No pienso
volver a escribir aquello de “en Águila Roja ya no pueden sorprendernos más”.
Porque siempre pueden. Y, seamos justos, es difícil montar un tornado en Madrid
e inventarse mil cosas así, algo de mérito sí que hay. Pero lo bueno de tener una
serie de un maestro ninja ambientada en el siglo XVII es que cabe de todo. Y lo
vuelven a demostrar en el capítulo 81 de Águila Roja (puedes leer sobre el anterior aquí). ¡Alerta spoiler!
Pongámonos en
consecuencia al hilo temporal de la serie. El Rey es Felipe IV (el de la
estatua a caballo frente al Palacio Real), teniendo en cuenta la edad de su
hijo Carlos, estamos por el año 1662. Al hombre –históricamente- le quedan dos
Nochebuenas.
Pero eso da
igual, lo importante en este episodio es que acaba de apresar a una muchacha
que llevaba una información muy valiosa a los ingleses (enemigos acérrimos de
la Corona). España por aquel entonces se lleva mal con todo el mundo, y con esta
arma secreta no volverá a perder. La chica lleva en su espalda una fórmula
escrita, en plan Prison break. Se
trata de la clave para construir, atención, la primera máquina para volar.
En casa del
maestro, la escena de Satur olisqueando las sábanas es la mejor de la serie ever. “Ay Dios que aquí huele a hembra.” A Lucrecia se le ha olvidado
allí un pendiente, pero a cambio se ha llevado la camisa de Gonzalo. Porque sí,
no era ningún sueño ni nada, retozaron juntos, las cosas como son. La Marquesa
sabe que Hernán también va detrás de ella, pero ahora digamos que tiene otra
inquietud. Decide ir a contárselo todo a Margarita al convento.
Ahora
Águila Roja se siente culpable, lo paga con el caballo, con Satur. Y si tiene
que despejarse pues para eso está el misterio de la Puerta Negra. Lo
que pasa es que un héroe es héroe las 24 horas de día y justo cuando se dirigen
a la puerta aparece la chica de la fórmula. Aunque Gonzalo pelea a lo Matrix,
como siempre, no consigue evitar que la maten. Eso sí, logran descubrir lo que
lleva a la espalda.
A Nuño lo
han detenido por “estar tirado entre
vagos y maleantes”. Borracho. El Comisario decide que le dejen en el
calabozo hasta que él lo ordene, como represalia. Este chico está
descontrolado. Encima su padre tiene sospechas sobre Lucrecia, salió anoche y
decide averiguar a dónde se dirigió. ¡Y descubre la camisa de Gonzalo! Si se entera de que estuvo con su hermano,
exploto.
Satur mira
la fórmula de la maquina voladora como miraba al pingüino. Pero Gonzalo es
maestro y genio y figura y en seguida sabe lo que está viendo. No sé si habréis
visto la serie Numbers, pues igual.
¡Hasta lo dibuja! ¡Solo con la fórmula! Todo el mundo quiere esos planos, pero Gonzalo
no quiere que salgan de allí, pues desencadenaría una guerra. Aunque quema el
papel, el criado descubre que buscan a la chica por traición, y él sabe dónde
está el cuerpo.
Irene mueve
ficha y saca a Nuño del calabozo, sin autorización de Hernán. El joven no le
perdona que siga con su marido, pero la tensión sexual entre ellos solo va en
aumento. Casi son cazados en plena calle muy juntos por Hernán, que en sus
indagaciones sobre la Marquesa está interrogando a su cochero.
Lucrecia
llega al convento y pide los servicios de Margarita como costurera. Ella se
niega, pero la Marquesa promete ser muy generosa a cambio con la organización y
claro, la mujer se ve obligada. Mientras le arregla un camisón, Lucrecia le
cuenta que fue a ver a Gonzalo y que “se pusieron al día”. Margarita responde
totalmente indignada en plan “tú me robaste a mi hombre” y le estampa un pastel
en toda la cara. Pa' ti.
Resulta que
la joven misteriosa del principio escapó de Palacio sin que pudiesen copiar el código de su espalda.
Españaza. Pero ahí está Satur para largar y contarle dónde está la muchacha,
muerta. Felipe IV le ofrece dinero, como recompensa, pero el criado no duda en
rechazarlo, "él lo hace por la Patria." Al Rey, sin embargo, se le ocurre otra
manera de agradecerle sus servicios: será el primer hombre en volar.
Pero tendrá
problemas. El Cardenal le ha vendido una copia de los planos al rey de
Portugal. Eso sí, los portugueses le darán la segunda mitad del dinero cuando
destruya la máquina española. “¿De qué le
sirven los planos si no es el primero?”
Cuando va a bendecir el aparato, le quita una de las piezas, el invento fracasará. Pero más
tarde recibe una visita del Águila Roja que le pide, amablemente –con un puñal
en el cuello-, que convenza al Rey para que el que pruebe la máquina voladora
sea Gonzalo de Montalvo. ¿Hola? ¿Está celoso el Águila de su compañero? ¿O
quiere morir? (No sabe que no funcionará).
Lucrecia
quiere hacérselo pasar mal a Margarita, y la acomoda en la habitación contigua
a la suya la misma noche que Gonzalo debe de hacer presencia allí. Algo que se
une a que Hernán sigue empeñado en encontrar al nuevo amante de la Marquesa.
Gonzalo no aparece por Palacio, pero hay una nota misteriosa que la cita en una
posada, una casa de citas, “un sitio de
fornicación” en palabras de Nuño. Nota que también lee Margarita creyendo
que es para ella. Qué poco glamour y qué poco todo.
Gonzalo
deja inconsciente a Satur, para que no vaya al lugar. El Cardenal lo ha
dispuesto todo para que sea él quien “vuele”, pero el Comisario no está de acuerdo
en ver a su hermano despeñarse por ahí. En realidad le da igual, tampoco se queja en demasía. Aunque tal vez la cosa cambie cuando
descubra su escarceo con Lucrecia.
El problema es que Hernán se ha equivocado de hombre, era él quien había citado a la Marquesa, pero le lleva a un señor desconocido. Finalmente Satur aparece en el lugar del evento, así que es cambiado por Gonzalo, que no tarda en descubrir el chanchullo del Cardenal y tiene que ir a salvar a su criado. Consigue paralizarlo todo. Pero volar iba a volar, me río yo de los hermanos Wright.
El problema es que Hernán se ha equivocado de hombre, era él quien había citado a la Marquesa, pero le lleva a un señor desconocido. Finalmente Satur aparece en el lugar del evento, así que es cambiado por Gonzalo, que no tarda en descubrir el chanchullo del Cardenal y tiene que ir a salvar a su criado. Consigue paralizarlo todo. Pero volar iba a volar, me río yo de los hermanos Wright.
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