Safari
Año:
2016
Fecha de estreno:
17 de Marzo de 2017
Duración:
91 min
País:
Austria
Director:
Ulrich Seidl
Reparto:
Documental
Distribuidora:
Noucinemart
Como todo tema susceptible de ser
debatido, la caza cuenta con adeptos y detractores. Por ello conviene
contextualizar los ritos y costumbres de ese hobby tan extendido, que tan certeramente plasmó Carlos Saura en su
simbolista retrato de la España de los vencedores, La caza. Ahora es el turno de Ulrich Seidl. El provocador cineasta
austriaco se desplazó a Namibia para seguir con su cámara a varios turistas
europeos, que encuentran en el fusilamiento de animales salvajes unos fogonazos
de adrenalina incomparables. El documental exhibe una atractiva estética, con
una simetría y unos juegos de colores que provocarían un orgasmo precoz a Wes
Anderson, y, sobre todo, un valioso tono irónico, mordaz y perversamente cómico.
Seidl no cae en un discurso que
ataque a sus protagonistas directamente, sino que deja que ellos mismos se
pongan en evidencia. Buena parte del metraje está dedicada al ejercicio de la
caza, a mostrar cómo se vive el proceso de localizar, rastrear y derribar a la
presa. Y otra considerable porción del tiempo se cede a los alegatos de los
turistas acerca de la caza, con discusiones acerca de los mejores calibres
dependiendo del grosor de la piel del animal y sobre las características de los
trofeos más preciados. Pero lo que más llama la atención es cómo ellos mismos
revelan con sus palabras lo que esconde esa práctica: racismo, con un discurso
condescendiente hacia los nativos africanos; hipocresía, ya que se vende
emoción y a veces se termina en ronquidos del propio cazador; el carácter
hereditario de estas aficiones, que se transmiten de una generación a otra como
algo triunfal… Incluso nos encontramos con conversaciones existencialistas que
buscan justificar la ejecución comercializada. Todo un catálogo de argumentos
que contextualizan al detalle una realidad que nos puede sonar lejana en el viejo
continente.
A los ocres y verdes de la sabana
africana se les suma el rojo de la sangre que envuelve el proceso de
despedazamiento de los animales recién derribados. Seidl también refleja los laboriosos
rituales de extracción de la piel -el trofeo por excelencia- y desmembramiento de
unos restos todavía calientes. Tan explícita es esa exposición que no nos priva de
presenciar la extirpación de los masivos intestinos de una jirafa. No se queda
ahí y también revela qué sucede con aquello que podía parecer inservible. Ahí
entran los nativos, de los que Seidl compone unos desgarradores retratos, en
los que los namibios apelan directamente al espectador con sus desamparadas
miradas. La sorna con la que se muestra la actividad de la caza no lleva ligada
un juicio directo que la desprecie, pero esos ojos nativos carentes de
esperanza valen para sembrar con eficacia preocupación en nuestro pensamiento.
7/10
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