"De
los perversos creadores de Saw IV, V, VI y VII" reza la leyenda
promocional del cartel en español. Y se nota, vaya si se nota. The collection es un claro reflejo, casi calco, de la influencia de la saga Saw en
el género de terror. Vamos, casi podríamos decir que Marcus Dunstan no
ha sabido separarse de su magna obra y ha guionizado la octava parte de Saw. Sigue
muy anclado a la saga que le dio a conocer y parece más preocupado por
las trampas ingeniosas y la casquería barata que por ofrecer algo nuevo
al género. Si con The collector
logró llamar la atención con un interesante ejercicio de suspense con
cierto impacto, en su secuela se centra más en la bomba visual, en
buscar la arcada fácil del espectador.
The collection sigue
de nuevo los pasos del coleccionista de cuerpos enmascarado. En una
discoteca mata a todos los jóvenes brutalmente (con un
sofisticado artilugio digno del mismísimo Jigsaw) excepto a una chica quien
acabará encerrada en el baúl y será transportada a la guarida secreta
del asesino. El padre de la chica contratará a unos hombres para que la
encuentren y estos hombres obligarán a Arkin, el superviviente de The collector, a acompañarles pues el único que sabe dónde encontrar a la chica.
Desde el momento en que entran a la fábrica abanadonada donde el coleccionista da rienda suelta a sus más diabólicos y grotescos instintos, la película se transforma en una más del montón, sin ofrecer nada más allá de lo ya visto en su hermana mayor Saw. Sólo se dedica a salpicar la pantalla de sangre, vísceras e intentar impactar con imágenes truculentas en vez de cimentar el guión en un clima de tensión y sugestión que nos haga sufrir cada vez que doblan la esquina. El guión no escapa a personajes arquetipos ni se preocupa demasiado en desarrollarlos, despachándolos con cuatro brochazos gordos. Sus mayores bazas, no obstante, son su frenetismo y la corta duración de la cinta que la convierten en un fast-food: un producto entretenido de consumo rápido pero mil veces visto e incapaz de dejar huella en la memoria del espectador.
Sin destripar el final, Marcus Dunstan trata de darle un toque novedoso (¿de cara a una tercera entrega?) al típico susto final. Si os gusta o no, ya lo tendréis que considerar vosotros. Posiblemente, dejará bastante satisfechos a los fans del terror en su vertiente más gore.
Desde el momento en que entran a la fábrica abanadonada donde el coleccionista da rienda suelta a sus más diabólicos y grotescos instintos, la película se transforma en una más del montón, sin ofrecer nada más allá de lo ya visto en su hermana mayor Saw. Sólo se dedica a salpicar la pantalla de sangre, vísceras e intentar impactar con imágenes truculentas en vez de cimentar el guión en un clima de tensión y sugestión que nos haga sufrir cada vez que doblan la esquina. El guión no escapa a personajes arquetipos ni se preocupa demasiado en desarrollarlos, despachándolos con cuatro brochazos gordos. Sus mayores bazas, no obstante, son su frenetismo y la corta duración de la cinta que la convierten en un fast-food: un producto entretenido de consumo rápido pero mil veces visto e incapaz de dejar huella en la memoria del espectador.
Sin destripar el final, Marcus Dunstan trata de darle un toque novedoso (¿de cara a una tercera entrega?) al típico susto final. Si os gusta o no, ya lo tendréis que considerar vosotros. Posiblemente, dejará bastante satisfechos a los fans del terror en su vertiente más gore.
5/10
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