Tras el comienzo del 19º
Festival de cine alemán de Madrid con Las flores de antaño,
ayer pudimos ver dos propuestas bastante distintas. Por un lado,
expresionismo alemán de 1920 pero con mensaje más actual imposible.
Por otro, una comedia dramática de toque más comercial sobre
enfermos terminales. Realmente ninguna de las dos propuestas me
sedujo como era de esperar, pero mejor vamos por partes.
Asistimos a la primera de
las películas que integran el ciclo überAll, dedicado a la
ciencia ficción y cyberpunk en el cine alemán, donde pudimos ver
Algol, la tragedia del poder. Un ciclo que me interesaba
bastante desde que se anunció, la verdad y que se agradece, en
particular, propuestas como la de Algol, películas difíciles de
encontrar y de visionar (prácticamente imposible en pantalla grande)
si no es por iniciativas como ésta. La película de 1920 nos habla
de un tema que no nos es nada indiferente, como sería el monopolio
energético, el capitalismo y el poder como destructor de la moral
humana. Sin duda, la obra de Hans Werckmeister es bastante
interesante, aunque no deje de presentarse el tema más bien como un
cuento moral, más que como una crítica más elaborada. De hecho, si
artísticamente se la compara con la contemporánea El gabinete
del doctor Caligari, Algol queda bastante deslucida. Abusa de los
interludios, su ritmo decae a mitad de la obra y sólo es al final
del último episodio cuando vuelve a cobrar cierta fuerza, sus
personajes (sobre todo el propio Algol) no son ni tan icónicos ni
siquiera interesantes a nivel de historia, teniendo poco peso
dramático y siendo más bien “objetos” con los que personificar
conceptos.
Se hace interesante al
contextualizarla en su época, finales de la Primera Guerra Mundial,
y porque siempre es un placer ver actuar a Emil Jannings, aunque este
papel esté lejos de sus memorables actuaciones en grandes clásicos
como El último, El ángel azul, La última orden
o Fausto, personaje similar en esencia al Algol de aquí, pero
mucho mejor trabajado por el maestro Murnau. Luego, si pensamos en
las expectativas personales de verla incluida en un ciclo de ciencia
ficción, se entiende también la leve desazón, ya que aunque la
energía venga de una estrella lejana y Algol pudiera ser tildado de
un ser “extraterrestre”, la acción transcurre en nuestro planeta
y los problemas morales que se debaten con más terrenales sin cabe
aún.
Cambiando de tercio, nos
adentramos en la comedia El día más hermoso, de Florian
David Fitz. De marcado espíritu comercial, este segundo largometraje
tras las cámaras del también actor (coprotagonista aquí junto a
Matthias Schweighöfer), es una road movie sobre dos enfermos
terminales que deciden pasar sus últimos momentos buscando 'El día
más hermoso', lo que les llevará a una delirante aventura por
África. La película tiene la valentía de hacer humor y buscar la
comedia donde lo lógico sería apostar por el drama, y consigue que
el dúo de actores resulte compenetrado y simpático en la mayoría
de ocasiones. Pero pocas más virtudes se pueden decir. No es
original el planteamiento (creo que tampoco lo pretende), abusa de
efectismos y resoluciones cuestionables para ganar dramatismo, a
costa de venderse al recurso fácil y giro de guión previsible. No
es que como pura comedia fuera nada que no hayamos visto, pero al
menos era honesta con sus intenciones, pero esos pronunciadas escenas
que apuestan por la más burda de las tretas lacrimógenas echan por
tierra cualquier atisbo de poder defender la película como un
divertimento únicamente desvergonzado.
Podría haber reforzado esa
vertiente, reírse de todo y no aleccionar con frases y escenas de
manual, pero parece que no le era suficiente. Simpática a ratos,
cansina a otros tantos, El día más hermoso es un amasijo de
escenas cómicas, unas más afortunadas que otras, que quieren volverse
trascendentes mediante triquiñuelas de guión. Al menos vamos
avisados desde el minuto uno de película de sus intenciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario