Águila Roja es el Juego de Tronos patrio. Pensadlo: reyes, nobleza, guerra, aventuras… Tal vez le falten los dragones, pero para eso están los templarios, y el Cáliz de Cristo. En lo que también se parecen, sin duda, es en las muertes. Y en un despelote mucho más arraigado en la historia de la ficción española. Eso sí, una gran diferencia es que mientras Juego de Tronos es esperado durante meses con ansia y desenfreno, Águila Roja, por su parte, sorprende hasta en las vueltas.
La semana pasada TVE decidía, por qué
no, que el Águila retomaba el vuelo.
Una buena noticia, sin duda, pero que deja un poco al descubierto la poca
seriedad que le presentan a la serie con cada interrupción y cada vuelta
inesperada. Hace ya tanto tiempo del último episodio, que seguramente necesites alguna pista. Puedes leer el recap del último
aquí. ¡Alerta
spoiler!
Siberia
Después de un resumen de lo sucedido
episodios atrás de tres minutos, la serie retoma en Alaska, o en algún sitio así de frio. Parece
que unos soldados llevan apresado a un prisionero. No es Alaska, sino la estepa,
la siberiana. El señor va a ser ajusticiado por dejar escapar a la única hija de otro señor. Entre la
nieve, la lengua extranjera y todo no me extrañaría ver a un Stark paseando por
allí.
El hombre pide clemencia pero los
soldados le quitan las botas y es herido en un pie. Ahora le mandan correr, pero no puede. Y entonces sueltan a los
perros. El señor uno no dura mucho, claro. En otro lugar, un bosque helado,
vemos a la hija correr, tapada con una capa roja. A lo mejor se les ha olvidado
de qué iba la serie y han puesto la
que no es.
Obviamente, sobre el manto blanco de
la nieve, ir de rojo no parece buena idea (y no lo es). A la chica la capturan
en seguida. Resulta que el padre quiere
casarla y ella que no que no. Con alguien de España, por supuesto.
Puertas
¿Y Águila Roja? Quedaron jugando
aquella partida de ajedrez en la Puerta Negra a vida o muerte. Y allí siguen.
Según nos cuenta Satur, llevan horas
allí sentados. Gonzalo pensando el siguiente movimiento. No sé, yo creo que
si se tira así para un lado se libra de la trampa, pero qué sabré yo de trampas
medievales dentro de los árboles. El
Águila lleva ahí horas y todavía no sabe qué pieza mover.
Al final, a base de algunos
movimientos, la trampa retrocede y pueden liberarse. Además, aquello propicia
la apertura de la Puerta Blanca, que estaba allí también junto a la Puerta Negra, que también se abre. ¿Y ahora qué? Gonzalo
decide aventurarse por la Puerta Negra, que resulta estar llena de espejos.
Satur también aparece en el mismo
espacio, pero él había entrado por la Blanca. ¿Qué lugar es ese? “Para
mí que el misterio nos está perdiendo el respeto”. De repente, se
escucha un gruñido y algo cae del techo. Se trata de un señor muy raro con
mirada asesina que logra separar a Satur del Águila y empieza a atacarles. Gracias
a la pericia de Gonzalo consigue noquearle y además, a simple vista, le diagnostica el cólera. ¿Pero cómo ha llegado
ahí?
Christus filius
Mientras Águila Roja sale para
conseguir más antorchas, Satur se da cuenta de que no se refleja en uno de los espejos. En realidad Satur es mucho más
listo que Gonzalo, lo que pasa es que sin el porte y el traje, pues pierde. El
espejo resulta ser otra puerta que esconde un documento con un retrato que reza
“Christus
filius”. Satur ata cabos y lo relaciona con el hijo de Cristo.
Las convicciones religiosas de Satur,
sin embargo, le hacen tomar decisiones en contra de su jefe. Decide esconderse
el documento y cerrar la puerta del espejo, disimulando como si no hubiese visto nada. Qué feo. Y qué limpios
estaban los espejos, ¿no? El del cólera usaría Cristasol.
Gonzalo descubre el hueco detrás del
espejo y asegura que ahí había algo y alguien se les ha adelantado. Satur
disimula y se desplaza a un riachuelo,
saca el pergamino con el retrato, y lo mete en el agua. En ese preciso
momento Gonzalo, que conoce a Satur demasiado, le pilla in fraganti. Cuando el
Águila lee el contenido (porque el pergamino resulta que es water resistant), recrimina su actitud a
Satur y le despide. LE DESPIDE.
Bueno, le libera de sus labores de criado fiel (hasta ese momento).
Romanov
En el Palacio Real, el Cardenal
Mendoza le explica al Rey que el caviar es el manjar más exquisito de Rusia. A Carlos IV no le gusta y lo termina
escupiendo. Donde esté la tortilla de patatas. Resulta que es un regalo del
primo del Zar, el conde Romanov, cuya hija es la que se va a casar.
Según le han contado, tiene que
casarse con un español, aunque el Rey llega a pensar que todo es una estrategia
para arrebatarle el Imperio. El
Cardenal, sin embargo, le confiesa que una vez casados, la pareja volverá a
Rusia. Así que no hay problema.
Resulta que el conde habla mejor
español que alguno de la serie autóctono, mira por dónde. Y también resulta que
será el Rey Carlos quien elija a su
futuro marido, como estrategia para expandir el Imperio por el este de
Europa.
Al tun tun
Cuando el Cardenal le presenta al
conde a su futuro yerno, uno de los más
celebras capitanes del ejército español, éste le confiesa que habrá un
proceso de selección. Nada de elegir a uno ahí al tun tun. Uno de los candidatos
no es otro que Gonzalo. Tiene
sentido, Margarita ahora es casi monja y ahí ya no hay nada que rascar. Y
Lucrecia menos, aunque por ella no será. Por supuesto, la serie no nos priva del momento baño/despelote de la rusa, que se ve que por contrato tiene que haber en cada episodio.
La prueba consiste en una yincana por
el bosque. Obviamente, el capitán empieza a hacer trampas y cargarse a pretendientes conforme va
avanzando. Al final, tanto Gonzalo como Satur (quién sabe cómo) consiguen
llegar al final, aunque por el camino el Águila ha perdido el retrato del hijo
de Cristo. Ya podía haberlo dejado en casa. Menos mal que lo recupera.
Cuando deja solo a Satur, el capitán sigue
a lo suyo haciéndose camino y ahora le toca a él, al que hiere y quita de en
medio. Gracias a la sangre que hay en un
zapato del criado, Gonzalo descubre que puede estar en peligro, así que
vestido de héroe va a hablar con el conde Romanov, que no tiene ni idea.
Además, resulta que la hija es un culo inquieto y se ha vuelto a escapar. Este señor no gana para disgustos.
Ojo por ojo
En el palacio de la Marquesa, están
intentando ver si pueden salvarle el ojo que, recordemos, le dañó el halcón con
el que se hizo un champú pues creía que estaba perdiendo pelo. Hernán, siempre
conciliador, decide matar al halcón.
Ojo por ojo. Los médicos, siempre tan sabios, no tienen mejor idea que la de
echarle en la herida aceite caliente y sal. Al final le tienen que coser el
ojo.
Margarita, que está ahora más en el palacio
de la Marquesa que antes cuando trabajaba allí, intenta animar a Lucrecia como
sea. Ésta le pide un favor: que vaya a
buscar al vidriero. Momentazo cuando ambas se enteran a la vez de que
Gonzalo también ha ido a encandilar a la rusa. El vidriero lo necesita para
construirse un ojo de cristal. Ahora, ante el rechazo de Gonzalo, parece que hasta se hacen amigas.
En esto yo pongo las reglas
Pero las cosas se salen de madre. Porque Lucrecia no quiere que le
cosan el ojo, sino ponerse otro. Hernán, por su parte, opina que mucho mejor lo
del coser. Su hijo, Nuño, prefiere hacer
caso a su madre. Ahora, inconsciente, ambos discuten sobre qué hacer. Y
parece que el joven marqués, arma en mano, no está dispuesto a capitular.
Nuño consigue que no operen a su madre
y le recuerda que ella hizo lo mismo con lo de su brazo. Eso sí, Hernán no se da por vencido y llega a su
cuarto con tropas. Lucrecia, en un intento de plantar cara, dispara su arma
con tal mala suerte que, medio ciega, le da de lleno a su hijo.
Visto lo ocurrido, o no visto,
Lucrecia toma la decisión de hacer lo que el doctor le recomendó y coserse el
ojo, pero antes pide un plazo de varios días, por si acaso mejora. Hernán no le hace caso. “En esto pongo yo las reglas”.
El perro del hortelano
En un giro de los acontecimientos, un poco predecible, la joven rusa se
encuentra con Gonzalo en el bosque, que va buscando a Satur. Y se la lleva a su casa, lo que pilla
de lado al hijo del Águila. Alonso, que es de la opinión de que las rusas son
bastante altivas, bastante rusas,
tartamudea al encontrarse a la Romanova
allí en su pasillo. Para colmo, allí hace acto de presencia Margarita, que
tiene el don de la oportunidad.
Y empieza a hacer preguntas. Chica si
le dijiste que no, qué más te dará ahora que tenga salseo con la rusa. Tira para el convento a hacer dulces.
Margarita es como el perro del hortelano, ni come, ni deja comer, ni deja que se
coman ni nada.
La rusa y Gonzalo llegan a un trato. Parten
a buscar a Satur, pero llegado un punto se separan. Él la ayudará después. Ya como
Águila Roja, consigue salvar a su criado,
que hacía de espantapájaros viviente en un pequeño huerto. No sin antes tener
que cargarse a un montón de gente, como en los viejos tiempos. Después se
presentan los dos ante el conde ruso, que
veía atónito como ya solo quedaban tres pretendientes, uno de ellos –precisamente-
el capitán que le mandó el Rey.
Gonzalo dice no
La última prueba consiste en meter la
mano en unas tinajas, con serpientes venenosas. Dos de ellos desaparecen
de allí, y solo restan el capitán y Gonzalo, que meten la mano y descubren que están vacías. En entonces cuando
el Águila asegura que puede demostrar que el capitán ha matado a muchos de los
otros pretendientes. El conde le cree. Porque sí.
Así que Gonzalo es el elegido para
sacarse con la Romanova. Que no quería casarse pero me da a mí que ahora Gonzalo le hace un poco de tilín. Aunque al final
Gonzalo dice que no. Hombre, una vez
que es él quien dice que no. Pero cuidado, porque resulta que el
conde, muy molesto, decide secuestrar a Alonso. No lo liberarán hasta que Gonzalo se case y se vaya
con ellos a Rusia.
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