Las elipsis son el arma
definitiva de los guionistas y afortunadamente Nic Pizzolatto nos ha disparado
con una en el quinto episodio de True Detective. Dejando atrás el ambiente
excesivamente condensado y las situaciones que llegaban a ser soporíferas saltamos
dos meses hacia delante para conocer las consecuencias del traumático evento
que tuvo lugar al final del episodio anterior. Lógicamente no se ha producido
un cambio extremo, sino que la muerte de Ben Caspere se mantiene como hilo
conductor, pero por primera vez en toda la temporada se da la sensación de que
se ha producido un avance.
Este lapso de tiempo ha sido
suficiente para que todos los personajes sufran un cambio notable, al menos
laboral. Semyon sigue siendo la nota disonante, pero está comenzando a generar
interés en el campo personal, aunque sería mucho más gratificante que
despertara ese sentimiento en el ámbito de los negocios, donde se supone que se
quiere desenvolver con más destreza. Mientras que los tres policías -aunque
cada uno haya cambiado de puesto y uno esté fuera del cuerpo- reviven, para
variar, un cliché del género policial, el de no rendirse nunca ante un caso
que parece imposible de resolver. Este caso parece ser lo único a lo que
agarrarse en sus destartaladas vidas, y el hecho de que esté levantando tantas
heridas en ellos es donde se nota la buena mano de Pizzolatto.
Las palabras de este guionista
pueden no sonar tan creíbles como lo eran en la anterior temporada, pero los
desconcertantes personajes que hemos ido conociendo a lo largo de media
temporada ya están mostrándose tal y como son. Velcoro ha hecho un
descubrimiento que puede llevar a un sexto capítulo francamente interesante, y
la insistencia en el vínculo con su hijo por fin ha generado algo mayor que lo
que habíamos visto previamente. Ani se encuentra más estancada que lo que
habría cabido esperar al comienzo de la temporada, ya que no se nos muestra
prácticamente nada que pueda introducirnos en su mente. El paso del cigarro
electrónico al real indica que las cosas se ponen aún más serias para ella,
pero en todo momento parece que Pizzolatto quiere desmarcarse un personaje
femenino tan fuerte que se le va a acabar escapando de las manos.
Por último, Woodrugh está
creciendo con cada episodio aunque no muestre de manera evidente su evolución.
El pasado le hace frente en cada capítulo y casi en cada escena. Su aparente deseo
de querer tener una vida estable, casándose y teniendo un hijo, colisiona con
lo que le hemos visto hacer anteriormente, e invita a pensar que puede
explotar en cualquier momento. Y precisamente en este episodio da muestra de su
carácter en el enfrentamiento con su madre. Es ligeramente reconfortante que
este episodio no se perciba como un desperdicio, tras cuatro horas en las que la
trama parecía perdida y los personajes más de lo mismo. Lo único que se le
puede pedir a Pizzolatto es que pase algo muy interesante en ese bar que invita
al suicidio para que se justifique su tediosa presencia en cada episodio.
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