Por
enésima vez, como uno de los temas recurrentes en el cine que es, se
nos presentan los problemas típicos de la adolescencia en Las
mejores cosas del mundo
una producción brasileña que sólo tiene de exótico eso mismo, su
país de origen. En su tercer largometraje, Laís Bodanzky sigue fiel
a su estilo de transmitir valores tolerantes y, sobre todo, emociones
en sus películas. Si con su ópera prima, Bicho
de siete cabezas,
Bodanzky se centró más en un cine social crudo y sin
ambages, con el cual denunciaba los abusos de poder en las
instituciones mentales, en su último largo hasta la fecha, ha optado
por un tono menos triste y más familiar, centrado en el difícil
camino que hay entre la adolescencia y la madurez. Su intención es
simple: mostrar el día a día de un quinceañero cuando su vida se
ve trastrocada tras el divorcio de sus padres, su relación con su
hermano dos años mayor y con los compañeros de instituto. Todas
esas relaciones, con sus ventajas e inconvenientes, que construyen el
mundo de un joven.
Basada
en la serie de libros "Mano" de Gilberto Dimenstein y
Heloisa Prieto, Las mejores cosas del
mundo es
una película hecha para y por
adolescentes. Y explicamos esto último. Para la escritura del guión,
Luis Bolognesi – guionista habitual y marido de Bodanzky – acudió
a centros de secundaria brasileños y preguntó a los jóvenes sobre
sus problemas, sus gustos o sus vicios. De ahí que en la narración
final haya tantos y tantos personajes, relacionados directa o
indirectamente con Mano, el protagonista. Bolognesi optó por no ser
selectivo con las preocupaciones típicas de la adolescencia e
incluir todas: desestructuración familiar, enamoramientos, amor no
correspondido, profesorado guay, humillaciones escolares, pérdida de
la virginidad, drogas, depresiones, homosexualidad, “aborregamiento”
de las masas... Sí, todo esto – y más - tiene cabida en la
película. Por querer abarcar tanto, tenemos la sensación de haber
visto ya la misma película más de mil veces. Es como estar viendo
una serie de televisión de sobremesa a lo Al salir de
clase, pero sin tanto lío de
falda. Y no sólo eso, tantos frentes abiertos llevan a no concluir
algunos y el
espectador se queda con un poso de poca consistencia en general, más
acusada en su parte final donde, precisamente, el detonante principal
del divorcio de los padres de Mano queda desdibujado pues no se
resuelve como debería.
Si
bien es cierto que, a su favor, esta película brasileña cuenta con
la honestidad de su guión, con la cercanía para con sus personajes
y con la capacidad de empatizar con una trama harto cotidiana. El
éxito de sus bazas positivas radica en que su historia podría
ocurrir en cualquier lugar del mundo, en que cualquier adolescente se
verá reflejado en sus personajes, en esos chavales (y por qué no,
también los padres) de un instituto de clase media de Sao Paulo.
Además, para el casting se utilizó a actores profesionales junto a
otros debutantes para conseguir esa sensación de verosimilitud y
proximidad. Incluso, cuenta Bodanzky, a veces improvisaban ciertas
escenas para que las reacciones fueran lo más sinceras posibles.
Otro punto positivo a su banda sonora ya que con la excusa de que
Mano quiere aprender a tocar la guitarra, podemos escuchar numerosas
veces a lo largo de la cinta la melancólica Something
de Los
Beatles. Sin embargo, y como ya hemos apuntado, Las
mejores cosas del mundo es
una producción muy normalita, de bajas pretensiones y cuyo
predecible guión, la convierten en una película fácilmente
olvidable.
5/10
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