Título original:
Chce sie zyc
Año:
2013
Fecha de estreno:
9 de Octubre de 2015
Duración:
111 min
País:
Polonia
Director:
Maciej Pieprzyca
Reparto:
Dawid Ogrodnik, Kami Tkacz, Dorota Kolak, Arkadiusz Jakubik, Katarzyna Zawadzka, Anna Nehrebecka
Distribuidora:
Paco Poch Cinema
En nuestro tiempo, las
enfermedades que implican la pérdida de capacidades físicas junto con la
dificultad que supone para quien las porta insertarse en la sociedad como uno
más, son un tema de candente actualidad y de complejo tratamiento. Es por ello
que cuando uno se decide a enfrentar películas que traten sobre el tópico,
generalmente debe prepararse mentalmente para lo que será una larga sesión de
corrección política y discurso moralizante. En este contexto, la segunda
película de Maciej Pieprzyca, director que se está dando a conocer luego de una
importante carrera en la televisión polaca, funciona de la misma forma que
cualquier otra y adolece de las mismas deficiencias que sus cintas hermanas;
sin embargo “Life feels good” está ahí también para recordarnos, cómo un
director dedicado y trabajador puede convertir un guión conocido y poco
especial en una experiencia satisfactoria gracias a un trabajo de dirección de
actores y puesta en escena destacado. Por eso y sólo por eso, la premiada
propuesta polaca de esta semana (ganadora del festival de Montreal y merecedora
de un par de distinciones en Gijón), gana a pulso su lugar en la cartelera y se
presenta como una opción más que válida.
El planteamiento de la cinta tiene
mucho de la Escafandra y la Mariposa (incluso los carteles originales de ambas guardan una
sospechosa similitud), película francesa donde un hombre tras un accidente
sufre el curioso síntoma que lo deja totalmente paralizado e incapaz de
comunicarse salvo por una pequeña vía, que es la que acabará usando el protagonista
para salir adelante. En Life feels good, se nos relata la verdadera historia de
Mateusz, un niño que sufre parálisis cerebral en una época poco propicia a la
atención de estos enfermos, como lo es una Polonia antes de la caída del muro,
y lo acompañamos en su lucha interna por demostrar su capacidad de comunicarse
con el exterior. La película muestra desde los primeros compases que no apunta
a una reflexión muy profunda sobre el tema; arrancamos con el discurso de una
doctora especialmente desagradable advirtiéndole a una madre que su hijo es
poco más que un vegetal que jamás podrá comunicarse. La negación de la madre se
convierte en una lucha encarnizada contra viento y marea para propiciar a su
hijo una vida normal y gracias a esto, Mateusz gozará a su manera de todos los
placeres que esta puede darle. Se tocan en la superficie temas complejos como
lo son la transformación de la situación familiar, la negación poco saludable
de la madre, la situación política de Polonia, así como el trato de los enfermos
en los establecimientos dedicados a ellos; pero a la larga la película siempre
acaba negándose a ir más allá de un ejercicio sentimental alegre. El horroroso
recurso de la voz en off no ayuda a quitarnos la idea de ‘mensaje masticado’,
además de ser un recurso que aparece de un momento a otro sin mayor explicación
y con poca elegancia; nos queda la idea de que muchas escenas funcionarían
mejor acompañando el silencio desesperado de la condición de Mateusz, antes que
edulcorarlo con una reflexión hecha por una versión adulta del niño que
suponemos que es su pensamiento.
Como dije, los verdaderos valores
de la cinta están en la dirección de Pieprzyca,
que hace un uso extraordinario del espacio de la casa, sacándole el mejor
partido a los comprimidos espacios que ocupa el protagonista. El mayor trabajo
es, sin duda, la dirección de los actores pues hay muchos momentos en que la
cámara fija deposita toda la confianza en el despliegue físico de Dawid
Ogrodnik (no podrás que creer que
realmente es un actor) y en su rutina diaria para llegar a la ventana a través
de la cual tendrá sus primeros contactos con la vida. Dos habitaciones
contiguas se utilizan como un tradicional escenario donde la familia
interactúa, riñe, juega; y es a través de ese inmóvil escenario en que vemos
como la muerte, las partidas, el paso de los años van transformando un
ecosistema donde siempre algo permanece: Mateusz, y su madre, ambos envueltos
en una lucha que no quiere acabar. Los momentos en que la cinta acerca
sentimientos sinceros y momentos emocionantes, son aquellos donde la dirección
del polaco logra sacarle partido a los elementos puntuales de la casa que hacen
las veces de prisión para Mateusz (se me viene a la cabeza la hermosísima
escena donde una infranqueable puerta separa inexorablemente al protagonista de
su primer amor). Cabe aclarar también, que cuando la cinta sale de la casa en
su segundo tramo, es cuando más sufre los problemas arrastrados de su carácter
de biopic políticamente correcto.
“Life feels good” es una buena
opción para los que disfrutaron de “La Escafandra y la Mariposa” o para los que
de por sí disfrutan de estos pequeños cuentos de vida y superación personal. No
ofrece nada nuevo desde el punto de vista narrativo ni es una película que
prometa quedar en la memoria de nadie durante mucho tiempo, sin embargo es un
trabajo esforzado, valioso y con muchísima personalidad de un director
prácticamente novel (del que estaremos esperando noticias en el futuro) y una
señal de buena salud de un cine polaco que empieza a cruzar su frontera con más
frecuencia.
5/10
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