Dicen los hermanos Dardenne que a ellos
les gusta filmar “todo aquello que no se quiere ver”. Su tipo de
cine se caracteriza por mostrar la cotidianidad de esas personas en
situación de exclusión social, como son los ladrones o los pobres.
Una realidad social dura y cruda, retratada con un estilo sin
adulterar, directo, casi documental. Y la franco-suiza Ursula Meier
ha captado esta esencia en sus películas. La última, Sister, es
digna heredera de los hermanos belgas. Un tipo de cine esencial para
comprender realidades sociales marginales, que te obliga a
reflexionar a través de la sinceridad de las historias y la
honestidad de sus personajes. Si uno piensa en Suiza, no puede evitar
asociarlo al mito de ser un país próspero. Pero Meier pone el dedo
en la llaga para mostrarnos minuciosamente su otra cara: la vida de
un pequeño ladrón, de un niño pobre en un país de ricos; el
contraste -literalmente- entre los de arriba y los de abajo.
Simon
es un niño de doce años proveniente de una familia pobre y
desestructurada. Va contando por ahí que sus padres murieron en un
accidente de tráfico. Vive con su hermana en un edificio gris, feo y
deprimente a las faldas de una lujosa estación de esquí. Como su
hermana prefiere salir por ahí con hombres en vez de trabajar, él
se ve obligado a subir a la montaña para robar a los turistas sus
carísimas equipaciones de esquí, que luego revenderá para
subsistir y mantener su pequeño núcleo familiar unido. Simon ha
tenido que sacrificar su infancia, su inocencia, y madurar con
precocidad. Es un niño
solitario, un superviviente nato, quien se ha visto obligado a
delinquir para subsistir. Su hermana y él tienen una relación
complicada y dependiente. Ella necesita el dinero que el niño
consigue gracias a sus robos y él sólo anhela un poco de cariño,
aunque tenga que comprarlo. Sólo a mitad de película, una
revelación nos hará comprender el porqué de esa relación con su
hermana y nos acercará aún más a su microuniverso.
Ursula Meier saca
partido narrativo a la bidimensionalidad del espacio físico en el
cual se desarrolla la historia. El teleférico sirve como nexo entre
dos mundos diametralmente opuestos donde las desigualdades sociales
se miden siempre entre los ricos (los de arriba) y los pobres (los de
abajo). Arriba hay luz y vitalidad; abajo, barro y desolación. La
directora explica que la búsqueda intencionada de esta división es
para entender que el corazón de la película se encuentra en las
subidas y bajadas en la telecabina porque Simon aspira a ascender, a,
algún día, salir de su precaria situación mientras que su hermana
prefiere vivir en el día a día. El teleférico puede significar un
punto de inflexión en sus vidas e, incluso, de redención.
Sí,
tienen razón los hermanos Dardenne. Esta pertenece a ese tipo de
historias que nadie quiere ver. Pero hay que verlas. No en vano, Mike
Leigh -otro retratador frecuente de los problemas habituales de las
clases medias – se inventó un premio, el Oso de Plata especial,
para Sister en el
festival de Berlín de 2012. Con
su clara orientación social, Sister hará
meditar sobre aquellos problemas invisibles pero presentes en toda
sociedad. A través de los actos de Simon, encarnado con desparpajo y
con una naturalidad casi hiriente por Kacey Mottet Klein, iremos
haciéndonos cómplices de su lucha por sobrevivir en esa realidad
tan fría y hostil como las montañas suizas. Por su parte, una bella
y comedida Léa Seydoux pone el contrapunto femenino, cuya mayor baza
es la mirada perdida y triste de un personaje que esconde todo el
dolor de su pasado. Una película necesaria, sin duda.
7/10
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