A
finales de los 90, viví una segunda infancia en plena
pre-adolescencia. Es la consecuencia de tener una hermana varios años
más pequeña. Si yo me crié con películas como Big, Los
Goonies, E.T. o Solo
en casa, ella fue más de
Pequeños guerreros, Matilda, Jumanji o
Un padre en apuros. Y,
claro, yo también disfruté de ese cine familiar y entrañable de
los 90, repuesto hasta la saciedad en la pequeña pantalla. El año pasado, cuando se acercaban las fiestas navideñas, nuestra querida
televisión pública recuperó uno de esos títulos que, como suele
pasar cuando se siente la morriña de tiempos pasados, hizo que me
quedara enganchada toda la tarde. No era otra si no que Un padre en apuros
más conocida en mi casa como Turbo Man. De
hecho, ese fue el nombre que le pusimos en la carátula del VHS
cuando la grabamos y durante muchos años pensamos que, realmente, se
llamaba así.
¡Ay,
los 90! Esa época en la que el famoso cómico Arnold Schwarzenegger(¡Salud!), antaño héroe de acción, se reinventaba como actor de
películas familiares y trataba de hacernos reír con sus gestos
faciales, a cual más grotesco. En Un padre en apuros era
un hombre de negocios demasiado ocupado como para pasar tiempo con su
hijo. Para que el pequeño le perdone le promete que le regalará lo
que él más quiera. El enano le dice que quiere un muñeco de acción
Turbo Man (algo así
como un Power Ranger ,
serie mítica donde las haya, ¿eh?). Pero el padre no sabe que es el
juguete de moda entre los niños, el más vendido de la historia, y,
como se le olvidó comprarlo cuando su esposa le advirtió hace unos
meses, el mismo día de Nochebuena tendrá que recorrer toda la
ciudad, en una épica odisea por encontrar un puñetero muñeco. Para
más inri, hay otro padre en la misma situación a quien se tendrá
que enfrentar más de una vez. Todo sea por el amor de un hijo.
El
reparto, encabezado por el gran Arnold, parece no tomarse en serio el
guión. Están todos, sin excepción, sobreactuados, especialmente
nuestro ex-gobernator quien parece siempre creyó que hacer reír era
eso, exagerar; aunque nos engañara en la topérrima El
último gran héroe, parodia
bestial del cine de acción, género gracias al cual se hizo tan
popular. Algún día le dedicaremos un homenaje a la peli de
McTiernan en Críticas en 8mm, prometido. Por cierto, el niño
protagonista de Turbo
Man años más tarde
interpretaría también al repelente de Anakin Skywalker en La
amenaza fantasma. ¿Qué ha sido
de Jake Lloyd? ¿Alguien lo sabe?
No
le puedo negar a la película que, pese a lo previsible de su
argumento y lo ridículo de algunas situaciones, tiene su encanto.
Así que dejaos llevar por el espíritu navideño y vedla. Sí, ya
sé, la nostalgia ayuda a valorarla positivamente pero, de verdad, es
muy entretenida y perfecta para ver en familia con los más peques de
la casa. Tiene sus toques cómicos, sus partes ñoñas y su final
¿adrenalítico?. Sí es cierto que ha envejecido fatal en cuanto a
los efectos especiales. Llamarlos cutres es hacerle un favor. Me
remito a sus escenas finales y el rollo superhéroe.
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