El pasado domingo tenía lugar la cuarta jornada del Festival
de Cine Italiano de Madrid, que este año se ha desarrollado en los cines Renoir
de Princesa. Sin duda era uno de los días potentes, sobre todo por el
largometraje que cerraba el día, Le meraviglie, una de las grandes sorpresas
del último Festival de Cannes, que todavía no se había dejado ver por la
capital española. Precedían a la esperada cinta el cortometraje Voce Umana,
protagonizado por Sophia Loren; y el documental Italy in a Day, que estuvo
presente en el Festival de Venecia, fuera de la competición por el León de Oro.
El cortometraje, que rozaba la media hora, tenía una estética muy lograda y un planteamiento totalmente teatral. Su director, Edoardo Ponti, consigue adaptar la breve obra de teatro, escrita por Jean Cocteau en 1930, con solvencia. La piedra angular de esta producción es Sophia Loren, que logra reflejar la complicada personalidad de la protagonista, que pierde cualquier equilibrio interno durante una conversación con su último amante, el hombre al que ama, pero con el que sabe que no va a poder estar de nuevo. Este monólogo, como cualquier soliloquio, al contar prácticamente con una única protagonista, corre el peligro de acabar cargando al espectador al centrarse de manera exclusiva en un punto de vista. Pero a pesar de estar encerrados en una habitación napolitana durante veinticinco minutos, viendo como una mujer de avanzada edad pierde las esperanzas en uno de los motores de la felicidad humana, el amor, nuestra atención no se escapa por las ventanas del reducido espacio y aunque hay momentos en los que Loren no es suficiente como para sostener una historia que se torna demasiado intensa, en general Voce Umana es un buen ejercicio de introspección, al mostrar con dureza las consecuencias de un deseo desmesurado que acaba desembocando en un corazón roto por la inevitable realidad.
Hace cuatro años, el cineasta Kevin McDonald propuso algo
que iba más allá de los límites del cine, pidió que la gente de todo el mundo
capturara en vídeo algún momento de un día de su vida, ese día fue el 24 de
julio de 2010. Después de recibir material procedente de 192 países diferentes
estructuró un documental que mostraba la vida de diversas personas a lo largo
de ese día, por lo tanto entre todos crearon una cápsula del tiempo de noventa
minutos sobre la vida en un determinado día. Tres años después, Gabriel
Salvatores recuperó la ingeniosa idea y redujo la amplitud de la demanda, en
esta ocasión se mostraría la vida en Italia, así nació Italy in a Day. Tras recibir unos 44.000 vídeos que se extendían a
lo largo de 2.200 horas de la vida cotidiana de los italianos que se sintieron
inspirados por este experimento, Salvatores dio forma a este documental que
comienza en la madrugada del 26 de octubre de 2013 y termina cuando esa
especial fecha llega a su fin.
El hecho de que se centre en Italia no hace que pierda
globalidad, ya que dejando de lado las características y las limitaciones que
distinguen cada país del mundo, las fronteras no marcan las diferencias entre
los seres humanos. Sucesos como una mujer que le dice a sus padres que van a
ser abuelos, una boda, un hombre hablando con su madre que padece alzheimer y
que no recuerda los nombres de sus hijos, un baile, un niño jugando con una
espada de madera en el campo… son situaciones que un guionista puede vislumbrar
pero que nunca podrá plasmar con tanta naturalidad, con unas reacciones y
emociones tan puras y alejadas de la falsedad inherente al propio cine.
Salvatores, que tiene una labor comparable a la de un juez español al recibir
miles de páginas de información relacionadas con un caso de corrupción, consigue
dar un orden transparente a la película, ya que actúa como mediador entre la
buena intención de la gente que participó en el proyecto y el resultado final, mostrando un día de la vida de las personas en este antropocéntrico
documental, que probablemente dulcifique la complicada situación económica y social por la que están pasando nuestros vecinos mediterráneos.
El plato fuerte de la jornada llegaba ya entrada la noche. Le meraviglie era la gran esperanza de
un día que iba por el buen camino, pero que todavía no había dejado ninguna
obra realmente diferente que fuera a perdurar en la memoria, y tras casi dos
interminables horas, Le meraviglie no
iba a ocupar ese puesto que finalmente quedó vacante. El año pasado el Festival
de Cannes dejó una maravilla tras otra (La
vida de Adèle, La gran belleza, A propósito de Llewyn Davis, Nebraska, De tal padre, tal hijo…), pero este año, al menos en mi opinión, el
festival más prestigioso del mundo no está siendo un valor seguro. El nefasto
experimento de Godard; una interesante pero demasiado suave propuesta de los
Dardenne; y la irregular y llamativa Relatos salvajes, no han logrado que me quede pasmado en la sala de cine como sí
que me ocurrió con las películas de la pasada edición. Afortunadamente en la
recámara todavía están cargadas las balas de Xavier Dolan, Bennet Miller y Mike
Leigh entre otros, pero la propuesta que se alzó con el Gran Premio del Jurado
no ha logrado ni de lejos cumplir con las expectativas que cabe depositar en
Cannes.
Le meraviglie es
un intento de reflejar la desorientación de una niña que no ha vivido más vida
que la que le ha tenido inmersa en el aislado ambiente rural y el negocio de
apicultura de su familia. Cuando elementos de ruptura como un programa de
televisión que se mofa de ese estilo de vida y un delincuente niño alemán,
irrumpen en la vida de Gelsomina, ella comienza a sentir esa desubicación. La
directora del film, Alice Rohrwacher, propone cosas interesantes como el circo
mediático que crea ese programa de televisión, presentado por Monica Bellucci,
y que en esencia muestra el desprecio actual por llevar una vida aparentemente
más sencilla como es la rural y por las tradiciones que cada vez ocupan un
espacio menor en la memoria colectiva. Pero el guión tiene tantos sucesos
injustificados que por momentos no sabía si estaba viendo cine europeo de autor
o Interstellar, la película acaba
resultando insulsa por la falta de interés que genera la pasividad general de
los personajes que no parecen tener verdaderas motivaciones, al menos
motivaciones comprensibles. Por lo que acabas deseando que llegue Winnie the
Pooh para robarles la miel y ocurra algo, ya que ese suceso iba a tener la
misma justificación lógica que la compra de un camello en el centro de la península
itálica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario