?)
Ya que mencionamos al
público, hablemos del público. Para empezar, en Estados Unidos no parece que el
público esté demasiado interesado, sin embargo la serie ha sido furor a nivel
internacional. Usar las redes como termómetro social nunca es un experimento
del todo confiable, sin embargo es posible sacar algunas conclusiones con
respecto a la relación de esta temporada con el nuevo espectador. Hay que
destacar la ola de deserciones tras los primeros episodios, los cuales
expresaron su ira en redes luego de dos horas de desconcierto absoluto en que
acusaron a la obra de Lynch con el tópico de “tomadura de pelo”. Para muchos
seguidores de Lynch, sobre todo aquellos cinéfilos que no son muy afines a las
series, éste había sido el movimiento maestro del autor para sacarse de encima
a un público masivo que no le interesa retener (aquí está el embrión de un
profundo choque entre el público cinéfilo y el público seriéfilo que no
analizaremos aquí).
Desde lo personal
dudo que Lynch tenga esos pensamientos exclusivistas que demostraron tener sus
seguidores, pero si los tiene y en efecto la nueva temporada tenía como
objetivo alejar al nuevo público, el fracaso ha sido rotundo. ¿Alguna vez
esperabas que una obra de Lynch ameritara una explosión de merchandising friki
como los son, por ejemplo, los funko? Porque si hoy existe una forma de medir
cómo el nuevo público está encantado con la nueva temporada de Twin Peaks es,
sin dudas, la velocidad en que estos muñecos se agotan en las tiendas. La
peculiar iconografía del surrealismo y onirismo lyncheano tiene un contacto
profundo con el gusto visual de la nueva generación de televidentes (la misma
que adora series horribles como American Gods). Quizá a muchos de estos
espectadores no les interese el surrealismo como corriente cinematográfica,
pero sienten una sincera conexión con el arte de Lynch que los vuelve fanáticos
de una manera nueva y, quizá, inédita. Aunque podemos concluir que jamás habrá
aprecio masivo ni funkos sobre El Testamento de Orfeo y ese surrealismo “poco
vistoso” de Cocteau, no por ello debemos desprestigiar las nuevas formas de aproximación
a estas obras tan importantes, que los nuevos tiempos ofrecen a los
televidentes. Estas nuevas formas de apropiación enriquecen la obra como
producto cultural pues, al fin y al cabo,
las grandes películas de aventuras como Star Wars o Indiana Jones tienen también
esta dualidad en que confluye la alabanza del más refinado crítico y del más
consumista friki.
Pero hablemos de la
serie que es lo que nos interesa. La nueva Twin Peaks arranca con un nuevo
asesinato y un nuevo misterio, y no tardamos en ver a esos primeros viejos
protagonistas apareciendo tras los sucesos de la temporada 2. Todo parecía
indicar que, más allá de ciertas libertades en el ritmo narrativo y las excentricidades
esperables, Twin Peaks se iba a manejar en los límites de lo conocido. Pero lo
lindo de la serie de Lynch es que es una broma constante, una estafa maestra
que rompe todo el tiempo con las expectativas. El surrealismo se apodera
violentamente del relato en los mismísimos albores de la serie, a la vez que
aparecen otros crímenes, nuevos criminales y una abrumadora cantidad de
sub-tramas que aparecen de repente para desaparecer por mucho tiempo (algunas
todavía no sabemos si volverán a hacer acto de presencia). Incluso hasta el
noveno capítulo (último emitido hasta la fecha) siguen apareciendo personajes y
tramas y nos desesperamos ante la idea de que sólo quedan 9 horas de programa y
no da la sensación de que estas tramas estén llevando hacia alguna parte
realmente.
Para muchos, lo que
hace Lynch con este laberinto es romper la lógica narrativa natural que lleva
al espectador a querer controlar y significar todo lo que ve en pantalla. Es
probable que sea eso y hasta qué extremo puedan llevar este asunto es la gran
interrogante. De momento, tenemos claro un camino hacia “adelante” (entendiendo
este camino como las tramas más recurrentes y desarrolladas como lo son las de
Cooper, la policía de Twin Peaks y Cole) y todas esas sub-tramas encuentran sentido
si las entendemos como puertas de habitaciones abiertas que alcanzamos a ver
fugazmente mientras avanzamos (incluso parece existir cierta homologación con
viejos sucesos de la serie noventera). Sin embargo, esta ficción de control que
yo mismo me monté en algún momento es muy cuestionable, pues la misma idea de
un camino “hacia adelante” a la hora de entender la trama parece ser puesto en
cuestión por el montaje y la narración.
Ya que hablamos de
ruptura también cabe apreciar el uso del CGI que, por primera vez desde que
apareció como técnica destinada a dar verosimilitud a ciertas producciones que
otrora no podrían haber dejado de ser simple serie B, se utilizan aquí en el
sentido contrario, intentando quebrar la lógica del realismo y buscando adrede
la falsedad y fealdad. ¿Estaremos en Twin Peaks ante una ruptura absoluta con
todas las normatividades conocidas? Desde luego, esto no sería particularmente
nuevo para el cine, sin embargo lo sería para el medio y sobre todo para un
producto del cual se vende merchandising y se promociona en el medio más
industrial e impersonal del planeta. Un
fenómeno único que estamos viviendo y que podremos contar a nuestros sucesores.
Las nueve horas
restantes son fundamentales. Si el regreso de Twin Peaks está destinada a
convertirse en la nueva Inland Empire, quemando por siempre ese viejo edificio
que llamamos televisión, de la misma forma que aquella dinamitó las normativas
del cine, es muy probable que lo sepamos pronto. Y ahí sí que será divertido
sentarse a mirar las reacciones: yo mismo tendré que admitir las horas
desperdiciadas tratando de armar el puzzle imposible.
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