lunes, 10 de noviembre de 2014

Vivir sin parar. Epicidad en la vejez.

Título original:
Sein letztes Rennen
Año:
2013
Fecha de estreno:
14 de noviembre de 2014 
Duración:
114 min
País:
Alemania
Director:
Kilian Riedhof
Reparto:
Dieter Hallervorden, Tatja Seibt, Heike Makatsch, Heinz W. Krückeberg, Frederick Lau, Otto Mellies, Mehdi Nebbou
Distribuidora:
Karma Films


Quemar etapas mirando hacia adelante. Esa es la evolución lógica de la vida. Y tirar para adelante siempre, volviendo a las brasas ardientes, es la lección extraída de la primera película para la gran pantalla del alemán Kilian Riedhof. Su propuesta intenta transmitir un halo de esperanza, de fuerza interior, de superarse a sí mismo demostrándote de qué eres capaz todavía... cuando ya estás de lleno en la tercera edad. Vivir sin parar nos presenta al octogenario Paul Averhof (Dieter Hallervorden) en una residencia de ancianos junto a su amada esposa Margot. La vida ahí es aburrida, monótona, gris. Ante el inminente maratón de Berlín, Paul, antigua gloria del atletismo, decidirá que ha de seguir adelante, de sentirse libre y de vivir, por eso, se entrenará para correr dicha prueba atlética.


Una prueba que simboliza una meta en la vida de un hombre en la última etapa vital. Pero, para llegar a ese objetivo, Paul revivirá tiempos pasados. Mientras entrena, su mujer será su incondicional compañera; como antaño, le entrenará, le marcará los tiempos, estará junto a él llueva o haga sol. Y básicamente por eso Vivir sin parar se convierte en una oda a la libertad y al amor atemporal. Sin embargo, su impostado buen rollo creará una mezcla de amor-odio en el espectador por varios motivos. Por un lado, admiramos las intenciones de crear una película amable en la que la muerte, a pesar de sus ancianos personajes, no es la protagonista -aunque sea inevitable hacer referencias hacia ella. El problema es que Riedhof se queda a caballo entre la comedia y el drama y no puede evitar tropezar con tópicos lacrimógenos, con la falsa hilaridad o con la épica inherente a la maratón que va a correr Paul.

Por otro lado, odiamos la facilidad para construir secundarios antipáticos y / o prescindibles. En un empeño por dramatizar y desdramatizar la trama, Riedhof (quien también guioniza la película) ha incluido una amalgama de personajes irritantes. Desde los compañeros de residencia peculiares -el salido, la loca, el amargado con trasfondo “sorpresa”- hasta la insoportable hija de la pareja protagonista, ninguno es la mitad de achuchable que Paul y Margot. Esto es, Vivir sin parar se sustenta en una supuesta empatía para con sus dos personajes principales y, por momentos, esa complicidad burbujea en el ambiente. Los veteranos Dieter Hallervorden y Tatja Seibt consiguen transmitir esa mezcolanza de ternura y vitalidad. Lástima que, de nuevo Riedhof, empañe sus escenas de lucimiento con recursos estereotipados como, por ejemplo, la música lacrimosa.


Si Riedhof hubiera optado por una fluidez natural en el transcurso de los acontecimientos sin adornar tanto ciertos tramos de la película, Vivir sin parar se hubiera convertido en un buen estimulante cinematográfico y, su mensaje positivo de seguir adelante sin frenos, hubiera calado con más facilidad en el espectador. Como decíamos, tiene momentos puntuales muy emocionantes pero que se suavizan, por paradójico que parezca, por cómo el realizador se empeña en enfatizarlos. No os dejéis engañar por nuestra valoración; esta película alemana no es una mala opción dentro de la cartelera sobre todo si disfrutas con las historias humanas y cercanas sobre la vida misma tintadas con un toque de epicidad. Si no es así, tu veredicto será muy parecido al nuestro.

 4/10

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