Título original:
Syat Nova
Año:
1969
Fecha de estreno:
19 de Febrero de 2016
Duración:
79 min
País:
URSS
Director:
Sergei Parajanov
Reparto:
Sofiko Chiaureli, Melkon Aleksanyan, Vilen Galstyan, Giorgi Gegechkori, Spartak Bagashvili
Distribuidora:
Capricci
Existen esas obras
que te dejan sin palabras, que te dejan con pocas posibilidades de decir algo
al respecto. Muchas de ellas son esas obras de las que ya se ha dicho todo, otras
son aquellas que despliegan tal belleza que cualquier alabanza suena tonta o
poco adecuada. La obra de Parajanov, al menos en este montaje particular que se
presupone como el más cercano a la visión del autor que sufriera otrora la
censura del gobierno soviético, está ubicada en otro grupo; en ese grupo donde
ponemos esas películas de lenguaje radical, casi inaccesible para el público
menos habituado a salir de las narrativas más clásicas e igual de inaccesible
para los valientes que siempre están dispuestos a ampliar su y descubrir las
diferentes formas de hacer cine. El Color de la Granada, como fuera llamada
tras la censura, aunque lo correcto sería llamarla por el nombre que el autor
eligió para ella, Sayat Nova; es una de esas obras en la que probablemente no
te enteres de nada, pese a que no podrás dejar de apreciar su belleza.
Creía que Jodorowsky
era el único capaz de dejarme la cara de tonto que Parajanov me ha dejado, pero
ciertamente el surrealismo del chileno no parece tan críptico cuando
enfrentamos el exótico despliegue de simbolismo que la cinta del soviético nos
pone en frente. Con una puesta en escena que quiere reflejar una especie de
pintura en movimiento y una dirección de actores que recuerda un poco al teatro
kabuki, Parajanov “narra” diversos episodios de la vida de Sayat Nova, el poeta
armenio. Sí, es compicado hablar de cada episodio cuando el significado tras el
símbolo apenas alcanza a arañarse, en parte por lo extremo de la radicalidad
del relato, en parte por lo exótico de los elementos que se ponen en juego.
Ya había comparado a
este autor con Jodorowsky, aunque era una pobre comparación. Ambos cines son
completamente distintos aunque compartan su inaccesibilidad (al menos para un
servidor), allí donde el sudamericano es exceso y rusticidad, Parajanov es un obseso
del preciosismo y del control. Cada fotograma de “Sayat Nova” es oro puro, una
verdadera obra de arte. Es difícil dilucidar en un solo visionado todo lo que
el autor ha querido decir con esta obra, pero las imágenes alcanzan para que te
pierdas un buen rato admirándolas.
Parajanov emula esa
vida entre dos mundos del bardo armenio (que escribía poesía secular y mundana
pese a ser sacerdote de la Iglesia apostólica del país) con esta mezcla de iconografía
cristiana y marcada sensualidad, lo cual fuera una de las principales razones
por la que fuera censurada. Fue una obra arriesgada que debemos agradecer que
haya logrado sobrevivir en los tiempos en que fue concebida.
La oportunidad que
ofrece este reestreno es única porque la experiencia de esta cinta es única;
como casi todos los que la han visto han coincido es que es muy probable que nunca
hayas visto algo igual, y quizá nunca lo veas. Sólo por eso, vale la pena el
viaje a la obra de uno de los maestros soviéticos menos reconocidos, pero no
por ello menos maestro.
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