Tras el impactante capítulo piloto, este segundo episodio de The Knick no se baja del carro conducido por
Steven Soderbergh y se mantiene fiel a lo prometido. Vemos más operaciones
quirúrgicas explícitas tan bien dirigidas y se empieza a comprender a los
personajes, sus ambiciones y sus problemas.
Cornelia quiere hacerse respetar
y vemos que cuenta con la plena confianza de su padre para tomar o comunicar
las decisiones en el consejo del hospital. Gallinger y Bertie van a lo suyo y
pueden ser dos secundarios que den mucho juego, porque tienen personalidades
bastante diferentes. Y Lucy también está en un segundo plano y todavía tiene
presente el incidente que protagonizó con Thackery en el capítulo anterior.
Esto nos deja con los tres personajes que parecen los más interesantes por
ahora en cuanto a la importancia que les han dado: Thackery, Edwards y Burrow. ¡¡Alerta de spoilers!!
El superintendente Burrow refleja
lo podridas que están las entrañas del Knick, con los negocios turbios que
mantiene tanto en el interior como en el exterior del hospital. Dentro del
hospital se nos deja ver el mercadeo que tiene establecido Burrow con el
conductor de la ambulancia en cuanto a los pacientes y cadáveres que llegan al
hospital, convirtiendo la llegada de los pacientes en un negocio. Y respecto a
los problemas externos, el superintendente utilizó parte del dinero que había
sido invertido en el hospital para instalar la red eléctrica en pagar una deuda
con la que lleva un retraso que puede causar su muerte. Esa instalación de la
red eléctrica marca el capítulo, dejándonos el momento más memorable durante la
primera operación, cuando una enfermera muere electrocutada en el quirófano al
saltar la instalación eléctrica defectuosa. Esto demuestra que hay más interés
por parte de los gestores del hospital en aparentar innovaciones que no son
tales, en vez de en invertir realmente en recursos necesarios como los
cadáveres exigidos por Thackery para practicar las cirugías.
En cuanto a Thackery, se nos
muestra su fuerte unión a su mentor, que se suicidó en el capítulo anterior.
Este lazo se resalta con el flashback que nos lleva a la llegada de Thackery al
hospital y la amable recepción del hombre que le enseñaría nuevos métodos
médicos. Este flashback demuestra que Thackery se parece mucho a su
recientemente fallecido compañero, con frustraciones similares que han hecho
que se refugie en las drogas para poder evadirse de esa realidad tan oscura que
tiene que vivir día a día en el hospital. Acaba sumiéndose en un bucle entre el
hospital y el local al que va a drogarse, una mezcla explosiva que sirve de
desahogo para el doctor.
Por último Edwards, que es el
personaje que más contrasta con el resto. Desde el comienzo del capítulo ya
queda clara esa diferencia al mostrar dónde vive Edwards y dónde vive la familia
Robertson, reflejando la segregación racial por distritos que tenía lugar en la
Nueva York de la época. A pesar de sus estudios y de su reputado empleo, Edwards
tiene que soportar unos desprecios por parte de los compañeros y pacientes a
los que parece estar acostumbrado, entre ellos destacan el hecho de que le
hayan casi escondido en el sótano del hospital emplazando ahí su despacho y que
no se respete para nada su opinión a pesar de que está claro que tiene la
formación necesaria como para tenerle en cuenta. En vez de rendirse ante ese
despreciable trato, Edwards se muestra fuerte y tras enterarse de que el
hospital no trata a gente de color decide abrir una clínica paralela en su
despacho-sótano, en la que atenderá a pacientes rechazados.
Por las prácticas llevadas a cabo
en el hospital puede parecer que está marcado por un ambiente inmoral, pero no
hay nada más moral que la pasión de Edwards y Thackery por salvar a sus
pacientes. Thackery luchará por aplacar la frustración asentada por la alta
tasa de mortalidad sobre la mesa de operaciones y Edwards no se detiene ante
las adversidades y jugará un papel esencial en el desarrollo del hospital, todo
esto bajo las nuevas bombillas del Knick.
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