El
pensar en París es evocar un momento mágico, lleno de pensamientos
románticos. El de perderte por las calles de Montmatre; el de subir
a lo más alto de la Torre Eiffel y contemplar la ciudad en todo su
esplendor; el de pasear en barca por el Sena en compañía de tu
pareja; el de saborear los deliciosos crépes mientras escuchas a los
artistas callejeros a los pies del Sacre Cour. A París se le conoce
por ser la ciudad de la luz y del amor, un lugar donde enamorarse y
re-enamorarse. Su aura magnética es capaz de cautivar al más
huraño. En la literatura, en el cine, en casi cualquier arte, se
acude a París en busca de ese flechazo, de esa primera vez o de esa
segunda oportunidad. En el último caso se encuentra la pareja
protagonista de Le Week-end.
Nick
(Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) son una pareja británica que
ronda los sesenta años. Dedicen viajar un fin de semana a París,
ciudad en la cual pasaron su luna de miel treinta años antes, para
reavivar un matrimonio ya en fase terminal. Su relación está
desgastada por el paso de los años; también les ha hecho mella el
abandono de los hijos del hogar y no saben cómo afrontar el tener
tanto tiempo para ellos dos solos. Lo único que consiguen es
irritarse mutuamente aunque se amen. Por casualidad, en París
coinciden con Morgan (Jeff Goldblum) un antiguo compañero de
facultad de Nick y será este personaje quien marque un punto de
inflexión en la relación de la pareja.
Ante
esta premisa, uno espera encontrarse una tierna historia de (re)amor
entre dos personas entradas en años, con sus toques cómicos y
dramáticos. Algo así como una típica comedia romántica ya tardía
válida para analizar los valores de un matrimonio duradero. El
problema es que termina de funcionar en ningún punto, resulta
desaborida, sin gracia, y, lo peor de todo es su desarrollo monótono
que nos lleva a mirar el reloj varias veces durante la escasa hora y
media de duración de la película. No ayuda para nada haber
concebido a Meg como una mujer cargante, llena de contradiciones,
infeliz y cruel con su marido y a éste casi como un calzonazos,
psicológicamente tocado. Resulta un poco complicado sentir simpatía
por la pareja aunque nos dé algo de pena verles acabados. Por eso,
una escena tensionante, como la de la cena en casa de Morgan, no
despierta emociones en el espectador. Goldblum tiene un papel más
agraciado; los pocos minutos que está en pantalla, levanta un poco
el vuelo.
Le Week-end supone la
cuarta colaboración entre el director Roger Michell (Notting
Hill) y el guionista Hanif Kureishi (Mi hermosa lavandería).
En esta ocasión, les ha quedado una comedia romántica fallida,
sin chispa y aburrida, donde hasta París sale fea, y en la cual, lo
más divertido para los cinéfilos, es encontrarse con referencias
cinematográficas. Como ya hiciera Hal Hartley en Simple Men,
Michell y Kureishi homenajean a su manera en el final de Le
week-end la archifamosa escena del baile del madison de Banda
aparte.
4/10
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