sábado, 6 de diciembre de 2014

VII Festival de Cine Italiano. Voce Umana, Italy in a Day y Le meraviglie.

El pasado domingo tenía lugar la cuarta jornada del Festival de Cine Italiano de Madrid, que este año se ha desarrollado en los cines Renoir de Princesa. Sin duda era uno de los días potentes, sobre todo por el largometraje que cerraba el día, Le meraviglie, una de las grandes sorpresas del último Festival de Cannes, que todavía no se había dejado ver por la capital española. Precedían a la esperada cinta el cortometraje Voce Umana, protagonizado por Sophia Loren; y el documental Italy in a Day, que estuvo presente en el Festival de Venecia, fuera de la competición por el León de Oro.


El cortometraje, que rozaba la media hora, tenía una estética muy lograda y un planteamiento totalmente teatral. Su director, Edoardo Ponti, consigue adaptar la breve obra de teatro, escrita por Jean Cocteau en 1930, con solvencia. La piedra angular de esta producción es Sophia Loren, que logra reflejar la complicada personalidad de la protagonista, que pierde cualquier equilibrio interno durante una conversación con su último amante, el hombre al que ama, pero con el que sabe que no va a poder estar de nuevo. Este monólogo, como cualquier soliloquio, al contar prácticamente con una única protagonista, corre el peligro de acabar cargando al espectador al centrarse de manera exclusiva en un punto de vista. Pero a pesar de estar encerrados en una habitación napolitana durante veinticinco minutos, viendo como una mujer de avanzada edad pierde las esperanzas en uno de los motores de la felicidad humana, el amor, nuestra atención no se escapa por las ventanas del reducido espacio y aunque hay momentos en los que Loren no es suficiente como para sostener una historia que se torna demasiado intensa, en general Voce Umana es un buen ejercicio de introspección, al mostrar con dureza las consecuencias de un deseo desmesurado que acaba desembocando en un corazón roto por la inevitable realidad.


Hace cuatro años, el cineasta Kevin McDonald propuso algo que iba más allá de los límites del cine, pidió que la gente de todo el mundo capturara en vídeo algún momento de un día de su vida, ese día fue el 24 de julio de 2010. Después de recibir material procedente de 192 países diferentes estructuró un documental que mostraba la vida de diversas personas a lo largo de ese día, por lo tanto entre todos crearon una cápsula del tiempo de noventa minutos sobre la vida en un determinado día. Tres años después, Gabriel Salvatores recuperó la ingeniosa idea y redujo la amplitud de la demanda, en esta ocasión se mostraría la vida en Italia, así nació Italy in a Day. Tras recibir unos 44.000 vídeos que se extendían a lo largo de 2.200 horas de la vida cotidiana de los italianos que se sintieron inspirados por este experimento, Salvatores dio forma a este documental que comienza en la madrugada del 26 de octubre de 2013 y termina cuando esa especial fecha llega a su fin.

El hecho de que se centre en Italia no hace que pierda globalidad, ya que dejando de lado las características y las limitaciones que distinguen cada país del mundo, las fronteras no marcan las diferencias entre los seres humanos. Sucesos como una mujer que le dice a sus padres que van a ser abuelos, una boda, un hombre hablando con su madre que padece alzheimer y que no recuerda los nombres de sus hijos, un baile, un niño jugando con una espada de madera en el campo… son situaciones que un guionista puede vislumbrar pero que nunca podrá plasmar con tanta naturalidad, con unas reacciones y emociones tan puras y alejadas de la falsedad inherente al propio cine. Salvatores, que tiene una labor comparable a la de un juez español al recibir miles de páginas de información relacionadas con un caso de corrupción, consigue dar un orden transparente a la película, ya que actúa como mediador entre la buena intención de la gente que participó en el proyecto y el resultado final, mostrando un día de la vida de las personas en este antropocéntrico documental, que probablemente dulcifique la complicada situación económica y social por la que están pasando nuestros vecinos mediterráneos.


El plato fuerte de la jornada llegaba ya entrada la noche. Le meraviglie era la gran esperanza de un día que iba por el buen camino, pero que todavía no había dejado ninguna obra realmente diferente que fuera a perdurar en la memoria, y tras casi dos interminables horas, Le meraviglie no iba a ocupar ese puesto que finalmente quedó vacante. El año pasado el Festival de Cannes dejó una maravilla tras otra (La vida de Adèle, La gran belleza, A propósito de Llewyn Davis, Nebraska, De tal padre, tal hijo…), pero este año, al menos en mi opinión, el festival más prestigioso del mundo no está siendo un valor seguro. El nefasto experimento de Godard; una interesante pero demasiado suave propuesta de los Dardenne; y la irregular y llamativa Relatos salvajes, no han logrado que me quede pasmado en la sala de cine como sí que me ocurrió con las películas de la pasada edición. Afortunadamente en la recámara todavía están cargadas las balas de Xavier Dolan, Bennet Miller y Mike Leigh entre otros, pero la propuesta que se alzó con el Gran Premio del Jurado no ha logrado ni de lejos cumplir con las expectativas que cabe depositar en Cannes.

Le meraviglie es un intento de reflejar la desorientación de una niña que no ha vivido más vida que la que le ha tenido inmersa en el aislado ambiente rural y el negocio de apicultura de su familia. Cuando elementos de ruptura como un programa de televisión que se mofa de ese estilo de vida y un delincuente niño alemán, irrumpen en la vida de Gelsomina, ella comienza a sentir esa desubicación. La directora del film, Alice Rohrwacher, propone cosas interesantes como el circo mediático que crea ese programa de televisión, presentado por Monica Bellucci, y que en esencia muestra el desprecio actual por llevar una vida aparentemente más sencilla como es la rural y por las tradiciones que cada vez ocupan un espacio menor en la memoria colectiva. Pero el guión tiene tantos sucesos injustificados que por momentos no sabía si estaba viendo cine europeo de autor o Interstellar, la película acaba resultando insulsa por la falta de interés que genera la pasividad general de los personajes que no parecen tener verdaderas motivaciones, al menos motivaciones comprensibles. Por lo que acabas deseando que llegue Winnie the Pooh para robarles la miel y ocurra algo, ya que ese suceso iba a tener la misma justificación lógica que la compra de un camello en el centro de la península itálica.

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