miércoles, 16 de marzo de 2016

El cuento de la princesa Kaguya. La pequeña salvaje.

Título original:
Kaguyahime no monogatari
Año:
2013
Fecha de estreno:
18 de Marzo de 2016  
Duración:
137 min
País:
Japón
Director:
Isao Takahata
Reparto:
Animación
Distribuidora:
Vértigo Films





Isao Takahata se ha ido reinventando a sí mismo como artista a lo largo de toda su carrera, siendo cada una de sus obras una exploración de un nuevo territorio. Ese ánimo de expandir las posibilidades de la animación con películas como Mis vecinos los Yamada, le ha llevado a evitar someterse a los procesos convencionales y a demostrarnos que el horizonte de posibilidades que ofrece el universo animado está en continua expansión. Por eso su proyecto pasional, El cuento de la princesa Kaguya, ha generado una considerable expectación entre los seguidores de Ghibli y de su obra, porque prometía dar un nuevo salto al vacío y brindarnos una película de estética prodigiosa. Tres años después de su estreno nipón –que tras su longevo proceso de gestación no suena a tanto-, llega esta producción a nuestro país, y supone una visita obligada al cine porque es un nuevo ejercicio de despliegue de originalidad del veterano Takahata, aunque el peso del folclore japonés pueda cargar en exceso. Pero estamos hablando de Ghibli, así que hay que estar receptivo para aprender de la cultura japonesa con cada una de sus películas.



Como se podía apreciar desde la primera imagen publicada de la pequeña princesa salida de un bambú, la animación iba a combinar un carácter primigenio de los bocetos con un toque de color que recuerda a aquellos fotogramas tintados de los comienzos de la historia del cine. El movimiento de los trazos de tinta es sencillamente maravilloso, jugando con el proceso de animación en cada escena. Pero como siempre, el proceso formal no tiene por qué estar a la altura del contenido. Y aunque la historia de la princesa Kaguya en ningún momento provoca aburrimiento y es un llamamiento a la independencia y la autodeterminación femenina, tampoco captura como lo hizo la traumática La tumba de las luciérnagas o entretiene como lo hizo con la descarada Pom Poko. Resulta algo densa, probablemente por sus intrigas palaciegas que nos oprimen al igual que le sucede a Kaguya, que no puede mantener el vínculo que le gustaría con la naturaleza. Demostrando que la opresiva sociedad del Japón imperial no está a la altura de ella, aunque su canto libre y ecologista tampoco encontraría muchos seguidores entre el planeta sometido al precio del barril de petróleo en el que vivimos.

El personaje del padre simboliza el carácter materialista de la humanidad, ante una sumisa mujer que ni pincha ni corta, aunque es más consciente de lo incomprendida que se siente su hija adoptiva de acelerado crecimiento. Por mucho que la imagen cautive a nuestra mirada, el paso de las aventuras de la niña al de sus desventuras encerrada entre las paredes del palacio, espejismo de ominosas pretensiones de capitalización de la felicidad, hace que decaiga la atención a la narración, ya que el cuento de la princesa coartada ya suena a algo desgastado. Esto no significa que Takahata no trate el tema con delicadeza, pero sí que se ensimisma en el proceso y el contenido no llega a la altura de la forma.



Cualquier carencia narrativa que pueda tener la cinta queda perfectamente encubierta por unas imágenes que nos hacen crecer y evolucionar junto a la pequeña Kaguya, ya que viajamos a lo largo de toda su vida. El cuento de la princesa Kaguya saca el máximo provecho a la animación y demuestra de nuevo el magistral buen hacer de Takahata, pero el regodeo en exceso de la imagen impide ver mucho más allá, y por momentos también bloquea el flujo de sentimientos del que siempre ha podido presumir Ghibli.

6,5/10

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