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Por
enésima vez, como uno de los temas recurrentes en el cine que es, se
nos presentan los problemas típicos de la adolescencia en Las
mejores cosas del mundo
una producción brasileña que sólo tiene de exótico eso mismo, su
país de origen. En su tercer largometraje, Laís Bodanzky sigue fiel
a su estilo de transmitir valores tolerantes y, sobre todo, emociones
en sus películas. Si con su ópera prima, Bicho
de siete cabezas,
Bodanzky se centró más en un cine social crudo y sin
ambages, con el cual denunciaba los abusos de poder en las
instituciones mentales, en su último largo hasta la fecha, ha optado
por un tono menos triste y más familiar, centrado en el difícil
camino que hay entre la adolescencia y la madurez. Su intención es
simple: mostrar el día a día de un quinceañero cuando su vida se
ve trastrocada tras el divorcio de sus padres, su relación con su
hermano dos años mayor y con los compañeros de instituto. Todas
esas relaciones, con sus ventajas e inconvenientes, que construyen el
mundo de un joven.