Cuando tienes un final como el
del segundo episodio va a ser muy difícil estar a la altura en el siguiente,
sobre todo cuando has tratado de impactar de la manera más efectista y después
todo se resuelve con escasas consecuencias. Un fragmento onírico sirve de
justificación para un acto que podría haber desembocado en algo similar a Psicosis, pero que se queda en un golpe
de efecto. Pero si se deja de lado esa treta para captar la atención, con el
tercer episodio la trama ha ido in crescendo, aunque todavía haya mucho por
delante.
El mayor acierto de este nuevo
capítulo es el reparto equitativo del tiempo que pasamos con cada personaje,
unos minutos valiosos con cada uno que finalmente nos van sirviendo para
conocerles mejor. Puede que la mayor preocupación de Velcoro siga siendo la
custodia de su hijo, pero saber que hay una investigación centrada en él dará
mucho juego a la hora de elegir cada uno de sus siguientes pasos, ya que hasta
el momento parecía moverse con total libertad. Mientras que Frank sigue
intentando inyectar vida a su decadente imperio, aunque este personaje siga sin
consolidarse como un temible e implacable mafioso, y no será porque no intentan
mostrarlo así. En estos tres episodios hemos seguido lo suficiente a Frank como
para darnos cuenta de que no cumple con los estereotipos de líder de una
organización criminal que podríamos ver en una película de Scorsese, sino que
parece más pasivo, yendo de un lado a otro sin resolver realmente nada, aunque
se ensucie las manos si hace falta.
Por otro lado, el personaje de
Woodrugh, que era el más descuidado hasta el momento, recibe los suficientes
minutos como para empezar a generar interés. Un compañero del pasado y la
adicción a la bebida, que parece más una costumbre para Pizzolatto, siguen
remarcando el daño interno de este personaje, del cual se nos van ofreciendo
pistas poco a poco, pero ninguna lupa para observarlas de cerca y conectarlas.
Por último, Ani sigue siendo la revelación. El mundo de la policía parece aún
más machista que el del cine, con una actitud de ese tipo incluso procedente de
las mujeres, pero el personaje de Rachel McAdams sigue desmarcándose como la
mejor agente en el caso, aunque este no avance demasiado en cada capítulo. Lo
más interesante de este personaje es su trama opuesta y paralela a la de
Velcoro, ambos tienen intereses enfrentados, ambos tienen cuestiones morales acerca
de los mismos, y están empezando a establecer una relación de confianza, algo
difícil de vislumbrar en episodios anteriores, pero que aquí se está comenzando
a afianzar.
El principal problema sigue
siendo la frialdad y la distancia con la que se trata todo, aunque los primeros
planos tengan una presencia para bastante frecuente. La atmósfera resulta
artificial, algo que puede ser intencionado para identificarlo con el ambiente
californiano, pero esa decisión sería un sacrificio importante de cara a llegar
a sentir un mínimo de compasión por los personajes. Por lo menos cada una de
las tramas va evolucionando de manera imprevisible, algo que servirá para que
la intriga se mantenga intacta. Pero detalles como el cartel gigante de El francotirador –bien jugado Warner,
justo a tiempo para promocionar la venta de dvds y blurays- dejan en evidencia
la credibilidad de la serie, que parece estar volando del terreno de autor al
del convencionalismo.
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