Vamos con la penúltima de las reseñas dedicadas al 18º Festiva de Cine Alemán, que tuvo lugar del 7 al 12 de Junio. Recordamos que podéis leer la inauguración con Fukushima, mon amour y los repasos al 2º día y al tercero en entradas anteriores.
Hoy toca hablar de Yo
y Kaminski, de Wolfgang Becker y En la casa de las telarañas,
de Mara Eibl-Eibesfeldt.
Yo y Kamiski (Ich
und Kaminski) es la nueva obra del director de Good bye,
Lenin! y también la vuelve a protagonizar Daniel Brühl, eso sí,
cambiando de registro. Esta comedia sigue las desventuras de un
crítico de arte que, deseoso de gloria, le propone a Kaminski, un
anciano pintor ciego de gran fama antaño, escribir su biografía. En
verdad Sebastian Zöllner lo que pretende es comprobar si es cierto
el rumor de que, en verdad Kaminski no es ciego, y así crear una
exitosa biografía sensacionalista. Lo que no sabe Zöllner es que el
viejo Kaminski (Jesper Christensen con un maquillaje que lo hace
irreconocible) se entera más de lo que parece, y será él el que se
aproveche para ir a buscar a su amor de juventud. Si en Good bye,
Lenin! Brühl era un hijo modélico que intentaba por todos los
medios hacer creer a su madre que el muro aún no había caído, aquí
el cinismo y la vanidad son los ejes por los que se mueve su
personaje, pero sin dejar de caer simpático en ningún momento, algo
habitual cuando interpreta el hispano-alemán. Sí es cierto que al
principio puede parecer un personaje un tanto estrambótico y que
cuesta habituarse.
La película se divide en
episodios, introducidos con motivos pictóricos que homenajear el
arte de Kaminski, quien en la introducción del filme fue presentado
a modo de falso documental como en la película Zelig de Woody
Allen. Una vez ya coinciden en escena Zöllner y Kaminski, la
película se viene arriba y se convierte en una road movie agradable
y divertida. Hay dos papeles secundarios magníficos reservados para
Denis Lavant y Geraldine Chaplin que se convierten en dos de los
grandes momentos de la película. Quizás Yo y Kaminski no
transcenderá como Good bye, Lenin!, pero como comedia desenfadada es
garantía de dos horas muy amenas.
En la casa de las
telarañas (Im Spinnwebhaus) deja de lado la comedia para
presentarnos un drama sobre dos hermanos y una hermana donde el mayor
de ellos tiene 12 años. Viven solos con su madre, pero ésta
ingresará en una institución mental por voluntad propia y les dice
que volverá pronto, por lo que la película refleja cómo se las
apañan los muchachos para vivir su día a día sin un adulto que les
vigile. Al estar relatada desde el punto de vista infantil, se resta
dramatismo en gran medida, aunque la película no está exenta de un
tono melancólico bastante marcado, sobre todo en su tramo final,
donde se toma hasta una licencia poética la directora. Rodada en
blanco y negro, la clave de su éxito son los tres jóvenes
protagonistas, que en todo momento resultan altamente creíbles y
espontáneos. El personaje de Ludwig Trepte como el joven mendigo que
se hace amigo de Jonas, el mayor de los hermanos, aporta cierto
misterio y onirismo al relato y se intercala perfectamente en la
trapa. Los que chirrían más, precisamente son los adultos,
empezando por la madre, donde sus problemas mentales son un tanto
extraños como poco y no quedan muy claros en la película.
Quizás en un punto dado
la película parece dar vueltas sobre sí misma sin un rumbo fijo,
tornándose algo reiterativa, pero no deja de ser un debut más que
satisfactorio por parte de Mara Eibl-Eibesfeldt y ha captado
perfectamente ese espíritu infantil que debe crecer por imposición
del destino, por mucho que se niegue a ello.
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