¡Por fin ha pasado algo! Le ha
costado seis horas, pero Nic Pizzolatto ha dado señales de vida. Con el sexto
episodio se consigue finalmente avanzar con la historia o, mejor dicho, que
parezca realmente que hay una historia. Después de cinco horas más bien lentas
que no invitaban a pensar que se fuera a cambiar la tediosa tendencia, este
nuevo capítulo ha logrado despertar algo diferente. Ver algo que tiene sentido
y no parece un mareo constante provoca que todavía haya alguna esperanza en que
la serie remonte, pero desgraciadamente con tres cuartos evaporados ya no hay
mucho espacio para el optimismo.
A pesar de que haya pasado algo,
en la primera escena del capítulo nos encontramos con el mayor mal de la serie:
la artificiosidad. Ese duelo bajo la mesa entre Semyon y Velcoro no podía ser
más falso, con una carga irrefrenable de frases hechas de parte del personaje
de Vince Vaughn, que resulta menos creíble con cada minuto que se encuentra en
pantalla. Mientras que Farrell cada vez da más la sensación de querer ser
demasiado profundo con un personaje que realmente tiene complicaciones, pero
cuya voz extremadamente grave a veces podría desaparecer del espectro sonoro.
Pero dejando de lado ese aspecto de la falsedad, que ya tendría que haber sido
asimilado a estas alturas, ha sido el momento en el que nos hemos encontrado
con un grupo cuando todo ha parecido que funcionaba.
A excepción de Semyon, el resto
de personajes han sabido conjugar sus habilidades. Ani se nos muestra como una
mujer fuerte que practica con el cuchillo en su casa, Velcoro no tiene miedo a
nada más que a sí mismo y el personaje de Woodrugh está tan abandonado que
cualquier cosa que haga puede parecer interesante. Puede que la secuencia de la
orgía se lleve la atención en este episodio, aunque no tenga la misma finalidad
que en Sense8, y la verdad es que Rachel McAdams se luce caminando por esa
mansión mostrándose tan frágil emocionalmente como acorazada en el exterior. Y
la colaboración con sus dos compañeros da lugar a conseguir la primera pista
útil en el caso. Algo que se ha dilatado de manera excesiva, ya que emplear
seis episodios para que parezca que se empieza a resolver el caso no es algo
muy recomendable si se quiere que el público mantenga el interés.
Llegados a este punto y con la
invitación a resolver el caso que se nos ofrece al final de este capítulo, ver
los dos episodios restantes ya es casi una obligación, pero no se puede decir
que el camino se esté haciendo entretenido, ni reflexivo, ni emocionante. Al
menos habrá que alegrarse de que el bar que incita al suicidio haya quedado en
el olvido, aunque conociendo a Pizzolatto no tardará en sacarlo antes del final
de la temporada para demostrar que en estos nuevos episodios la innovación no
es una prioridad.
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