martes, 27 de junio de 2017

The Handmaid's Tale. Miedos del pasado hechos presente





Para muchos la nueva serie de Hulu, The Handmaid’s Tales, es la serie del año y de las mejores del último tiempo. A mí que siempre me ha gustado poner paños fríos cuando explotan estas reacciones a lo largo y ancho de las redes sociales, me resulta imposible negar que la ficción basada en el libro de Margareth Atwood tiene todos los elementos que requiere una ficción de éxito en estos tiempos: el tema es de candente actualidad en Estados Unidos (el triunfo de los sectores más añejados de la sociedad de la mano de Trump ha generado miedos en esta dirección); la distopía machista que retrotrae la sociedad a cierto oscurantismo, sumado al hecho de que la obra literaria en que se basa es de los 80, permite discutir el feminismo en base a fórmulas menos polémicas y con menos capacidad de molestar a alguien; y además la producción es de primer nivel, siendo la pomposa puesta en escena lo que más le da cierto barniz de producción importante. Es obvio que, al igual otras series hermanas que han sido criticadas por mí como American Gods y Westworld, es una serie que está comercialmente preparada para que un público muy específico la reciba con vítores y la difunda como producto de diferencial calidad. Más allá de que siempre soy enemigo de estas tendencias de la industria, y más allá de que no estoy nada de acuerdo con quienes dicen que estamos ante una serie de calidad extraordinaria, creo que The Handmaid’s Tale sí logra ser un producto valioso dentro de estos límites y que está muy bien que se la esté levantando como bandera de la causa feminista en el más feminista de los años de producción televisiva norteamericana.

En The Handmaid’s Tale afrontamos una distopía en la cual, debido a problemas mundiales que apenas logramos vislumbrar, pero que mucho tiene que ver con una plaga de infertilidad en las mujeres, un grupo religioso logra hacerse con el poder en Estados Unidos y cambiar por completo la vida de las personas en aquella “tierra de libertad”. La narración es bastante convencional, siguiendo la moda del flashback para contar la vida personal de la protagonista. Con un montaje impecable y un manejo soberbio del ritmo y la dosificación de información, vamos descubriendo cómo funciona ese mundo: empezamos con una primera mirada a un mundo cerrado de clase alta (compuesta por la familia tradicional y la “criada”, nombre que recibe aquella mujer fértil secuestrada por el estado y destinada a la familia para conseguir el deseado hijo, al mejor estilo de Agar la esclava de Sara y Abraham), y vamos descubriendo un amplio mundo donde existen los rebeldes, los marginales y las comunidades vecinas, las cuales orbitan alrededor de la principal que ha logrado obtener el poder debido al control de las mujeres como objetos de intercambio. Como toda distopía comercial que se precie, tiene sus imágenes horribles y su intensidad dramática correspondiente, sin embargo hay mucho más en esta producción para rascar una vez que pasamos lo superficial.



Ignoro cuánto hay de Atwood y cuánto de los guionistas que han sido llamados a estirar la historia de la criada para una cuantas temporadas, como manda la santa industria, pero si toda la modernidad que transpira la crítica feminista en The Handmaid’s Tales viene de la autora de la novela, está claro que es una de las grandes mentes del feminismo moderno (y lo digo desde la total ignorancia de su figura). Más allá de los grandes aspectos superficiales que la historia nos va revelando, hay pequeños detalles que van sedimentando una reflexión más potente. La historia nos pone constantemente cara a cara contra esa sociedad como villana, pero también se toma el tiempo de mostrar los matices dentro de ella y de darnos pequeños vistazos a la vida de las mujeres de alta alcurnia que también son, en otros sentidos, víctimas y marginales en ese sistema patriarcal. Los lazos horizontales que nacen entre las criadas, las pequeñas chispas que empiezan a construir una conciencia rebelde y dan el puntapié a la acción colectiva, están tratados con una modernidad abrumadora. Y si faltaba más, también se da el lujo de criticar la actual sociedad norteamericana, muchas veces idealizada, mostrando criadas que dudan si sumarse a las conspiraciones rebeldes porque su vida ha mejorado rotundamente desde que el mundo cambiara. Todo lo que pasa en la serie invita a la reflexión profunda sobre problemas que son muy actuales.



Mucho se ha hablado de la virtuosa puesta en escena de la serie y sobre todo de su iluminación. Creo que si bien es admirable el trabajo de la luz y la coreografía de las escenas que implican mucha gente, la serie cae constantemente en un problema cada vez más extendido de la tv de USA, que es la glorificación de un preciosismo vacío que entiende que estas cuestiones hacen mejor al producto y se olvidan de que todo en la puesta debe intentar contar algo. De esta manera es mucho más interesante un plano de nuestra protagonista inclinada en el lavabo frente a una pared cuyas marcas ayudan a intuir la presencia de un desaparecido espejo, que aquellos aparatosos planos en que focos gigantes de luz irrumpen en escenarios oscuros simplemente porque se ve bonito. La fotografía de The Handmaid’s Tale no aporta demasiado a la narración pero seguro que ha llenado la pc de los fans de bonitos wallpapers.



Elisabeth Moss vuelve a aparecer en escena para demostrar que es la cara femenina más talentosa de la televisión componiendo a un personaje difícil y desafiante, que debe mostrar distintas caras a lo largo de todo el relato: la mujer feliz del pasado, la mujer sufriente del presente, la sumisa hipócrita frente al jefe, la conspiradora combativa frente a las criadas y la mujer quebrada psíquicamente en lo más profundo de su intimidad. También a destacar la compleja psiquis del personaje de Joseph Fiennes que pasa de una sospechosa amabilidad a un despotismo psicópata con el que enrarece cada ambiente en el que participa. Muy interesante también como oscila entre el papel de villana y víctima Yvonne Strahovski, con su personaje que arranca como líder de “las mujeres de bien” que lentamente va notando lo falso de su posición de poder.



Si fuera quien la va a enfrentar por primera vez, no la encararía como la gran producción de los últimos años que muchos están vendiendo, sino más relajadamente como un producto digno. Si la serie de Hulu es un acontecimiento este año, seguro que no es por lo que aporta al inmenso acervo de la burbuja televisiva estadounidense, sino por lo inteligente y desafiante de cada uno de sus planteos y por el contundente cuestionamiento político a una realidad más cercana de lo que se intuye, a unos miedos del pasado que se han vuelto muy presentes. No hay nada rupturista en esta ficción; no lo necesita. Además… ¡Que estamos en el año de Twin Peaks! Las palabras “mejor serie de los últimos años” deberían quedar temporalmente prohibidas.


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