Después de “La Vida
de Verónica”, la cinta polaca que le daría a su director gran notoriedad en
Cannes, y de una importante carrera en la televisión que dejaría, entre otras
cosas, esa maravillosa serie de películas conocidas con el nombre de Decálogo; Krzysztof
Kieslowski se lanzaría definitivamente a la conquista de Europa instalándose en
Francia y encarando su proyecto más ambicioso: La trilogía de los colores.
La que posiblemente
se trata hoy de su cumbre cinematográfica, comenzó su rodaje en 1993 con Azul y
finalizaría un año después con el estreno de Rouge, el cierre de la trilogía.
Poco tiempo para realizar tres películas, pero es evidente que Kieslowski supo
aprovecharlo bien. La trilogía aborda los tres colores de la bandera francesa
junto con el ideal representativo de cada uno y tenía la intención de remover
esos ideales (libertad, igualdad, fraternidad) y ponerlos sobre la mesa en cada
cinta. Pero el polaco no se especializaba ni se especializaría en cine social
ni político, no le interesaba encarar estos ideales tan politizados desde una
mirada de ese tipo. Cualquiera que conozca el cine de Kieslowski sabe que lo
suyo es la condición humana, y su visita al lema revolucionario sólo podía ser
de una manera: una reflexión sobre el ser humano.
Así, una historia
sobre el dolor (Azul) reflexionaba subrepticiamente sobre la libertad; la
historia del matrimonio trunco de un polaco y una francesa (Blanco) era en el
fondo un tratado sobre la igualdad, y la complicada historia entre dos almas a
la deriva (Rojo) pretendía versar sobre la fraternidad. Así era Kieslowski,
siempre críptico, pero con una sensibilidad que traspasaba la pantalla. Aquí,
además, contó en las tres películas con la composición del extraordinario Zbigniew
Preisner y su inolvidable música, así como con tres directores de fotografía
que dieron en el clavo con su trabajo visual y que, en al menos dos, hicieron
gala de un virtuosismo superior a la media.
Azul.
El ser humano y sus ataduras
Juliette Binoche fue
la cara de Azul, la película que daba inicio a esta trilogía. El drama
intimista que sigue de cerca a Julie y su tragedia, un accidente en el que
pierde a su familia filmado en unos pocos planos con una maestría asombrosa, le
sirvió al polaco para reflexionar sobre la libertad desde un punto de vista existencialista,
buscando los verdaderos alcances de la libertad absoluta que un animal social
como el hombre podía alcanzar.
El personaje
principal de la película busca desligarse de todo, convertirse en una persona
diferente y no volver a sentir. Esa es su respuesta a la tragedia, su deseo de
no volver a sentir un dolor como el que la pérdida le ha causado. En el medio,
el pasado no la deja ir y la enfrenta constantemente con ese tan postergado
duelo.
Como habíamos dicho
antes, Kieslowski renuncia a cualquier tratamiento social del tema y se
concentra en el ser humano, aunque la mujer viviendo sola y comportándose
diferente a lo que lo haría una mujer normal en nuestra sociedad le deja pie
para soltar alguna que otra pequeña idea sobre la mujer independiente.
El arma del director es
el primer plano, muy pegado al rostro de Binoche por momentos, como si
escudriñar su alma quisiera, dejando claro que es su lucha interna la que nos
interesa. El trabajo de la actriz es asombroso, un trabajo de contención emocional
que nadie alcanzaría a igualar en esta trilogía, ni siquiera el maravilloso
dueto de Jacob-Trintignant en Rojo del que ya hablaremos. Es la película más
emocional de la trilogía y también la más experimental, pues tanto el juego con
los tonos azules de la fotografía como el uso de la banda sonora toman riesgos
que no tomará en las siguientes películas. La crudeza de los sentimientos y lo
desgarrador de la historia permiten perdonar alguna que otra falta de sutileza,
si así se la puede llamar, y dejan a Azul como la favorita de muchos y también
como la más difícil de quitar de tu cabeza.
Blanco.
No hay nada como el hogar
Un excelente Zbigniew
Zamachowski y una bellísima y solvente Julie Delpy, protagonizan la película más
bastardeada de la trilogía. Aviso desde ya que es para mí la más completa. Es
fácil caer en la trampa fácil y considerarla menor por su empaque ligero, de
comedia alejada casi completamente de todo lo que el polaco había filmado
antes, y también es fácil quedar rápidamente descolocado y perder de vista todo
lo que la cinta muestra en el subtexto, ya que no es ésta una cinta para ver
ligeramente.
Si Azul era
virtuosismo lírico, intimismo y experimentación, Blanco supone más una historia
bien calculada, con personajes menos cercanos y empáticos y más dependientes de
un guion magistral y enrevesado.
En ella Karol,
nuestro protagonista, enfrenta un juicio por divorcio iniciado por su esposa
debido a que sufre impotencia y no logra consumar el matrimonio. Descubriremos
pronto que el problema de Karol es más psico-somático, provocado por su
estancia en una Francia a la que considera hostil, y en la que se siente
inseguro. “¿Dónde está la igualdad?”, clama al juez intentando ganar su favor y
atajarse de una posible discriminación por su condición de polaco que no habla
francés, a pesar de que el juez no ha dado señales de discriminarlo. Es
interesante la propuesta del director en los inicios de la cinta: un polaco con
claro complejo de inferioridad en un país extranjero que al llegar a su patria
se va convirtiendo en más suelto, seguro y con mejor suerte.
Esos resabios de
nacionalismos europeos, que socaban desde la propia mente del ser humano
nuestra condición de “iguales” es uno de los temas mediante los cuales
Kieslowski aborda la igualdad, el segundo ideal de la bandera francesa. Pero no
se queda allí, ya que la trilogía hace mucho énfasis en las relaciones y el
polaco se guarda una carta demencial que descubre en la infernal media hora
final. Dado que ahí está la chicha de la cuestión, no queda más que el
espectador lo descubra por sí mismo.
Blanco es un reloj
cuyas piezas funcionan a la perfección y que Kieslowski firma con maestría. El
arma fundamental de la cinta son las secuencias gemelas que se suceden primero
en Francia y luego en Polonia y que reflejan con mucho humor y talento visual,
el estado de ánimo del protagonista en un sitio y otro. Si bien es cierto que
la fotografía en donde predomina el blanco es estéticamente más discreta que
las otras dos, Preisner vuelve a cumplir con su música.
Rojo.
El Destino recompensa
Muchos la consideran
la mejor, pero a mí personalmente me parece la menos lograda. Es cierto que es
fascinante en muchos tramos y es lo suficientemente críptica como para dejarte
con la idea de darle una nueva oportunidad algún día, pero de momento sólo
puedo decir que me ha parecido la más inaccesible, no sólo por el desarrollo
del drama que siempre parece estar yendo a ninguna parte, como también por las
trasnochadas ideas que el director puso en la conclusión, de manera que fuese
una especie de compendio de las tres.
La fotografía con el
rojo predominante vuelve a alcanzar los niveles de perfección estética de la
primera parte y Preisner cumple aunque en mi opinión de manera más discreta.
Pero la verdadera chicha de la cinta está en los dos personajes y su relación,
una especie de amor platónico entre dos personas cuyas desastrosas vidas
parecen estancadas y caminando inminentemente hacia la infelicidad. Brillan en
sus interpretaciones Jean-Louis Trintignant y sobre todo la musa de Kieslowski,
Irene Jacob, con la que ya había trabajado en La Doble Vida de Verónica.
Kieslowski vuelve a
aportar detalles maravillosos desde su dirección, como esa enorme pancarta de
la publicidad de chicle que protagoniza nuestra chica, Valentine, que debido al
viento ondea cual roja bandera de fraternidad en medio de una ciudad repleta de
personajes egoístas. Sí, muchos se pierden y se olvidan que esta cinta toma a
la Fraternidad como su ideal insignia, una fraternidad que se presenta como
perdida en la ciudad y a la que Valentine le hace honor con sus acciones. No
por nada aquí veremos resuelta una de las situaciones que se repitió en las
tres películas, aunque no puedo decir nada más sin hacer spoiler.
El polaco toca temas
conocidos en su filmografía y se enfoca en las pequeñas decisiones que tomamos
día a día y que van configurando nuestro futuro y definiendo nuestro destino. El
final es quizá lo más problemático, si bien es cierto que enfatiza el carácter meta-referencial
de esta película y sirve para dar un cierre feliz a esta historia, la más
luminosa de todas, a pesar de su empaque trágico. Si en Azul el dolor puede
superarse pero la vida sigue siendo dura, y en Blanco todos son a su manera
egoístas y van por su cuenta, en Rojo el destino recompensa y corrige su rumbo.
Si bien Kieslowski se pone críptico y no nos da todas las respuestas, se puede
intuir que esas pequeñas obras de Valentine tendrán su fruto.
Rojo es difícil pero
es igualmente gratificante, no es perfecta pero quizá sí sea un cierre
perfecto. No se puede negar que a través de sus tres películas, el autor polaco
supo actualizar los ideales franceses y
los puso sobre la mesa de una forma tal que todos podamos alcanzarlos y
sentirnos identificados. Y es en la última cinta, donde vemos a esos tres
ideales “sobrevivir al naufragio” de la sociedad moderna, volver a nacer en medio
de tantas trabas y encontrar ese lugar en donde florecer. Ese es el testamento
cinematográfico de Kieslowski, que no volvería a filmar debido a su muerte unos
años después. Y es por la perfección de dicho testamento, por lo que hoy lo tenemos
merecidamente en los anaqueles de la historia del cine.
Fue difícil encontrar críticas que no se deshicieran en elogios (hablo de Red). Tal vez no le presté suficiente atención, pero creo que esta película en un compendio de elementos que no están bien integrados. No la sentí orgánica. Puede que sea un problema mio, pero todas las críticas que leí eran pura alharaca, totalmente vacías; empezaban y terminaban en elogios, sin abordar nunca un análisis (cosa que no sucede en esta crítica). Por momentos me parece hasta torpe el desarrollo de las "ideas" argumentales, poco creíble, todo muy acartonado. Es posible que hayan exagerado?
ResponderEliminarEn azul por ejemplo, la protagonista toma un caramelo azul y lo muerde desesperadamente. Que hay de sutil en eso? Es de una torpeza hasta infantil diría. Igual tiene buenos momentos, pero no son todos.
Sinceramente me gustó más La doble vida de Veronica, menos pretenciosa, y sobre todo la música está mejor integrada porque aparece en su mayoría no como un agregado incidental sino dentro de las propias acciones, lo cual no sucede en Blue, en donde la música aparece dentro de la imaginación de la protagonista. No está mal, pero es una licencia. En fin, tenía que desahogarme, no me gustó para nada Red. Ni un poco.