miércoles, 24 de diciembre de 2014

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). La alineación de los planetas.

Título original:
Birdman (or The Unexpected Virtue of the Ignorance)
Año:
2014
Fecha de estreno:
09 de Enero de 2015
Duración:
118 min
País:
Estados Unidos
Director:
Alejandro González Iñárritu
Reparto:
Michael Keaton, Edward Norton, Emma Stone, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Amy Ryan, Merritt Wever
Distribuidora:
Fox


Si el 2014 les ha parecido un año bastante satisfactorio (como yo también lo pienso) en cuanto a la calidad cinematográfica de películas estrenadas en nuestras salas de la talla de Boyhood, El gran hotel Budapest, El lobo de Wall Street, Coherence, Her, Enemy, Guardianes de la galaxia, Sueño de invierno o Camino de la cruz, seguido de un largo etcétera, el 2015 abre sus puertas de forma muy prometedora. Ya hablamos de la formidable Whiplash, que el 16 de enero verá la luz en nuestro país, pero es que una semana antes nos llegará Birdman, una de esas obras que nos recuerdan, de nuevo, el porqué amamos el séptimo arte los que lo amamos.

Normalmente suelo destacar ese apartado o varios elementos donde la película destaca por encima de la media, esos elementos que hacen de ella merecedora de nuestra atención, pero con Birdman me encuentro en la tesitura de que todo en ella me ha fascinado, la armonía con que sus elementos funcionan como el mecanismo de un reloj suizo la convierten en sí misma en ese elemento destacado, como si los planetas se hubiesen alineado durante la gestación de la película. Y conseguir que veamos eso, sobre todo los que nos pasamos viendo varios estrenos a la semana para analizarlos, es de una sensación equiparable a encontrar el Santo Grial.
Pero no estoy aquí para rellenar esta crítica con adulaciones gratuitas, sino para intentar en la medida de lo posible de explicar el por qué me ha parecido dicha genialidad, y voy a intentarlo.


Alejandro González Iñarritu ha tenido un pretencioso pero maravilloso proyecto en mente: representar la ambición, el ego, las obsesiones y el talento del artista en su conjunción y en toda su realidad posible. Ya desde el guión Iñárritu sabía que esto no sería una película normal, pues para la intensidad que quería necesitaba de una única toma de cámara que recogiera todo cuando sucede en la película, pese a la evidente dificultad que ello conlleva. Hay que matizar que este hecho aislado no es lo que convierte en genialidad a Birdman y que evidentemente la película entera no es un único plano secuencia, sino un conjunto de unos cuatro o cinco quizás, trucados casi de manera imperceptible, como ya nos los presentase Hitchcock en La soga. Pero ojo, esto que puede parecer un capricho de cara a destacar su apartado visual únicamente no es tal, sino que detrás de esta voluntad existe una finalidad artística que otorga fuerza al mensaje y a la forma en que nos implicamos en él. El director lo compara con el día a día de cada uno, donde desde que te levantas hasta que te acuestas, tu vida no se detiene en fundidos o cortes de cámara, sino que vives “una única toma”, sin tiempo para pensar cómo actuar. Y esa sensación, en bruto, es la que desea transmitir al espectador. La vida entre bastidores del teatro, los nervios, las tensiones, las vidas personales que se intercalan con los papeles que representas en las actuaciones. Las ambiciones personales de fama y admiración que todo artista lleva dentro, pero también el talento y las ganas de que este sea visto y reconocido.

Así, pasamos de las historias cruzadas de Amores perros o Babel a una de historias interconexas de forma natural dentro de las mismas tomas. Observamos a Riggan Thompson (Michael Keaton), antaño actor reconocido por ser el superhéroe taquillero Birdman y ahora desea, en las tablas de Broadway, recuperar cierta gloria y destacar a otro nivel, más puro a su parecer, aunque el espíritu de ese Birdman, esa voz de la conciencia egocéntrica del actor le recuerde una y otra vez que el éxito pasa por volver a encarnar al justiciero enmascarado, al dinero, a las portadas de las revistas. También observamos a Mike (Edward Norton), uno de esos actores que venden entradas con su sola presencia, pero que solo se sienten plenos y vivos encima de las tablas. Fuera de ellas es, al contrario, cuando actúan, no cuando se sienten vivos. Algo así como un Marlon Brando, esos actores de talento innato pero inestables y difíciles de tratar. Por su lado, Sam (Emma Stone), hija de Riggan, acaba de salir de rehabilitación y siente cierto desapego por tanto por su trabajo como por su vida. Es la encarnación de la juventud, la conexión con la familia de Riggan (desatendida por su fama) y reflejo de las nuevas formas de fama, los “me gusta” de Facebook, lo viral y demás medios sociales que acercan el artista al espectador. La fama 2.0.


Estos tres podríamos decir que son los personajes eje de la trama, pero alrededor de ellos encontramos otros tantos igualmente interesantes como el productor de Riggan (Galifianakis), la actriz debutante en Broadway (Naomi Watts) su exmujer (Amy Ryan) o su novia actual (Riseborough), todos siempre con elementos que hacen en su conjunto un retrato sincero y universal que va más allá del mundo actoral.

Pero toda esta historia, por muy bien que estuviera tratada, no sería lo mismo sin la tridimensionalidad con que Iñárritu la ha conferido. No me refiero a las gafitas 3D ni nada por el estilo, sino a algo más palpable, ese toque de “metarealidad”, los paralelismos entre personajes y actores que forman una nueva capa de lectura de la película. Un Michael Keaton que debe gran parte de su fama al Batman de Burton, al igual que Riggan a Birdman. Edward Norton como un actor difícil de tratar, al igual que Mike, una visión irónica de las superproducciones de superhéroes desde una película que lleva por título el título de uno de ellos y demás detalles. Y es que las perlitas del guión van para todos, para actores, espectadores, críticos de cine... El bisturí raja a todos y de todos, con gran pulso y dando en los puntos flacos de cada uno. Un ejercicio de autocrítica se abrirá cuando termina la película para más de uno, seguramente.


Por su particular estilo de rodaje de toma única, el reparto debía prepararse a conciencia, no había lugar al equívoco o segundas tomas. Esto hizo que el equipo estuviera compenetrado sobremanera y el resultado es prueba de ello. Iñárritu les ilustraba su proyecto con un cuadro de Philippe Petit, el famoso funanbulista. Les venia a decir que su actuación era como caminar por la cuerda floja sin red de seguridad bajo sus pies, por eso se requería de ellos lo mejor. Como buenos actores, supieron canalizar esa presión (errar suponía echar por tierra el trabajo de todos previamente) y ahora los elogios van y vienen. Pero los problemas de rodar así no sólo implican a los actores, sino también al equipo técnico. Y por ello, el director sabía que necesitaba a alguien capaz de hacer realidad magia con la cámara, y ese sólo podía ser Emmanuel Lubezki. Cuando alguien trabaja bien, su trabajo habla por sí mismo, y en el caso de Lubezki es así. El nuevo mundo, Hijos de los hombres, El árbol de la vida, Gravity y ahora Birdman le deben mucho a este señor. Un virtuosismo al servicio de la obra que no está al alcance de cualquiera. Deseando estoy de ver de nuevo qué puede ofrecernos en Knight of cups.
Y quizás piensen, “bueno, al ser un único plano, al menos el montaje será fácil”, pero se estarían equivocando. El trabajo que no se hace en postproducción tienen que hacerlo antes del rodaje, calcular y sincronizar las cosas desde el guión porque luego no hay vuelta atrás, metraje del que tirar y similares. Hasta la música se fragua durante los ensayos, esa batería de Antonio Sánchez que añade el ritmo vital a esta mordaz comedia negra, siempre presente, siguiendo a nuestro protagonista como le persigue Birdman en su cabeza.


Y sí, toda esta crítica, todo este majestuoso proyecto, cocinado por el mordaz y, siempre lo diré, necesario humor para digerir como toca todo el mensaje. Berlanga lo sabía, Wilder lo sabía y otros tantos maestros se acabaron dando cuenta: los retratos sociales, las miserias, los problemas existenciales, las penurias, los dilemas y cualquier crítica o retrato que implique tragar saliva para asimilarlo, debería ir acompañado del humor, para digerirlo mejor. A veces la crudeza puede despertar tus sentidos, pero el humor te llega sin quererlo y crea menos rechazos en el espectador, haciendo que su mensaje cale cual esponja. Y acertadamente, Iñárritu se ha dado cuenta y en Birdman el humor negro es una constante.
Y podríamos añadir inclusive la capa de la reinterpretación de Macbeth, con Riggan como este y Birdman como Lady Macbeth, o la visión quijotesca del protagonista, pero es mejor que cada uno la vea, la disfrute y saque sus propias conclusiones de todo. Porque cuando una obra está tan viva como Birdman, la mente del espectador cobra alas. Porque la verdadera magia del cine no empieza sino cuando ya ha terminado la película.

10/10

2 comentarios:

  1. Una gran crítica con una puntuación de obra maestra, no hay que perdérsela, yo al menos pienso ir a verla.

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  2. Espectacular descripción. Esta era una nuestras opciones más firmes para disfrutar esta noche en el cine... ahora ya está asegurado (como mínimo por mi parte).

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