Ya hemos llegado al capítulo número 86
de Águila Roja. La serie sigue a lo suyo y el episodio anterior nos dejaba con muchas dudas y preguntas importantes.
En este, la cosa se pone tensa.
¡Alerta spoiler!
La hembra tira a castaña
Satur se da cuenta, como todos
nosotros, del poderío seductor de Gonzalo. En su féretro improvisado encontró
una bolsita con un mechón de pelo. Nosotros
sabemos que aquella que lo dejó allí no es otra que Lucrecia, pero él no. Así
que está haciendo sus averiguaciones. Es interrumpido por Gonzalo, que marcha a
seguir su búsqueda del sucesor de Jesús.
Antes de partir, le pregunta sobre un
saco de maíz, por si aquello (tan novedoso en aquel siglo) se podía comer. El Águila,
que pisó América antes que Colón, le asegura que sí. Pero el caso es que la torpeza legendaria del criado hace que se le
caiga en saco en la hoguera. Y así, niños, es como Saturno García inventó
las palomitas de maíz. Como una tonelada
de palomitas de maíz.
Como era de esperar, no encuentran
nada. Y Satur se pregunta si de verdad existirá ese sucesor de Jesús. Y entonces la serie nos lo
muestra. Cómo no, es carpintero. No
podía ser de otra forma. Estaríamos locos.
Cuando estabais entero
El Comisario se enfrenta a las
reticencias del Cardenal. Ahora que tiene una mano mecánica y se parece un poco más a Darth Vader, después de
quedarse sin dedos, Mendoza no piensa que pueda hacer su trabajo –y sus
trabajos- igual de bien. Son interrumpidos por un emisario del Vaticano, que
busca al Monseñor Adrián con un mensaje. No se lo deja en custodia, pues el
Monseñor no está allí, así que el Cardenal dispara al mensajero. Con el Comisario allí presente. Por qué
no.
En Roma saben de la existencia de un
sucesor de Jesucristo. Y para ello mandaron al Monseñor a Madrid, porque por
allí andaría. No solo saben que tiene 30 años (?) sino que, además, tienen conocimiento de una señal que tiene
en su cuerpo. Ojalá sea una cruz. La misiva instaba a Adrián a cargarse al
sucesor, lo que sin duda hace pensar a Mendoza.
Hernán no tarda en ponerse a buscar
por todo Madrid al señor sucesor. Se llevan a todos lo que tienen 30 o así,
aunque hay quienes no saben su edad a
ciencia cierta. Para subirle emoción al asunto, en el barrio de Gonzalo
tiene lugar una invasión de langostas. Muy bíblico todo. Reviviendo el Éxodo.
A cal y canto
El duque de Bercero ha caído en la
trampa de Lucrecia y ha muerto después de accionar su caja de música. Era un
plan arriesgado, pero ha dado sus frutos y
la Marquesa puede respirar tranquila. Se dirige junto a Catalina en el
carruaje con el cajón de su querido muerto de paquete detrás. Tenía que
recuperarlo.
En el viaje se encuentran a la condesa
de Yanes, despechugada, subida a un caballo. La van a pasear así por toda la
Villa, por adulterio. Aquello enfurece a Lucrecia. El conde de Yanes tiene amantes, pero ella no puede darse alguna
alegría al cuerpo. Precisamente, el Comisario recibe la visita de una señorita que viene a devolver una prenda
que se le olvidó en su último escarceo.
Eso indigna todavía más a la Marquesa,
que empieza a tramar un plan. Hace llamar a todas las nobles de su grupi, ha montado un grupo de lectura. Empezarán
por El Buscón, de Quevedo, una
historia que Catalina sabe que es bonita. No la ha leído ni nada, pero por las
tapas seguro que sí. El título, ni elegido adrede: cuando quedan solas, de una
puerta secreta de la sala empiezan a
salir maromos descamisados. Porque Lucrecia acaba de inventar los boys.
Batman
Águila Roja sabe que el sucesor está
por ahí fuera, pero necesita información. Y, con buen ojo, visita el convento
de Margarita, que seguro que el Monseñor
sabrá algo. Dentro del colchón, Gonzalo descubre el anillo y la libreta de
notas de Adrián, con sus dibujos del descendiente.
Tiene que esconderse en el techo, en
plan Batman, para que no le descubra el Monseñor. Estando allí colgado se entera del interés de Adrián por
Margarita (que lo hay, claro que lo hay), y que no está allí, sino que se
ha marchado de retiro espiritual.
Una de las monjas, de repente, empieza
a convulsionar y llorar sangre. Además, le sangran las muñecas. Y el otro allí colgado. ¿Tendrá Satur
razón y todo aquello es una revisión religiosa de la Biblia? ¿Deben de seguir
buscando?
Lectura interruptus
Lucrecia ha habilitado un ala entera
de su palacio para su nuevo negocio de citas y cuernos. Alcobas señoriales para
encuentros pasionales. Su amiga
Valentina está muy interesada en una lectura, pero está preocupada por las
consecuencias. La Marquesa ha pensado en todo y resulta que los chicos al
servicio son mudos, así que no dirán nada.
Lucrecia insta a sus amigas a
recomendar el lugar, a base de escarceos lujuriosos se costeará su viaje a
África. Recibe la visita de Irene, que quiere apuntarse a lo de leer, sin saber la verdad. La joven se piensa
que la negativa de la Marquesa es algo personal. Y en parte lo es, pues le cae
bastante mal. Y se nota, no disimula nada.
Sin embargo, Lucrecia tiene otros
problemas: Valentina ha perdido su alianza de bodas en plena refriega extramarital.
Ambas buscan como locas el anillo, pero no está por ningún lado. Lucrecia entonces descubre que se lo robó
el hombre con el que estuvo. En ese preciso momento entra en la sala a
rastras de Hernán, que lo ha pillado huyendo.
Le cuentan que es su lacayo. Y Henán ve un poco raro que un lacayo mudo y medio desnudo tenga mucho que hacer en un grupo de lectura. Al menos en el leer. Es entonces cuando Lucrecia confiesa: ha montado un burdel para mujeres en su palacio.
Le cuentan que es su lacayo. Y Henán ve un poco raro que un lacayo mudo y medio desnudo tenga mucho que hacer en un grupo de lectura. Al menos en el leer. Es entonces cuando Lucrecia confiesa: ha montado un burdel para mujeres en su palacio.
Manuel, no te arrimes a la pared
Casualidades de la serie, Cipri y
Satur visitan a un carpintero que vive a las afueras que hace buen precio. Sí, es ese carpintero. Bueno, ebanista.
Alonso necesita una cama nueva. Cuando Satur se lo encuentra, a contraluz y con
el halo místico de aparición mariana, pues claro, ata cabos en seguida. Se
llama Manuel (que significa en hebreo “Dios está entre nosotros”). Un aplauso fuerte para los guionistas.
El Cardenal tiene a los treintañeros
de la villa despelotados en un salón, va
buscando la marca divina. Que resulta que no es una cruz, sino la herida
que el soldado Longino supuestamente le causó a Jesús estando en la cruz para
saber si estaba muerto. Este es el episodio con más carne ever. Hay uno de los hombres con una marca, pero es porque es herrero y una vez le cayeron unas brasas.
Águila vs. Monseñor
Ninguno de ellos es a quien buscan, así
que el cardenal recurre a su ejército alternativo: los curas de la Villa. Al
menos nos enteramos de qué piensa hacer con el sucesor, va a matarlo. Y también acabará con cualquiera que sepa de su
existencia, por supuesto. Una escena muy de El Padrino II, sin duda.
El Monseñor también sale en busca del
sucesor, aunque a él no le han llegado las nuevas órdenes de matarle. En el
camino se encuentra con los señores que ya había encontrado el Cardenal, pero muertos y enterrados. Es
sorprendido por el Águila, que se piensa que les ha matado él. Esperábamos este
encuentro, pero no así.
El Monseñor no se deja achantar por un
ninja encapuchado que le cuenta que sabe lo que busca. Como no podía ser de
otra forma, Adrián también es un experto espadachín porque son cosas que en el
seminario se enseñan. No sabemos si el
Águila lo hace por sacar información o por su amor a Margarita, pero la
lucha es intensa. Gana el Águila, que al menos descubre que el Monseñor quiere
proteger al Elegido (no sabe de sus nuevas órdenes, repito).
La Celestina
En la Villa, descargando la nueva cama
de Alonso, Satur hiere a un perro que había allí y, el ebanista, logra que se
recupere. El criado por supuesto piensa que es un milagro del Elegido. Además, vemos que Manuel lleva una marca en
las palmas de las manos. Uno de los curas del barrio, sin embargo, lo está
viendo todo. No dudará en contárselo todo a Mendoza.
Satur se lo cuenta todo a Gonzalo, que
ante mi sorpresa se muestra escéptico. ¿Hola? ¿Lo estabas buscando no? ¿Te
crees que un sucesor de Jesús vive en Madrid pero no que resucite a un perro?
Catalina, en palacio, llora
desconsolada mientras lee La Celestina. Junto a Cipri, ambos descubren en el
libro un cheque al portador con valor de
quinientos ducados. Obviamente, no pueden cobrar ese dinero. Es un delito.
Pero eso a ellos qué. Decide ir Cipri. Catalina deja el
libro de La Celestina en su sitio y deja la estancia. En ese momento, vemos a
una mano enguantada y misteriosa que entra en la sala y coge el libro. Resulta ser Irene. Y pregunta a Catalina sobre el
libro. El documento era para el orfanato y ahora la criada se quiere morir.
Qué cerradito está usted a la fe
Águila y Satur se dirigen a la carpintería
del supuesto sucesor y encuentran en ella a su socio, muerto. ¿Se lo han
llevado? ¿Han llegado tarde? Siguen
buscando, y encuentran que van a ahorcar a Manuel por ladrón, una excusa por
supuesto. Cuando llegan al ajusticiamiento, resulta que el señor a morir no es
el que buscan. Aun así, el Águila actúa, claro. Y con la música de fondo de Piratas
del Caribe.
Gonzalo tiene una teoría. El retrato de ese hombre, ese maleante, es idéntico al del sucesor. Es posible que el
forajido sea el Elegido, y no el
carpintero. Satur no entiende como eso puede ser y casi le explota la
cabeza: un ladrón sucesor de Cristo. Además, “parecía un palmero de la cueva del Sacromonte”.
El Cardenal y el Comisario llegan a la
carpintería de Manuel. Mendoza fue el que envió a sus sicarios a matarle y, sin
embargo, escapó. Como señal, el lugar se
llena de repente de ratas. Y, como por arte de magia, el ebanista Manuel,
herido, aparece por la puerta de la casa de Gonzalo.
Hijo de Dios
En la siguiente reunión de lectura, Hernán intenta desalojar el palacio, pero
Lucrecia le enfrenta. Además, aparece el marido de Valentina, que se ha enterado. El duque amenaza
con que aquello no quedará así: engañaron a su esposa y le contagiaron su
lujuria (ya, claro). Habrá consecuencias, la primera, relegan a Hernán de su cargo de Comisario por no evitarlo. Yo no sé
Lucrecia como se mete en estos fregaos después de lo de su condena aquella.
En la Villa, Satur no puede aguantar
al ver rezando a Manuel y se lo suelta todo. Que es el hijo de Dios, que por
eso le buscan y que ha venido para
salvarles a todos. Como es normal, el ebanista sale corriendo y el Águila
tiene que volver a dar con él. Aunque lo consiguen, a Manuel terminan llevándoselo
unos encapuchados, enviados por el Cardenal, que piensa crucificarlo. Y no simbólicamente.
Por último, Cipri consigue cobrar el dinero y,
aunque una parte la donarán al orfanato, con otra empezarán una nueva vida. Sin
embargo, la alegría les dura dos minutos: el
señor que Gonzalo liberó de la horca aparece en palacio y roba algunas
joyas de la Marquesa, así como el dinero que acababa de cobrar Cipri. Y a mí me
suena que esto ha pasado ya. Esta pareja no gana para disgustos.
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