Pocos directores en España se
ganan la posibilidad de dirigir una gran producción, o al menos lo que se
entiende con ese relativo término en nuestro país. Kike Maíllo es uno de ellos.
El realizador catalán irrumpió con fuerza hace cinco años con la fascinante Eva, y ahora regresa con Toro, una combinación de intriga y
frenesí de la que nos habló su director: “Creo
que se trata más bien de un thriller que contiene bastante acción. Hay un
misterio que sobrevuela la película y las relaciones son a la postre lo
esencial de la misma. Todo se resuelve en torno a esas relaciones.
Evidentemente hay persecuciones, hay hostias y hay gente que se hace mucho
daño. Pero es verdad que, como en Eva,
me gusta el género en tanto que el género está pendiente de los personajes.”
Esa es una de las características que distinguen a esta producción, el interés que se presta a los personajes, lo cual no es habitual en este ámbito, que suele conformarse con la superficie: “La mayor complicación del género es cómo dar cobertura a los personajes cuando estás metido en las reglas del género. Con Eva también pasaba. Hay algo tan vistoso en el aparato que cuando quieres entrar en la psicología de los personajes te cuesta encontrar las maneras para darles cancha y que no te parezca que es completamente inverosímil.” Pero el progresivo cambio de las reglas en la limitada industria cinematográfica ha permitido a Maíllo afrontar ese reto: “En nuestro cine estamos haciendo las películas que nos gusta ver y no las que nos podemos permitir. Es un gran cambio, porque durante mucho tiempo hemos rodado porque era sencillo y accesible rodar. Pero los productores no producían las películas que realmente les gustaba ver en el cine. Y en algún punto eso está cambiando. No sé si eso significa hacer cine comercial o no, significa hacer un cine que a ti te gusta ver.”
En cuanto a la situación del
séptimo arte en España, Maíllo ratifica ese obvio complejo de los espectadores
hacia los productos nacionales: “Esto
viene del 98, del siglo XIX. Perdemos colonias y eso nos causa esa sensación de
pérdida de imperio que creo que no está superada. Somos muy poco chovinistas.
En algún punto es bueno porque te da una humildad necesaria para dedicarse a
contar historias y en algún punto es malo porque sientes que tu público siempre
va a preferir un coche que no sea español a uno que sea español, una tostada
que no sea española a una que sea española, un deportista que no sea español a
uno que sea español y un cineasta que no sea español a uno que sea español.” Y
no se queda en la base del problema, sino que se expresa acerca de las
soluciones para cimentar una necesaria y potencial industria: “Creo que es muy bueno que lo público
financie aquellas películas que son complejas de realizar fuera de un marco
comercial y es muy bueno que las leyes velen porque quien quiera entrar al
juego comercial pueda entrar con garantías. Al final esas son las dos líneas de
acción. Es importantísimo eso sí que haya un caldo de cultivo comercial que
funcione, porque los derroteros artísticos siempre van a crecer a la sombra de ese.
Son completamente necesarios, son los que dan prestigio, que dan claves acerca
de nuestra existencia. Pero no pueden ser la joya de nuestra corona.”
Aunque si algo ha evolucionado a
una velocidad pasmosa en los últimos años es el acribillamiento en la fase de
promoción: “Estamos en un punto en el
cual la gente va al cine, al menos en España, a ver cosa hecha. No se mete en
un cine a investigar. La gente va a ver una película. Antes teníamos la
costumbre de ir al cine, ahora vas a ver una película. Y esa película te la han
sembrado doscientas veces en la tele y has visto siete tráilers y hay carteles
en la calle, así que sí que hay cierto espíritu cultural que se ha quedado por
el camino por lo mainstream.” Volviendo a Toro, confesó que Scorsese, De Palma y los cómics son sus grandes
referencias, aunque si en algo muestra entusiasmo es en la ciencia ficción ballardiana:
“Había hecho una película de ciencia
ficción y no quería abandonar esa sensación de ciencia ficción en la segunda
película. Ese aire de que en algún punto el espacio mental está teñido por el
espacio arquitectónico o al revés.” Eso sí, sin perder el contacto con la
España en la que vivimos actualmente: “Había
algo que a mí me interesaba muy de origen y era que con la que está cayendo y
teniendo todos los días noticias que tienen que ver con la corrupción a todos
los niveles, sobre todo en los grandes motores económicos de nuestro país: la
banca, el urbanismo, la construcción… ¿Cómo puede ser que el principal motor
que es el turismo no se conozca una noticia de corrupción?”
Toro no se comprendería sin su subyacente crítica a las bases que
cimentan nuestra sociedad actualmente: “Hay
evidentemente en la película un trasunto que tiene que ver, en segunda o
tercera capa de la película para quien la quiera ver, una parábola sobre la
sociedad actual española. Eso que muy pedantemente en la película se llama
‘segunda transición’, que tiene que ver con que seguramente hay una España
moribunda que tardará treinta o cuarenta años en morirse y hay una España que
tiene que matar al padre.” Aunque este joven colectivo no lo tiene todo de
su parte para superar los obstáculos predispuestos, al menos no se ha manchado
todavía con la herencia previa: “De
alguna manera esa nueva generación, seguramente más choni, menos culta en las
élites, más alfabetizada por supuesto, pero menos culta en las élites, tiene
que matar al padre porque seguramente es más honesta o al menos está menos
manchada, está menos embrollada. Tiene menos trazas o enredos con diferentes
líneas de corrupción moral y económica, que es lo que en algún punto muestra la
película.”
El mayor atractivo de la cinta es
el trío protagonista, compuesto por los que probablemente sean los tres representantes
por excelencia de cada una de sus generaciones de actores españoles: José
Sacristán, Luis Tosar y Mario Casas. Aunque sea por popularidad. Por lo tanto,
cuentan con un bagaje y un método diferentes: “Si estás cogiendo a Pepe Sacristán sabes que su forma de trabajar va a
ser distinta a la de todos los demás. Porque hay una forma de hacer que tiene
que ver con la interpretación que ha cambiado. Y la forma en la que se abordan
los personajes ahora es interiorizando las razones por las que el personaje
está ahí. Él trabaja al revés, posicionando la voz y el cuerpo y entonces es el
personaje.” Y en el otro polo, al joven protagonista le augura un gran
futuro: “Ojalá esta y otras películas le
pongan en el sitio que se merece. La verdad es que hay un prejuicio obvio
contra Mario.” Maíllo se deshace en elogios hacia ese Toro que ya mostró su
bravura en Grupo 7: “Tengo claro que no me voy a encontrar a un
actor más trabajador que él. Si fuese un tío que sabe hablar inglés, porque ha
nacido en Inglaterra, no porque sepa hablar inglés con acento de Vallecas, estaría
ya forrado e hinchado a hacer películas. Porque tiene algo que muy pocas veces
se da. Porque un tío que pueda mostrar una cara tan tierna, tan brutal como
muestra Mario en la película. Y aparte sea el tío que mejor conduce del rodaje,
contando a los especialistas. Corre el mejor del rodaje. Y salta el segundo o
el tercero, porque a ver quién tiene cojones de saltar de treinta metros. Es
muy difícil de encontrar. Está muy preparado para este tipo de cine. Es muy
difícil encontrar aquí un tipo cine en el que converjan la acción con personajes,
y él es capaz de las dos cosas. Creo que tiene un futuro de la hostia.”
Si hubo un título que apareció
reiteradamente a lo largo de la entrevista fue el de La isla mínima, a la que
Maíllo solo dedica buenas palabras. Para Toro contó como coguionista con Rafael
Cobos, que ejerció el mismo cargo en aquella ganadora del Goya: “Cuando empezamos a hablar, la película no
era muy localista. El cine que nos gusta a nosotros es más internacional y yo
veía peligrar la integridad de la película. La parte simbólica. Porque cuando
no arraigas las películas a algún sitio de pronto creo que pierden interés, no
cogen color. Los personajes hablan como en ninguna parte. Y entonces fue cuando
llamamos a Rafael Cobos.” Probablemente esa incorporación fue la clave de
la pre-producción, y las palabras que Maíllo expresó a continuación definen las
aspiraciones que tiene en el mundo del cine y en concreto con su último
trabajo: “Lo que conseguimos con él fue
que los personajes cogieran arraigo, que hablaran de una forma determinada.
Entonces hubo que hacer el trabajo distinto. Hubo un punto en el cual ya
estábamos en el costumbrismo, y yo no tenía ningún interés en pisar ese
terreno, aunque Alberto Rodríguez lo borda. No creo que me haya llamado dios
para hacer películas realistas. A mí me interesan los universos en los que uno
se mete cuando empieza una película y que ese universo se apague cuando se apaga
la película.”
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