Con
Mad Max: Fury Road a la vuelta de la esquina, vale la pena echar un ojo a la
saga ochentera de culto con la que George Miller saltaría a la fama y con la
cual Mel Gibson daría el salto como estrella de acción. En un año donde
Hollywood parece empezar a tomarse un poco más en serio la resurrección de las
sagas más míticas de la ciencia ficción (lo siento mucho Robocop, lo siento
mucho Desafío Total; llegaron demasiado temprano), Mad Max: Fury Road tomó
cierta ventaja desde que se presentara aquél primer avance, en el cual los
aromas ochenteros causarían furor tanto en espectadores veteranos como en
aquellos recién llegados. Con la tremenda ola de curiosos que se desató y a pocos
días del estreno, empezamos a hacer la previa analizando sin spoilers lo que
fue aquella gran saga y empezando a fantasear con lo que podemos encontrarnos
en su regreso.
Violencia callejera y
Crisis Energética
Si
Nueva Zelanda pasó a ser el país favorito de los amantes del verde gracias al
Señor de los Anillos, Australia fue el país del inhóspito yermo post-nuclear
gracias a Mad Max. Flaco favor al turismo, pero grandioso regalo para el cine y
para la imaginación de un sinnúmero de espectadores cuyas vidas estaban
marcadas a fuego por el temor de un posible invierno nuclear. De hecho, los
propios temores del mundo que vio nacer la película en el 79, acabaron
acomodando el mundo en que se movía Max Rockatansky como el resultado de una
guerra nuclear, incluso cuando las intenciones del propio Miller eran otras.
En
efecto, Miller deja claro en la segunda película, mediante un aterrador
prólogo, que estamos ante la destrucción de la civilización debido a la falta
de suministro energético. Uno de los temores que estuvieron de moda a mediados
de los 70 por el bloqueo de la OPEP a los países occidentales, pero que ni fue
tan grave ni tan duradero como el temor a las bombas nucleares. Normal que el
imaginario popular acabara aceptando como cierta la versión alternativa,
sedimentada en el tiempo y que alcanza incluso a nuestros días.
También
había en Mad Max (y sobre todo en la primera parte) temas más terrenales que
trataban la creciente violencia pandillera, la juventud descontrolada, y los
medios por los cuales se podía ejercer la ley. Todo ello con un importante
sesgo totalitario, todo hay que decirlo.
Viejos y nuevos géneros
Mad
Max se maneja claramente dentro de los límites del Western, particularmente del
Spaguetti, tomando al héroe (más antihéroe en las dos secuelas que en la
original) callado, serio y egoísta. Cambiando los caballos por todo tipo de
autos monstruosos y utilizando de grandes panorámicas en que los personajes son
miniaturas avasalladas por el enorme páramo. También contiene muchos elementos
de Road Movie, lo cual es particularmente notorio en la primera, aunque se va
abandonando en las secuelas donde el mayor presupuesto acaba pechando a favor
de una estructura de carácter más aventurero.
Resulta
curioso como a partir de una exitosa primera parte, Mad Max se rediseña
completamente para su secuela. Quizá es que Miller pudo hacer finalmente la
película que deseaba desde el principio, o quizá fue la necesidad de ampliar el
mundo creado. Lo cierto, es que a partir de la segunda parte nacería un
subgénero dentro de la ciencia ficción: el de las distopías trash, las cuales
apostarían por los desiertos y yermos, la civilización reducida a formas de
vida tribales y un ambiente de desolación general, mostrando los restos de la
civilización como un gran basurero. Ahora mismo me viene a la cabeza The Book
of Eli como un ejemplo reciente de que este sub-género sobrevive hasta hoy.
Pero
el elemento fundamental de la trilogía (al menos de las dos primeras) es la
violencia sin tapujos. Sin dudas la dureza del mundo que nos presentan no es
creíble si no ruedan cabezas o explotan un par de cosas. Siendo la ausencia de
esto lo que determinó el estrepitoso fracaso de la tercera parte, la pregunta
que se impone es si le han permitido a George Miller recuperar este elemento
clave para la nueva entrega. Todo apunta a que así es.
Mad Max, Salvajes de Autopista.
Venganza en el mundo pre-apocalíptico
Los
amantes de la continuidad siempre construirán croquis imposibles para acomodar
eventos que no encajan del todo en películas que supuestamente están
conectadas. Sin embargo, la forma más inteligente de abordar la primera
película del guerrero de la carretera es simplemente tomarla individualmente. Sorprenderá
a más de uno de los que se acercó a esta cinta por primera vez, que no aparezca
casi ninguno de los elementos que se consideran clásicos de la saga, y que el
tono de la misma sea tan distinto a la explosión de adrenalina que se vio en el
tráiler de la nueva entrega. Mad Max, Salvajes de Autopista es una violenta
película de venganza y poco más. Hay que olvidarse de la caída de la
civilización, al menos de la exhibición de la misma, ya que la puesta en escena
de Miller brillará por su minimalismo, que aunque se logra vislumbrar un alto
grado de descomposición de la sociedad nunca mostrará nada que lo pruebe.
Inteligentemente se menciona poco y se deja librado a la imaginación del que
ve.
Es
muy notable el rodaje de las escenas de persecución y el trabajo de fotografía.
Se logra dotar de una rudeza casi palpable al mundo que se nos presenta. De
manera que, con lo poco que se ve más allá de las carreteras, podemos intuir
que todo se ha ido al carajo, aunque el carajo no se vea.
Tiene
sus puntos negativos, ya que la narración puede ser exageradamente estática y
la banda sonora melosa e intrusiva puede hacerse bastante molesta. Es sin
embargo, la más lograda de la saga, muy seguida de su segunda parte.
Mad Max 2, el guerrero de
la carretera. Ahora sí; el Apocalipsis.
Aquí
llegamos al punto máximo, al menos en cuanto al concepto. Estamos ante una
secuela que luce mejor, que tiene más dinero y que puede hacer gala de una
narración más compleja. Pero como bien sabemos, muchas veces menos es más y la
secuela pierde mucho de lo que había hecho grande a la primera. La puesta en
escena se vuelve más exhibicionista, ya que tenemos un ejército de automóviles,
una fortaleza hecha en base chatarra, y un despliegue mayor de violencia
explícita que debe ser mostrada en pantalla. El universo se vuelve menos
palpable y más fantástico, aunque lo verdaderamente lamentable, es que la
ampliación del concepto post-apocalíptico no termina de cerrar del todo, y es
apenas una excusa para presentar diseños de vestuario exagerados y extremos.
Sin
embargo, las novedades en cuanto a narración y las altas dosis de adrenalina
del acto final, resultan agregados positivos a la cinta y le dan ese toque 100%
ochentero de la que carecía la primera, quizá la causa fundamental de que no
haya envejecido del todo bien. Sólo hay que ver al villano Humungus, esa mezcla
de Shao Khan y Jason Voorhees, para saber que la película será pura diversión
ochentera, incoherente y divertida.
Hay
que decir también, que pese al mayor presupuesto, la secuela no pierde ese
aroma a cine independiente, cosa que perdería notoriamente en su tercera
entrega. Y también que la dirección de Miller no ha perdido un ápice de su virtuosismo a la hora de rodar el impresionante asalto final al camión, uno de los grandes clímax de la historia del cine de acción.
Mad Max 3, más allá de la
cúpula del trueno. Mad Max para los peques.
Tenía
que entrar Hollywood en escena para matar la saga. En realidad, Warner ya había
metido las narices en la segunda, pero fue el enorme éxito de ésta la hizo que apostara
por ella para convertirla en super-producción. Por supuesto, el presupuesto fue
exorbitante y con él, el miedo a perderlo y el fin de las libertades. Resulta
increíble creer que existe un episodio de esta saga donde los automóviles
apenas aparecen, pero es que ese es el despropósito menos grave de la tercera
cinta. Cercenar los aspectos más polémicos de la saga (violencia por delante),
colocar figuras de la cultura popular para promocionar la película (la horrible
villana interpretada por Tina Turner), la expansión del mundo post-apocalipsis
que es aún menos funcional que en la de la segunda parte (una irrisoria ciudad
gobernada por reglas increíblemente ridículas y una tribu gobernada por niños).
A eso sumémosle el hecho que Max aparezca poco y su personalidad se haya hecho
mucho más light con el paso del tiempo. Sí, demasiadas cosas que vienen en
letra pequeña cuando te asocias con un gran estudio.
El
montaje llega a ser tan malo que incluso sin ser una película de narración
pausada, como las anteriores, se hace el triple de tediosa. También resulta
verdaderamente gracioso ver la persecución automovilística del clímax, una
forma bastante patética de decir, “¿Recuerdas que esto es Mad Max?”; pues no,
no me acordaba.
Al
contrario de lo que puede parecer, el resultado no es catastrófico. De hecho,
George Miller sigue estando en buena forma tras la cámara y quizá sea su
dirección lo que hace que se la pueda ver con un mínimo interés. Sin embargo,
es completamente prescindible y no aporta nada a la saga.
La tercera cinta mató la saga y parecía que jamás resurgiría. Sin embargo volvió de la mano de su propio creador para volver a ser lo que nunca debió dejar de ser: un festival de adrenalina con clasificación R, que esperamos mantenga vivo el talento que su director supo imprimir en las originales para elevarlas por encima de las películas de ciencia ficción comunes. Desde aquí, con muchas ganas de volver aquél mundo destruido y de volver a ver Max Rockatansky conduciendo por encima de los despojos de nuestra civilización.
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