Kaguyahime no monogatari
Año:
2013
Fecha de estreno:
18 de Marzo de 2016
Duración:
137 min
País:
Japón
Director:
Isao Takahata
Reparto:
Animación
Distribuidora:
Vértigo Films
Isao
Takahata se ha ido reinventando a sí mismo como artista a lo largo de toda su
carrera, siendo cada una de sus obras una exploración de un nuevo territorio.
Ese ánimo de expandir las posibilidades de la animación con películas como Mis vecinos los Yamada, le ha llevado a
evitar someterse a los procesos convencionales y a demostrarnos que el horizonte
de posibilidades que ofrece el universo animado está en continua expansión. Por
eso su proyecto pasional, El cuento de la
princesa Kaguya, ha generado una considerable expectación entre los
seguidores de Ghibli y de su obra, porque prometía dar un nuevo salto al vacío
y brindarnos una película de estética prodigiosa. Tres años después de su
estreno nipón –que tras su longevo proceso de gestación no suena a tanto-, llega
esta producción a nuestro país, y supone una visita obligada al cine porque es
un nuevo ejercicio de despliegue de originalidad del veterano Takahata, aunque
el peso del folclore japonés pueda cargar en exceso. Pero estamos hablando de
Ghibli, así que hay que estar receptivo para aprender de la cultura japonesa
con cada una de sus películas.
Como se
podía apreciar desde la primera imagen publicada de la pequeña princesa salida
de un bambú, la animación iba a combinar un carácter primigenio de los bocetos
con un toque de color que recuerda a aquellos fotogramas tintados de los comienzos
de la historia del cine. El movimiento de los trazos de tinta es sencillamente
maravilloso, jugando con el proceso de animación en cada escena. Pero como
siempre, el proceso formal no tiene por qué estar a la altura del contenido. Y
aunque la historia de la princesa Kaguya en ningún momento provoca aburrimiento
y es un llamamiento a la independencia y la autodeterminación femenina, tampoco
captura como lo hizo la traumática La
tumba de las luciérnagas o entretiene como lo hizo con la descarada Pom Poko. Resulta algo densa, probablemente
por sus intrigas palaciegas que nos oprimen al igual que le sucede a Kaguya,
que no puede mantener el vínculo que le gustaría con la naturaleza. Demostrando
que la opresiva sociedad del Japón imperial no está a la altura de ella, aunque
su canto libre y ecologista tampoco encontraría muchos seguidores entre el
planeta sometido al precio del barril de petróleo en el que vivimos.
El
personaje del padre simboliza el carácter materialista de la humanidad, ante
una sumisa mujer que ni pincha ni corta, aunque es más consciente de lo
incomprendida que se siente su hija adoptiva de acelerado crecimiento. Por
mucho que la imagen cautive a nuestra mirada, el paso de las aventuras de la
niña al de sus desventuras encerrada entre las paredes del palacio, espejismo
de ominosas pretensiones de capitalización de la felicidad, hace que decaiga la
atención a la narración, ya que el cuento de la princesa coartada ya suena a algo
desgastado. Esto no significa que Takahata no trate el tema con delicadeza,
pero sí que se ensimisma en el proceso y el contenido no llega a la altura de
la forma.
Cualquier
carencia narrativa que pueda tener la cinta queda perfectamente encubierta por
unas imágenes que nos hacen crecer y evolucionar junto a la pequeña Kaguya, ya
que viajamos a lo largo de toda su vida. El cuento de la princesa Kaguya saca
el máximo provecho a la animación y demuestra de nuevo el magistral buen hacer
de Takahata, pero el regodeo en exceso de la imagen impide ver mucho más allá,
y por momentos también bloquea el flujo de sentimientos del que siempre ha
podido presumir Ghibli.
6,5/10
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