Acabamos con esta entrada
con el 19º Festival de Cine Alemán de Madrid.
Vimos Las
flores de antaño en la inauguración, Algol
y El día más hermoso al día siguiente, Marija
y Destino Espacial: Venus al tercer día, Victoria
por tocado, Decoder y Somos el diluvio en
nuestro penúltimo acercamiento y hoy hablaremos de las dos películas
que más he disfrutado en la edición de este año.
Las manos de mi
madre (Die hände meiner mutter)
es la obra que cierra la trilogía (en términos argumentales) sobre
la violencia doméstica que Florian Eichinger empezó en 2008 con
Bergfest y continuó
en 2013 con Nordstrand.
En esta ocasión, el punto de partida surge desde un punto de vista
más inusual, una historia sobre abusos sexuales por parte de una
madre a su hijo, centrándose así en esos casos donde es la mujer la
que comete el abuso (un 10/20% de los casos). Pero este hecho es solo
una anécdota, una curiosidad, y no es lo que hace destacar y
sobresalir a Las manos de mi madre
entre muchos otros dramas familiares referentes a este espinoso tema.
Es el tratamiento serio y cuidado que hace del mismo, carente de
efectismos y escenas de impacto gratuito, del tiempo que se toma en
indagar en la figura del protagonista para hacerlo tridimensional.
Un
ejemplo en este sentido es la elección de contarnos los flasbacks de
la infancia que nos relatan el trauma del protagonista usando el
actor en su versión adulta. Por un lado sirve para evitar el impacto
y el morbo de ver a un niño en dichas situaciones, pero además (y
sobre todo) lo usa para dar trasfondo al personaje adulto. Cómo el
pasado del personaje sigue vivo en el presente, cómo Markus (el
protagonista) sigue en cierta manera anclado a esos momentos que
reciñen acaba de recordar. También supone especial interés en la
película que no se regodee en la desgracia, sino que la trate lo más
natural posible, y no solo ligada al personaje principal, sino que,
según la película va tirando del hilo, podemos ver como va
desgranando su situación familiar y cómo afecta a todo el entorno.
Eichinger no solo sale bastante airoso de un tema delicado que con
frecuencia se trata de manera tremendista y truculenta, sino que
consigue un relato bien sostenido y de calado reflexivo y emocional.
Y
como viene ya siendo habitual en el festival, este año también
tuvimos nuestra ración de cine clásico en versión restaurada. El
año pasado disfruté de lo lindo con Las
tres luces de Fritz Lang, y
este de nuevo caí rendido ante Dupont su Varieté
de 1925. Se proyectó la versión restaurada que se presentó en la
Berlinale de 2015, acompañada musicalmente por el pianista de cine
mudo y multinstrumentista británico Stephen Horne y por el
percusionista y artista de la improvisación Martin Pyne, con gran
acierto.
Varieté
nos relata, a modo de flashback, los hechos que han llevado a Boss
Huller a llevar diez años en prisión. Una historia de amor y celos,
muy clásica, que destaca especialmente por su tratamiento visual,
sin duda deudor del camarógrafo Karl Freund. Contiene escenas para
el recuerdo, como las relativas al circo o las del final, pasando por
infinidad de primeros planos, picados y contrapicados muy
expresionistas, que junto a un montaje bastante dinámico, captan y
promueven las emociones al espectador. Inmenso, una vez más, Emil
Jannings, que hasta de espaldas es capaz de transmitir. Esa mirada
final es difícil de olvidar. Era una de las películas favoritas de
Billy Wilder y no se puede decir que el director tenía mal gusto.
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