El
imperecedero William Shakespeare, a través de sus obras, ha sido una
enorme influencia durante cuatrocientos años para los artistas y en
cada una de sus vertientes artísticas.
Así,
el séptimo arte ha sido testigo de como obras de la categoría de
Hamlet, Romeo y Julieta, Otelo, El mercader
de Venecia, El sueño de una noche de verano o Enrique
VIII han sido llevadas a la gran pantalla, con mejor o peor
fortuna, pero siempre demostrando que su genio y pluma son
atemporales.
Asimismo,
también se ha probado a descontextualizar su obra y llevarla a la
actualidad, dándole un enfoque moderno pero con la esencia antigua,
como hizo Baz
Luhrmann en Romeo
+ Julieta
o más recientemente Ralph Fiennes con Coriolanus
y
ahora Joss Whedon hace lo propio con Mucho ruido y pocas nueces.
Al
contrario que la película británica de 1993 de Kenneth Branagh,
Whedon apuesta por una obra intimista, enfocada en la actualidad,
rodada en blanco y negro, pero utilizando el libreto y los diálogos
de la obra, sin reescribirlos.
Así de primeras, esto puede
descolocar al principio, hasta que la mente asimile que aunque
hablemos de príncipes, condes y doncellas, llevan móviles y coches
actuales. Esto le ocurría también a Coriolanus, pero a
diferencia con aquella, ésta es una comedia, lo que hace que estos
detalles, una vez asimilados, sea un añadido más al espíritu
festivalero con el que acomete el director su película. Y es que digan
si no es amor por la obra rodar junto a su esposa Kai (productora)
una película en 12 días (días que tenía de descanso entre el
rodaje de Los vengadores y su montaje), en su propia casa, con
amigos íntimos, donde él mismo dirige, escribe las escenas y hasta compone
la banda sonora.
La
doble historia de amor la componen las parejas Beatrice-Benedick y
Claudio-Hero, donde no fallan los malentendidos, las traiciones, los
celestinos o las escuchas a hurtadillas. De hecho, es la escena en
que engañan sus amigos tanto a Beatrice como a Benedick, hablando de
ellos a sabiendas de que les están escuchando a escondidas, una de
las más divertidas de la película.
En
general, los actores hacen un papel carismático y sostienen en su mayoría el
proyecto, como suele pasar en las películas de una base teatral tan
marcada. La gran mayoría ya habían trabajado con Whedon: Amy Acker
(Beatrice) y Fran Kranz (Claudio) ya habían colaborado en La
cabaña en el bosque (que
también se estrenó este año), Alexis Denisof (Benedick) salía en
Los
Vengadores,
así como en las series Buffy
Cazavampiros y
Angel
(también
le conocemos por el papel del presentador de noticias Sandy Rivers,
en Cómo
conocí a tu madre),
Nathan
Fillion (Dogberry) trabajó en Serenity
y Buffy
Cazavampiros, Sean
Maher (Don John) actuó en Firefly
y Serenity
y
Jillian Morgese (Hero) salía como extra en Los
Vengadores,
pero realmente es en Mucho
ruido y pocas nueces
donde tiene su primer papel en un largometraje.
Solamente
el personaje de Nathan Fillion es un poco caricaturesco y está
pasado de rosca (con su “me han llamado asno”), pero no es
tampoco una pega en una película tan sencilla como su fotografía
minimalista y alegre como la sonrisa final que deja en el espectador. Más allá de su apariencia de telenovela culebronesca, se levanta una comedia sofisticada sobre la locura del amor.
Sin duda, una obra loable hecha con escaso tiempo y medios pero compensada con gran devoción por lo que se quiere contar y un gran talento artístico que lo plasma en el celuloide, y así lo habrán visto los críticos norteamericanos cuando la han incluido en su top 10 de películas independientes del National Board Review de 2013.
Una película que, además, gana con el recuerdo.
Sin duda, una obra loable hecha con escaso tiempo y medios pero compensada con gran devoción por lo que se quiere contar y un gran talento artístico que lo plasma en el celuloide, y así lo habrán visto los críticos norteamericanos cuando la han incluido en su top 10 de películas independientes del National Board Review de 2013.
Una película que, además, gana con el recuerdo.
7/10
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