jueves, 13 de noviembre de 2014

Orígenes. Ver más allá.

Título original:
I Origins
Año:
2014
Fecha de estreno:
14 de Noviembre de 2014
Duración:
113 min
País:
Estados Unidos
Director:
Mike Cahill
Reparto:
Michael Pitt, Brit Marling, Steven Yeung, Astrid-Bergès-Frisbey, Archie Panjabi, Cara Seymour, William Mapother
Distribuidora:
20th Century Fox


Los ojos son el reflejo del alma. No hay por qué marginar el alma necesariamente al campo de lo religioso, también puede ser entendida como la esencia inmaterial de una persona, que compone su ser, todo aquello que construye cómo es, pero que no podemos apreciar a simple vista. Por lo tanto esa identidad es única y los ojos son a la vez las compuertas y el ariete que nos permiten vislumbrar o esconder ese ente que escapa a otros sentidos, cuando clavas tus pupilas en las de otra persona tienes la sensación de conexión, de estar mirando de forma más profunda, de estar mostrando mayor interés por llegar a conocerla. Por eso el protagonista de Orígenes, Ian, es tan particular. El aspecto que más le atrae en primera instancia son los ojos, está interesado en ir más lejos, llegar al interior, por ello toma fotos de los ojos de la gente a la que conoce, para tener un recuerdo real y único. Porque los ojos son una prueba de la unicidad del individuo, ¿o no? El estudio científico de Ian sobre la evolución del aparato ocular asociado al desarrollo de las especies desde el comienzo de los tiempos supondrá un choque entre la ciencia, que le permite mantener los pies sobre la tierra, y la religión, que rechaza y quiere disipar con las pruebas empíricas necesarias. Ese enfrentamiento, que a día de hoy sigue muy presente, cobra un sentido en esta película que rara vez he visto antes.


Ian pasará por una serie de situaciones que harán que sufra una debacle tanto emocional como de las convicciones que daba por inamovibles. Aquello que desde su posición de hombre de ciencia daba por sentado dará un vuelco, y ese giro inesperado estará provocado, cómo no, por un par de ojos, pero no un par de ojos cualquiera, sino los ojos que cambiaron su vida y el mundo. Porque como dice el protagonista, esta es la historia de los ojos que cambiaron el mundo. Esos ojos omnipresentes, con los que se encontrará de manera recurrente como si fuera el destino el que los hubiera colocado ahí en su camino para que se enfrente a ellos. Incluso llegan a adquirir una dimensión de superioridad en esas vallas publicitarias, en las que las inmensas circunferencias consecutivas de la pupila y el iris observan todo lo que el horizonte les depara. Recuerdan así a la imagen creada por Scott Fitzgerald en El gran Gatsby, el anuncio del doctor T.J. Eckleburg, los ojos que reinaban en la zona de paso entre la mansión de Gatsby y la ciudad, esos ojos a los que nada se les escapaba, casi como si una figura divina observara a través de ellos. En el caso de Orígenes esa publicidad penetra en lo más profundo del ser del protagonista, cambiando su mundo, a la vez que los ojos van descomponiendo y liberando su interior, y tienen la posibilidad de cambiar todo lo que conocemos.

Mike Cahill en su segunda película ha conseguido pulir aquellos elementos que podían parecer más irregulares en su ópera prima, Another Earth. Además de lograr unas imágenes y escenas realmente bellas, consigue estructurar una historia que, aunque a veces abuse de la incertidumbre del espectador, es muy completa. Orígenes tiene un verdadero trasfondo y al acabar de verla no pude evitar reflexionar sobre ella. Algo interesante es que Cahill no se pierde en términos científicos incomprensibles o en sobreexplicaciones innecesarias, cuando te plantea las dos investigaciones de Ian comprendes la vital trascendencia de cada una de ellas, no hay necesidad de andar por las ramas, en ese sentido es muy conciso. A pesar de que las ideas parecen estar claras sí que hay momentos que generan cierta vacilación hacia lo que se está viendo, situaciones que no convencen tanto como el resto, pero en conjunto se acaba compensando.


En mi opinión Orígenes es una justa vencedora del Festival de Sitges. Es una película aparentemente pequeña, pero que emana unas aspiraciones que films con mucho más presupuesto y medios no podrían ni soñar. Vemos el dolor, el amor, el proceso de cambio, la inquietud por comprender lo que sucede… a través de unas interesantes interpretaciones del injustamente poco reconocido Michael Pitt, Brit Marling y Astrid Bergès-Frisbey. Mike Cahill consigue ejecutar una propuesta muy arriesgada y no se detiene hasta el último segundo de proyección.

7'5/10

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