Empieza un año más el
Festival de cine alemán de Madrid, su 19º edición ya. En esta
ocasión, cambia de sede, tras el cierre de los Palafox. Se mudan al
Palacio de la prensa, junto a la céntrica Plaza de Callao, para
traernos deutsch geschmack (espero
no haber metido la gamba) a los paladares de los cinéfilos
madrileños. La película elegida para la apertura ha sido Las
flores de antaño (Die blumen von gestern)
de Chris Kraus, de quien ya se pudo ver su película Cuatro
minutos (Vier minuten) en
anteriores ediciones del festival.
No
puedo ocultar que como comienzo del festival, ha sido un tanto flojo,
sobre todo si en mi memoria aún recuerdo el buen regusto que me dejó
el año pasado Fukushima,
mon amour. En Flores
de antaño, Chris Kraus nos
presenta una comedia romántica con el Holocausto como telón de
fondo. Quizás los espectadores habituales de la muestra pensaron por
unos instantes que el espíritu de la película Ha
vuelto sobrevolaría por la
cinta de Kraus, pero nada que ver.
La
película comienza apostando fuerte por el tono cómico, aunque según
avanza el metraje, hay cierto giro hacia el dramatismo, sin llegar a
convencerme cómo se entremezclan ambos, sin lograr un tono uniforme
para su película sino más bien que uno irrumpe en la otro en cierto
momento, causando un punto y aparte en la película, rompiendo la
película en dos. Igualmente esa primera parte de comedia más pura
tampoco me estaba conquistando, la película empieza poco atractiva y cuesta
congeniar con el protagonista masculino. Además, a pesar de que
integra elementos con el fin de romper con ciertos tópicos, como la
normalización del adulterio, la defensa de una pelea por parte de
una mujer o el retrato de una víctima del Holocausto desdramatizada
y con sentido del humor; la mayoría de estos elementos están usados
más con fines cómicos y enfocados al gag que como verdaderos
recursos del guión de base más profunda. Esto, aparte de conseguir
que el guión pierda fuerza por momentos, hace que su comicidad no
sea fluida, sino forzada, restando naturalidad.
Es
una pena, porque se vislumbra en el fondo una interesante tesis, la
de que hay que combatir el mal con su antítesis; la tristeza con el
humor, la muerte con la vida. Pero la película, como tal, no es tan
interesante. Estamos, ante una comedia romántica más convencional
de lo que ella misma le gustaría, con una mezcla tonal que empaña
su ritmo narrativo, gags forzados y sin un guión que fluya como era
de esperar. Al final, aunque tengamos delante a actores competentes
como Lars Eidinger (Personal
Shopper, Viaje
a Sils Maria) o Adèle
Haenel (Casa
de tolerancia, Les
combattants, La
chica desconocida), la
película no logra dejarnos ni poso ni huella, y desde luego esta
sensación no puede considerarse como algo positivo.
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