domingo, 22 de diciembre de 2013

En solitario. Cluzet contra el mar.


La inmensidad del océano es comparable con su hostilidad. Vientos huracanados, tormentas intensas, cualquier tipo de inclemencia meteorológica convierte un viaje en barco en una auténtica pesadilla. Esto, a su vez, es una inyección de adrenalina para los regatistas en sus pequeños veleros; una forma de superarse física y mentalmente. Una aventura en alta mar es el telón de fondo del primer largometraje de Christophe Offenstein. De hecho, Offenstein y su guionista Jean Cottin querían “ir más allá de las imágenes que el público conoce sobre la Vendée Globe” así que, para conseguir auténtica veracidad en su relato, él y su equipo decidieron que debían vivir las enormes adversidades de una competición de alto nivel como lo es esta regata y el rodaje tuvo lugar en alta mar, cámara en mano, a bordo del mismo velero que emplea el personaje principal, como si el espectador fuera una extensión del mismo experimentando sus miedos, sus frustraciones, sus alegrías, su día a día.



Para su debut en la dirección, Christophe Offenstein se ha rodeado de buenos amigos, de gente con la que ya había trabajado anteriormente. Offenstein ha sido director de fotografía en todas las películas dirigidas por Guillaume Canet quien participa con un papel secundario en En solitario. François Cluzet, habitual en las películas de Canet, da vida al protagonista de esta épica historia de autodescubrimiento. La película nació gracias a una idea original de Frédéric Petitjean sobre un regatista participante en la Vendée Globe que descubría en su barco a un polizonte. Se nos cuenta la historia de Yann Kermadec (Cluzet), un hombre que consigue hacer su sueño realidad de demostrar su capacidad como navegante en solitario al participar inesperadamente, tras un accidente de moto del regatista original Frank (Canet), en la Vendée Globe, una competición de vela para dar la vuelta al mundo y sin escalas. Tras unos días, Yann descubre a bordo al joven inmigrante Mano (Seghir) y, a pesar de poder ser descalificado por ello, decide esconderle. 
 



A partir de ese punto, comienza el verdadero viaje de nuestro protagonista. Un viaje no sólo físico si no también interior, con el cual comprenderá qué cosas son realmente importantes en la vida. Aunque el mar reclama durante todo el metraje la atención con esas impresionantes y preciosas tomas de las puestas de sol, es François Cluzet quien, con su interpretación de un hombre bondadoso y determinado, eclipsa la grandeza del mar. El joven Seghir le da la réplica con un personaje asustado a la par que ilusionado. La relación entre ambos y cómo se desenvuelven en situaciones difíciles es el pilar sustentador de En solitario. Los secundarios son meros comparsas para dar una tregua en la odisea, entre ellos, José Coronado. Que no os engañe el cartel si pensáis verla por él como reclamo; apenas tiene una frase.



Así pues, el componente humano de la película tiene más peso que la regata en sí (era el objetivo de los guionistas) y, aunque las interpretaciones de los personajes principales rayen a un nivel competente, la previsibilidad de su historia unida a un desenlace ñoño, estúpido, poco creíble y torpemente rodado, hacen que la supuesta emoción de esa escena no se transmita como era de esperar. Este broche final nos deja un regusto en el paladar bastante amargo, no obstante, aunque sólo sea por disfrutar del siempre convincente Cluzet en su complicada travesía para llegar a la meta, En solitario merece la pena.

6/10

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