Birdman (or The Unexpected Virtue of the Ignorance)
Año:
2014
Fecha de estreno:
09 de Enero de 2015
Duración:
118 min
País:
Estados Unidos
Director:
Alejandro González Iñárritu
Reparto:
Michael Keaton, Edward Norton, Emma Stone, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Amy Ryan, Merritt Wever
Distribuidora:
Fox
Si
el 2014 les ha parecido un año bastante satisfactorio (como yo
también lo pienso) en cuanto a la calidad cinematográfica de
películas estrenadas en nuestras salas de la talla de Boyhood,
El gran hotel Budapest, El lobo de Wall Street,
Coherence, Her, Enemy, Guardianes de la
galaxia, Sueño de invierno o Camino de la cruz,
seguido de un largo etcétera, el 2015 abre sus puertas de forma muy
prometedora. Ya hablamos de la formidable Whiplash, que el 16
de enero verá la luz en nuestro país, pero es que una semana antes
nos llegará Birdman, una de esas obras que nos recuerdan, de
nuevo, el porqué amamos el séptimo arte los que lo amamos.
Normalmente
suelo destacar ese apartado o varios elementos donde la película
destaca por encima de la media, esos elementos que hacen de ella
merecedora de nuestra atención, pero con Birdman me encuentro
en la tesitura de que todo en ella me ha fascinado, la armonía con
que sus elementos funcionan como el mecanismo de un reloj suizo la
convierten en sí misma en ese elemento destacado, como si los planetas se hubiesen alineado durante la gestación de la película. Y conseguir que
veamos eso, sobre todo los que nos pasamos viendo varios estrenos a
la semana para analizarlos, es de una sensación equiparable a
encontrar el Santo Grial.
Pero
no estoy aquí para rellenar esta crítica con adulaciones gratuitas,
sino para intentar en la medida de lo posible de explicar el por qué
me ha parecido dicha genialidad, y voy a intentarlo.
Alejandro
González Iñarritu ha tenido un pretencioso pero maravilloso
proyecto en mente: representar la ambición, el ego, las obsesiones y
el talento del artista en su conjunción y en toda su realidad
posible. Ya desde el guión Iñárritu sabía que esto no sería una
película normal, pues para la intensidad que quería necesitaba de
una única toma de cámara que recogiera todo cuando sucede en la
película, pese a la evidente dificultad que ello conlleva. Hay que
matizar que este hecho aislado no es lo que convierte en genialidad a
Birdman y que evidentemente la película entera no es un único
plano secuencia, sino un conjunto de unos cuatro o cinco quizás,
trucados casi de manera imperceptible, como ya nos los presentase
Hitchcock en La soga. Pero ojo, esto que puede parecer un
capricho de cara a destacar su apartado visual únicamente no es tal,
sino que detrás de esta voluntad existe una finalidad artística que
otorga fuerza al mensaje y a la forma en que nos implicamos en él. El
director lo compara con el día a día de cada uno, donde desde que
te levantas hasta que te acuestas, tu vida no se detiene en fundidos
o cortes de cámara, sino que vives “una única toma”, sin tiempo
para pensar cómo actuar. Y esa sensación, en bruto, es la que desea
transmitir al espectador. La vida entre bastidores del teatro, los
nervios, las tensiones, las vidas personales que se intercalan con
los papeles que representas en las actuaciones. Las ambiciones
personales de fama y admiración que todo artista lleva dentro, pero
también el talento y las ganas de que este sea visto y reconocido.
Así,
pasamos de las historias cruzadas de Amores perros o Babel
a una de historias interconexas de forma natural dentro de las mismas
tomas. Observamos a Riggan Thompson (Michael Keaton), antaño actor reconocido por ser
el superhéroe taquillero Birdman y ahora desea, en las tablas de
Broadway, recuperar cierta gloria y destacar a otro nivel, más puro
a su parecer, aunque el espíritu de ese Birdman, esa voz de la
conciencia egocéntrica del actor le recuerde una y otra vez que el
éxito pasa por volver a encarnar al justiciero enmascarado, al dinero, a las portadas de las revistas. También
observamos a Mike (Edward Norton), uno de esos actores que venden entradas con su
sola presencia, pero que solo se sienten plenos y vivos encima de las
tablas. Fuera de ellas es, al contrario, cuando actúan, no cuando se
sienten vivos. Algo así como un Marlon Brando, esos actores de talento innato pero inestables y difíciles de tratar. Por su lado, Sam (Emma Stone), hija de Riggan, acaba de salir de
rehabilitación y siente cierto desapego por tanto por su trabajo como por su
vida. Es la encarnación de la juventud, la conexión con la familia
de Riggan (desatendida por su fama) y reflejo de las nuevas formas de
fama, los “me gusta” de Facebook, lo viral y demás medios sociales que
acercan el artista al espectador. La fama 2.0.
Estos tres podríamos decir que son los personajes eje de la trama, pero alrededor de ellos encontramos otros tantos igualmente interesantes como el productor de Riggan (Galifianakis), la actriz debutante en Broadway (Naomi Watts) su exmujer (Amy Ryan) o su novia actual (Riseborough), todos siempre con elementos que hacen en su conjunto un retrato sincero y universal que va más allá del mundo actoral.
Pero
toda esta historia, por muy bien que estuviera tratada, no sería lo
mismo sin la tridimensionalidad con que Iñárritu la ha conferido.
No me refiero a las gafitas 3D ni nada por el estilo, sino a algo más
palpable, ese toque de “metarealidad”, los paralelismos entre
personajes y actores que forman una nueva capa de lectura de la
película. Un Michael Keaton que debe gran parte de su fama al Batman
de Burton, al igual que Riggan a Birdman. Edward Norton como un actor
difícil de tratar, al igual que Mike, una visión irónica de las
superproducciones de superhéroes desde una película que lleva por
título el título de uno de ellos y demás detalles. Y es que las perlitas del guión
van para todos, para actores, espectadores, críticos de cine... El
bisturí raja a todos y de todos, con gran pulso y dando en los
puntos flacos de cada uno. Un ejercicio de autocrítica se abrirá
cuando termina la película para más de uno, seguramente.
Por
su particular estilo de rodaje de toma única, el reparto debía
prepararse a conciencia, no había lugar al equívoco o segundas
tomas. Esto hizo que el equipo estuviera compenetrado sobremanera y
el resultado es prueba de ello. Iñárritu les ilustraba su proyecto
con un cuadro de Philippe Petit, el famoso funanbulista. Les venia a
decir que su actuación era como caminar por la cuerda floja sin red
de seguridad bajo sus pies, por eso se requería de ellos lo mejor.
Como buenos actores, supieron canalizar esa presión (errar suponía
echar por tierra el trabajo de todos previamente) y ahora los elogios
van y vienen. Pero los problemas de rodar así no sólo implican a
los actores, sino también al equipo técnico. Y por ello, el
director sabía que necesitaba a alguien capaz de hacer realidad
magia con la cámara, y ese sólo podía ser Emmanuel Lubezki. Cuando
alguien trabaja bien, su trabajo habla por sí mismo, y en el caso de
Lubezki es así. El nuevo mundo, Hijos de los hombres,
El árbol de la vida, Gravity y ahora Birdman le
deben mucho a este señor. Un virtuosismo al servicio de la obra que
no está al alcance de cualquiera. Deseando estoy de ver de nuevo qué
puede ofrecernos en Knight of cups.
Y quizás piensen, “bueno,
al ser un único plano, al menos el montaje será fácil”, pero se
estarían equivocando. El trabajo que no se hace en postproducción
tienen que hacerlo antes del rodaje, calcular y sincronizar las cosas
desde el guión porque luego no hay vuelta atrás, metraje del que
tirar y similares. Hasta la música se fragua durante los ensayos,
esa batería de Antonio Sánchez que añade el ritmo vital a esta mordaz comedia negra,
siempre presente, siguiendo a nuestro protagonista como le persigue
Birdman en su cabeza.
Y
sí, toda esta crítica, todo este majestuoso proyecto, cocinado por el mordaz y, siempre lo diré, necesario humor para digerir como toca todo
el mensaje. Berlanga lo sabía, Wilder lo sabía y otros tantos
maestros se acabaron dando cuenta: los retratos sociales, las
miserias, los problemas existenciales, las penurias, los dilemas y
cualquier crítica o retrato que implique tragar saliva para
asimilarlo, debería ir acompañado del humor, para digerirlo mejor.
A veces la crudeza puede despertar tus sentidos, pero el humor te
llega sin quererlo y crea menos rechazos en el espectador, haciendo
que su mensaje cale cual esponja. Y acertadamente, Iñárritu se ha
dado cuenta y en Birdman el humor negro es una constante.
Y
podríamos añadir inclusive la capa de la reinterpretación de
Macbeth, con Riggan como este y Birdman como Lady Macbeth, o la
visión quijotesca del protagonista, pero es mejor que cada uno la
vea, la disfrute y saque sus propias conclusiones de todo. Porque
cuando una obra está tan viva como Birdman, la mente del espectador
cobra alas. Porque la verdadera magia del cine no empieza sino cuando
ya ha terminado la película.
10/10
Una gran crítica con una puntuación de obra maestra, no hay que perdérsela, yo al menos pienso ir a verla.
ResponderEliminarEspectacular descripción. Esta era una nuestras opciones más firmes para disfrutar esta noche en el cine... ahora ya está asegurado (como mínimo por mi parte).
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