Les yeux jaunes des crocodiles
Año:
2014
Fecha de estreno:
09 de mayo de 2014
Duración:
122 min
País:
Francia
Director:
Cécile Telerman
Reparto:
Emmanuelle Béart, Julie Depardieu, Alice Isaaz, Jacques Weber, Patrick Bruel, Karole Rocher, Samuel Le Bihan
Distribuidora:
Vértigo
Lo
más llamativo de Los
ojos amarillos de los cocodrilos
es ese título tan pseudo poético, una elección extraña en cuanto
a la trama en sí de la película (o del libro). Si Katherine Pancol
pudo llamar a su obra así para hacerla más atractiva, me
perdonaréis el título de la reseña. De hecho, al
principio iba a titular la crítica “Adaptaciones simples de
novelas simples” pero he optado por algo más amarillista, a juego
con el título de la película... y con una de las múltiples subtramas. Sería
injusto ese título ya descartado pues no he leído la novela homónima en la cual se basa el
film aunque todo apunte a que es un best-seller de manual: trama
liviana, estilo sencillo, personajes planos y poca chicha más. Lo
mismo que su adaptación cinematográfica, que pasará con más pena
que gloria por las pantallas españolas.
Tenemos
a dos hermanas como protagonistas, antagónicas en carácter. Iris
(Emmanuelle Béart) es guapa, ambiciosa y rica. Jósephine (Julie
Depardieu) es tonta, manipulable y pobre. En un arrebato de
presunción, Iris afirma que está escribiendo una novela. Como no
sabe hacerlo, acudirá a su hermana. Las consecuencias de la
escritura y el éxito posterior del libro cambiará el rumbo de sus
vidas.
Y ojalá fuera tan fácil definir la sinopsis de la película. La historia principal se enmaraña con unas cuantas subtramas superficiales de personajes secundarios entre exageradas, inútiles y totalmente superfluas. Abuelas temperamentales, padrastros infieles, aventuras románticas, maridos ladrones (e infieles) o hijas odiosas entre otras muchas perlas. Una estructura típica de culebrón en la cual se acentúan con crueldad las diferencias entre personajes con lo cual tenemos a unos que son muy malos malosos y otros buenos mojigatos. Éste último es el caso de Jósephine, una muchacha enervante por la poca sangre que demuestra tener ante el entorno hostil en el cual vive.
El marido de Jósephine es un vividor que, cuando deciden terminar su relación, pone en aprietos económicos a su mujer mientras se va a criar cocodrilos a Sudáfrica (ya está, ¿eh?. Ésta es la conexión con el título, algo que sale durante dos minutos y no aporta nada a la historia principal). Su hermana la utiliza para ganarse una fama inmerecida. Su hija adolescente, posiblemente el personaje más asqueroso de todos (y mira que eso era difícil), la insulta, la maltrata verbalmente, la humilla (¡incluso cuando quiere redimirse!) porque su madre no le da una vida de lujos, de riqueza y de bienes materiales. ¡Qué niña más adorable! Y qué hostia se merece, sí. Por cierto, en un pequeño papel que no da lugar al lucimiento, nos encontramos a Quim Gutiérrez como Luca, un amante ocasional de la pusilánime de Josephine.
A
todo esto, qué pena sentimos por Emmanuelle Béart. La que otrora
fuera una musa guapísima y sensual se ha convertido en toda una
Nicole Kidman(1)
en potencia. Su cara muestra los estragos de la fatiga constante del
botox y las operaciones de cirugía estética aunque es cierto que su
belleza no se ha borrado del todo (aún). Y, a pesar de que esta
película dirigida por la francesa Cécile Telerman es muy blandita
y sin carga erótica, para sus seguidores más “carnales” Béart,
bien justificado en la trama eso sí, enseña un pezón.
En
fin, que nos desviamos del tema. La película es un fracaso como
concepción coral. Pasa de puntillas por las distintas subtramas
endebles basándose en la construcción de personajes miserables, mal
dibujados y anclados en sus personalidades. Esto, unido a la poca
simpatía desprendida también por Jósephine, provoca una reacción
alérgica al espectador. Los
ojos amarillos de los cocodrilos
acaba siendo una película apta tan sólo para gente sin un mínimo
de exigencia, aficionada a las telenovelas cutres de televisión
pues eso encontrarán aquí: un culebrón abúlico.
4/10
(1)Dícese de toda aquella actriz que aspira a quedarse sin expresión facial. Por ejemplo, Meg Ryan o la ya citada Nicole Kidman.
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