Título original:
Mercuriales
Año:
2014
Atlántida Film Fest:
Sección Oficial
Duración:
108 min
País:
Francia
Director:
Virgil Vernier
Reparto:
Philippine Stindel, Ana Neborac, Annabelle Lengronne, Jad Solesme
Como ya sucedía en la personalísima adaptación de Ion de
Sosa alrededor de Do androids dream of electric sheep? de
Phillip K. Dick, la orografía urbanita de un mundo en descomposición se erige
con importancia capital en la ópera prima del realizador
francés Virgil Vernier, Mercuriales. Las dos torres que dan
nombre a la película se alzan sobre un paisaje gris, de ilusoria modernidad, como dos faros post-apocalípticos de una Europa agobiada por el neoliberalismo y por la crisis de sus estados de bienestar.
Y frente a la pomposidad con que
esas obras faraónicas y fantasmales inician el viaje de nuestras dos
desnortadas protagonistas, vemos cómo Vernier introduce al final del metraje, a
modo de círculo que se cierra, unos edificios que están siendo derruidos lenta
pero inexorablemente. Unos edificios que bien podrían ser las torres
Mercuriales, metáfora de doble dirección hacia un continente que no puede
asegurar un futuro digno a todos sus habitantes y hacia una juventud que
intenta parapetarse sin éxito ante sueños imposibles.
Pero si hay un terreno en el que Mercuriales se mueve realmente bien es a
la hora de fluctuar su tono entre el realismo social más desangelado (jóvenes
que luchan contra molinos de viento para salir adelante hacia nadie sabe dónde)
y ese realismo mágico que con tanta pericia e ironía relataban maestros de la
pluma como Bontempelli o Pere Calders. Es decir, que el debutante Vernier
simplifica la realidad decadente de una sociedad europea deshumanizada y la
traduce en fábulas nuevas, revelando el sentido mágico que puede encontrarse si
escarbamos entre la cotidianeidad.
Un día a día denso, en el que las
horas nunca parecen avanzar, y en el cual el futuro es inexistente. En un
contexto tan enrarecido como éste, Vernier introduce a sus dos particulares
ninfas (lolitas nabokovianas), que hacen de su encuentro una trinchera contra
la realidad y la alienación. Su unión resulta el único hálito de esperanza en
un cosmos que las rechaza contundentemente, ajeno a sus bondades. Mercuriales no funciona solamente
enclavada en una juventud francesa vacilante e insegura, sino que surge con una
vocación de denuncia claramente transnacional. No importa que vengas de Europa
del Este, de África o hayas nacido en Francia: el sistema te engullirá y te
desplomaras junto a él.
Pero como sucede en la mayoría de
proyectos en los que prima el elemento sensorial en detrimento del análisis
racional (y el debut de Vernier no es ajeno a ello), la sensación que tiene el
espectador al finalizar su visionado es de desconcierto. Podríamos achacarlo a
las dificultades de Vernier para egresar del lodazal narrativo en el que se ha
metido en su debut tras las cámaras. También a su tono abstracto, anárquico,
exigente hasta con el espectador más curtido en el cine experimental. Quizá se
deba a la imposibilidad de identificarnos mental y afectivamente con el estado
de ánimo de sus eugenésicas protagonistas. Mercuriales
es un film dónde convergen sensaciones tan antagónicas como la fascinación
y la irritación, lo hipnótico con el tedio vital, lo brillante con lo
irregular. Se trata, en suma, de un experimento con evidentes áreas de interés,
casi tan evidentes como el resabio que deja en el espectador cuando la pantalla
se funde a negro por última vez y empieza el desfile de los créditos finales.
5,5/10
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