sábado, 3 de junio de 2017

Master of None. El amor en tiempos de diversidad y libertad




Ya a finales de 2015 el norteamericano de raíces indias, Aziz Ansari, había sorprendido con una propuesta de inigualable frescura a todos esos usuarios de Netflix que nos empezábamos a aburrir del camino dañinamente industrialista que dominaba el hacer televisivo de la plataforma. Con el antecedente de la “Unbrekeable Kimmy Schmidt” de Tina Fey, Netflix construía, quizá sin darse cuenta, un nicho para las comedias independientes que hoy se cuentan orgullosamente entre lo más interesante que han dado en cuanto a producciones originales (“Easy” de David Swanberg y “Lady Dynamite” de María Banford son imprescindibles para cualquier seriéfilo). Sin los focos apuntando hacia ellas (Daredevil y demás series superheroicas), sin la consigna de atraer mediante el impacto (13 Reasons Why), sin la obligación de recuperar altísimos presupuestos (la malograda Sense8) y sin grandes estudios de mercado delineando su desarrollo (Strangers Things), las comedias de Netflix se centraron más en las inquietudes personales de sus autores, las cuales las convirtieron en productos más minoritarios pero de incontestable interés. Pero pocos podían prever que aquél germen plantado por el comediante de origen indio, esa pequeña serie que hablaba de las relaciones amorosas basado en la experiencia y vasto conocimiento del autor (escribió un libro sobre el tema junto al sociólogo Eric Klinenberg) podía dar el salto definitivo en cuanto a apuesta formal que necesitaba para ser reconocida como fenómeno: el resultado es la primera obra maestra de Netflix y una ficción que apunta seriamente a compartir el panteón junto a series como Los Sopranos.

Ya en los créditos iniciales del primer episodio, Ansari te recuerda que no estás en una comedia al uso. Esas campanas sonando en blanco y negro, esa puesta decididamente neorrealista, esos espacios y gentes casi sacados de otro tiempo; el primer episodio de Master of None es una muestra de la maestría que nos acompañará durante 10 episodios, incluso cuando abandonemos Italia y la fotografía recupere sus colores. Aquí, Ansari empieza a firmar su velada carta de amor al cine y su decisión de tirar por la borda esa injustamente acusada austeridad formal y narrativa que dominaba la primera temporada. La vida de Dev, este neoyorquino de inconveniente etnia que intenta triunfar profesionalmente en el mundo del espectáculo a la vez que busca reconstruir su vida sentimental, será reflejada en una serie de pequeñas historias empaquetadas en los más diversos formatos narrativos: llegaremos a tener un episodio de más de una hora (la mejor película romántica que el cine independiente norteamericano dio en la década seguro) en que Ansari demostrará que tiene la misma solvencia en tiempos largos que en cortos; tendremos un capítulo coral donde Nueva York será la protagonista e incluso tendremos un segmento protagonizado por un personaje sordo que transcurrirá durante unos 10 minutos en el más absoluto y envolvente de los silencios. Sí, Aziz Ansari viene a reclamar el título de autor que algunos incautos no quisieron concederle hace año y medio, y de paso demuestra ser un autorazo con todas las letras y las mayúsculas.



Aun cuando la construcción que Ansari hace del personaje de Dev, muy deudora del origen ‘standupero’ del autor, no parece ser del agrado de todo el mundo, no se puede negar la cualidad de filósofo especializado que tiene el comediante indio en cada uno de los temas que trata. Si lo has subestimado en el pasado, te has equivocado: Anzari no sólo sabe de lo que habla, sino que hoy me parece uno de los escritores más capacitados para llevar a pantalla el dificilísimo tema de la evolución de las relaciones familiares y amorosas en un mundo de diversidad cultural y racial como el nuestro. Más aún, es una mente sensible a las cuestiones de género y su aporte intelectual al mundo de las relaciones en un contexto de progresiva liberación sexual y sentimental de la mujer es casi tan grande como la capacidad que tiene de plasmarlo en un guion de 30 minutos que no contiene una sola línea de discurso expositivo. Muy probablemente marcado por sus experiencias personales, unos de los temas troncales de Master of None es la dificultad que encuentra el género masculino, ya desechada su condición de colectivo privilegiado, para adaptarse a las nuevas condiciones que la modernidad amorosa impone.



La galería de personajes diversos que escapan a la normatividad nos llevan de la mano por diversos problemas de la vida moderna, donde la relación con un mundo tradicional preexistente y en vías de extinción es un elemento de constanste presencia: Hombres dominantes que deben enfrentar las decisiones de su ex-pareja, homosexuales que deben enfrentar a sus padres o jóvenes que necesitan despegarse de las tradiciones religiosas que pretenden imponerse como elementos identitarios de la propia etnia. Master of None es revolucionaria, pero no le interesa mandar un mensaje incendiario contra las viejas ideas sino mostrar momentos de la cotidianeidad en que los dos mundos se encuentran y conviven, más allá que no siempre se da de maneras fáciles y pacíficas. Ansari logra que su discurso estudiado y preciso nunca aparezca por encima de los personajes, los verdaderos amos del show debido al cuidadoso detalle y profundidad que tiene hasta el más insignificante de todos ellos. Así, Master of None cosecha logros en un terreno en que una de sus hermanas, 13 Reasons Why, tambaleaba este año: confía que el desarrollo dramático propuesto disponga al público a pensar en los temas presentados sin que estos tomen una abusiva sobre-exposición en pantalla, aunque también la ayuda que sus temas sean mucho menos incendiarios que los de aquella.



El racismo siempre limitante, la vampírica naturaleza de la industria del entretenimiento y la creciente dificultad para relacionarse con el género opuesto; son todos elementos que dibujan el carácter inevitablemente trágico de un personaje principal que busca desesperadamente y sin éxito a la mujer que lo complete y a la vida de estrella por la que tanto lucha. Aun cuando el final de esta temporada ha sido más sombrío de lo esperado, podemos intuir que Dev es un personaje que siempre se repone y al que el fracaso nunca lo detiene. Él sonríe a la vida y nos demuestra que la misma es un aprendizaje constante, que nunca somos ni seremos expertos ni dominadores de esa inabarcable masa de seres diversos que nos rodean, y mucho menos de las formas en que se relacionan.



Que en un año en que el formalismo vacío de series como American Gods, la ficción de ese bastardo y deforme hijo de David Lynch que es Bryan Fuller, querían mostrarse a la vanguardia de la televisión, una serie como Master of None que se desmarca de la industria de esta manera y que vuelve por el espíritu perdido de aquellos inocentes orígenes de la televisión noventera, es una experiencia más que terapéutica para el televidente agotado. Y que haya salido de una de las industrias más rígidas como lo es Netflix, acrecienta el sentimiento romántico de equivocación que me transmite la ficción: Master of None es un pequeño error en el sistema.

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