Empecé recapitulando esta serie escribiendo que era nuestra Juego de Tronos patria. Tenía todo lo reseñable: muertes sin fin, tramas locas e inconclusas, personajes que aparecían cada 20 episodios y, cómo no, desnudos tan gratuitos como poco sutiles. Si a todo ello le sumamos relaciones incestuosas y conspiraciones cortesanas, ¡voilà!
Pero el hype por Juego de Tronos se acaba en cuanto el 80% de la gente visiona y devora sus capítulos y se estremece con sus muertes. Este hype pasa entonces a la siguiente serie, y así. Algo que ocurre con todo, en realidad. El hype ahora lo tenemos con series como American Horror Story, lo que me ha hecho pensar. ¿Y si Águila Roja fuese, también, nuestro gore-drama de terror patrio? Ya vimos una caravana de monstruos en plan Freak Show en el capítulo 95.
Vale, le falta el terror. Y el gore, aunque hemos visto ojos saltar y gente ajusticiada. Pero sí que tiene algo muy American, el fuegote. Ellos tienen a Gaga en su papel de Condesa vampira, y nosotros a nuestra Marquesa que puede no ser vampira pero sí un poco bruja. No sé, es una idea que os dejo ahí, al aire. Podéis leer el recap del episodio anterior de Spanish Águila Story aquí. ¿Preparados? ¡Alerta spoiler!
El príncipe del pueblo (y no la Esteban)
Satur se va a encargar de los preparativos de la boda del siglo, la de Gonzalo con Margarita. Y empezará por el traje, que ya lo tiene todo hablado con un sastre muy famoso que se encontró en un sitio de reputación comedida. Yo esperaba que Gonzalo se casase de héroe, en plan final apoteósico. Y Satur pide uno “bien entalladito, que se le noten todos los músculos”. Porque ya que hay percha tendrá que lucir.
Pero Gonzalo tiene una sorpresa –muy mala- para su criado: va a pedirle que sea su padrino Cipri, y no él. Está pasando un mal momento y quiere hacer ese gesto. Pero a Satur la pena se le pasa rápidamente cuando se cruza en su camino Purificación (Belén López), una señora viuda que hacía mucho que no veía.
Cipri, por su parte, no está nada contento con la boda. Asegura que ya no pintan nada allí, y que tendrán que marcharse. Satur le desmiente, asegurando que irán todos a la boda vestidos iguales con una tela muy buena y muy cara que ha mangado del sastre. Un rollo de tela especial empapada en arsénico y cicuta que tenía encargado Malasangre para alguna de sus fechorías, una tela mortal al contacto con la piel.
Borrón y cuenta nueva
Hernán ha pasado la noche con Olivia en su nuevo aposento: la celda cochambrosa plagada de ratas. Pero no haciendo cosas incandescentes, sino hablando. Olivia intenta que se ponga de su parte y le ayude a huir de allí. La señora intenta dar pena, pero no cuela. Pronto aparece la Marquesa: “¿Estás fornicando con mi prisionera?” El Comisario decide desentenderse y Olivia le propone un trato a Lucrecia.
Van a organizar un rastrillo. MercaMarquesa. Mesas, cuadros y hasta la cama de Lucrecia, “la cama más famosa y más transitada de las Españas”. De hecho, cuando lo venden todo y siguen sin tener suficiente, Olivia le comenta a la Marquesa que lo siguiente en venta es ella. El duque de Payva (ojalá duque de PayPal) pagará una fortuna si Lucrecia va a visitarlo. Y you all know lo que visitarlo means.
Pero es que las visitas se repetirán con el archiduque de Lugo, el vizconde de Robles o “el anciano barón de Ayllón”, que si tiene que dejarse la pensión se la dejará porque ya para qué más se la va a ir guardando. En términos loteros podríamos decir que la Marquesa va a caer muy repartida. Olivia al menos es sincera: “Pensaba ofrecerme yo, pero por ti pagarían más”.
Lucrecia se niega en rotundo a repetir su pasado. Así que Olivia, que es una mujer imaginativa y de recursos y que cada vez me cae mejor, saca a pasear otra idea, más loca y más descabellada. La Iglesia envía todos los meses un tributo en oro a la Santa Sede, y ellas van a robarlo. “¡Vamos a robar el oro del Papa!” Y aquí la serie se convierte en una película y ojalá aparezcan Jesús Bonilla, Santiago Segura y Concha Velasco buscando el oro también.
Apenas me mojaré los labios
¿Pero cómo van a descubrir por dónde y cuándo va a salir el oro hacia el Vaticano? Olivia tiene la solución y le presta una visita al Cardenal Mendoza (“un mito vivo, y más joven de lo que pensaba”), que se apresura en recibirla. Olivia le muestra el cofre con lo recaudado en el MercaMarquesa y, con voz muy porno, le asegura que es una donación para subsanar su “tendencia a pecar de todas las formas posibles.”
El flirteo entre ambos es bastante notorio. “De leyenda a leyenda, ambos sabemos lo que hay que hacer para mantener la fama.” Y, cuando Mendoza le ofrece un licor, ella sentencia con un “apenas me mojaré los labios… con su vino”. En media hora me he hecho FAN TOTAL de esta señora, SPIN-OFF YA. Pero si hasta se tira el vino por la delantera y todo sutilmente.
Por supuesto, Olivia termina salseando con el Cardenal. Y, atención al momentazo:
- (Lucrecia, preguntando) ¿Tuviste que acostarte con él para conseguir la información?
- No, la información ya la tenía. Me faltaba un cardenal en mi lista.
Lo que yo os diga, FAN TOTAL. Y, aunque el plan parece sencillo (el oro sale camuflado en un carro de heno), a Lucrecia le molesta ser la prudente una vez en su vida. Y la buena, porque en el momento de disparar al señor que lleva el carro no puede (¡porque resulta que es Hernán!) y se escapa. Al día siguiente, Soledad trata de convencer a la Marquesa para huir, pero entonces se lo quitarían todo a Nuño, y decide enfrentarse a su destino.
Olivia, entonces, empieza a sentirse culpable. No deja de tener cierto cariño a Lucrecia, en la que se ve reflejada, así que vuelve a visitar al Cardenal, al que le cuenta que perdió un pendiente durante su “intercambio espiritual”. En su alcoba encuentra unos documentos que no duda en llevarse.
Resultan ser secretos de estado realmente interesantes para el señor que se lleva presa a la Marquesa. Consigue cambiar la información por Lucrecia, y que sus deudas queden saldadas, claro. Lo ha hecho por Nuño: “Si no estás con él, lo cazará alguna como nosotras. No podía permitirlo”. Y se marcha.
Sí, quiero, pero no
Satur no tiene otra idea que poner al futuro emperador de China a pedir para sufragar los gastos de la boda. El maestro quiere una cosa sencilla e íntima, pero el criado tiene razón: los devenires de Gonzalo y su cuñada (que si él viudo, después ella, que si Juan, que si monja…) han sido el chisme del barrio por 99 episodios. No se puede casar con nocturnidad ahora.
Lo mejor es cuando aparece Margarita por la calle, que ni se dan un beso ni un roce ni nada. La muchacha tiene ansia y quiere casarse en dos semanas. Y no se casa allí mismo porque no pasa un cura cerca. Claro, él ha tenido sus historias (la pirata aquella Mónica Cruz, la noble esa que solo salió para lo que salió, la propia Lucrecia), sin embargo ella no se le conoce más contacto que con el Monseñor, y no llegaron a arremangar enaguas ni nada.
El criado se pasa días preparando unas invitaciones la mar de apañadas y luego la nueva parejita del Hola aparece con las oficiales, en un trozo de papel, que solo podrían ser más cutres si pusieran el número de cuenta bancaria. Por primera vez en semanas vemos a Margarita en la casa familiar, dejando claro que Cipri tenía razón y las cosas van a cambiar.
Satur también termina dándose cuenta: son tres en discordia, y allí quién sobra ahora es él. La boda de Gonzalo será en dos semanas, pero él se les adelanta al verse tan solo y desamparado y le pide matrimonio a Puri la segunda vez en años que la ve por la calle. Y Puri le dice que sí que se quiere casar porque no han inventado aún Meetic y la pobre está muy sola. Y una cosa os escribo: la he visto más emocionada que a Marga.
Águila Moja
Las camisas están listas. Las camisas más feas a este lado de Marte, por cierto; qué horror, qué volantes, qué estampado de cojín viejuno. Y mientras Satur se casa con la Puri, y Cipri decide apuntarse al ejército, y la primera en caer envenenada es la costurera... en casa tenemos FUEGOTE.
Gonzalo y Margarita hablan de guardarse para la noche de bodas. Ya sabéis, las tradiciones. Ya que te casas con tu cuñada, algo que ya es un poco uhh. Pues qué menos que respetar. Claro, que cuando se encuentran en plena noche, en el pasillo, con cara de “si voy con lo que te doy”, el asunto está visto para sentencia. Y a nadie le aMarga un dulce (sí, llevo 99 capítulos guardándome eso).
En este momento, en pleno salseo fuegote cubrimiento con ese pelazo de Gonzalo no sé quién es quién, la serie decide ponernos de música de fondo la típica canción de final de película de sobremesa de Antena 3. Qué manera de cortar el rollo, por favor. Que, por cierto, Inma Cuesta lleva un año de desnudarse frente a las cámaras… que si en cine que si aquí, que lo raro es verla vestida vaya.
A la mañana siguiente, Satur da la noticia de su boda con la Puri (Saturno, anillo, haced éste por mí) y da las explicaciones a Gonzalo, que le asegura que ha perdido el juicio y que no le sobra en casa, ni mucho menos. Pero terminan mal, y no hay acercamiento de nuevo hasta que Satur sucumbe al veneno. Y la Puri solo pensando en que se queda viuda otra vez, que seguro que es gafe o algo.
Cipri y Alonso también tienen los mismos síntomas que el criado, y Gonzalo termina descubriendo que es cosa de las camisas (las talas de Malasangre, por cierto, se las envía anónimamente al Cardenal). El Águila se presenta donde el sastre y consigue salvarles a todos. Y fueron felices y comieron bollos preñaos de la Puri, que pobre Puri, qué poco va a durar al lado de Satur.
PD. ¿Os acordáis cuando el Águila Roja iba en busca de sus orígenes siguiendo esas pistas tan misteriosas? Yo no. Y ellos tampoco.
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