No estoy seguro
cuántos se sorprenderían si les digo que Preacher es una de las más sólidas y
sorprendentes propuestas de la temporada seriéfila. Seguramente muchos,
pues las adaptaciones de comics que
pululan en el formato televisivo (quitando quizá al inflado pero
definitivamente diferente Netflix) pocas veces son shows tan ambiciosos desde
lo formal y lo narrativo. Basta ver lo que han hecho en Fox dilapidando el potencial del genial
comic de Neil Gaiman, Lucifer (y el éxito que ha cosechado la serie), para darse
cuenta por dónde van los tiros a la hora de afrontar una de estas adaptaciones
y qué es lo que busca su público objetivo. Y si bien puede haber excepciones
como la divertidísima (casi siempre) The Flash o cómo la compleja “Agents of
Shield”, en general son series que acaban sucumbiendo a sus formatos largos y
repetitivos, priorizando siempre que el producto sea fácilmente digerible a
costa de la calidad. AMC sin embargo ha querido seguir la estela de las horribles Outcast y
The Walking Dead (afortunadamente no les copia lo horrible), un formato más
reducido en episodios, una historia mejor planeada, una estética propia que hoy hace de Preacher una serie reconocible en cualquier
fotograma y, sobre todo, la voluntad de convertir el cómic en un universo
televisivo atractivo y coherente a la altura de los mejores ejemplos que se te
puedan ocurrir actualmente. Así el resultado del proyecto conducido por Seth
Rogen y Evan Goldberg con la colaboración de Garth Ennis (creador de este comic
de culto), logró el objetivo durante los 10 episodios que duró la temporada de
ponerse en la conversación y hacerse de rogar de cara a lo que pueda pasar el año próximo. Aanalizamos a continuación lo que nos deja la primera temporada evitando los spoilers.
A modo de western minimalista, muy alejado de la road movie esperada dado que el cómic se prestaba para ello, arranca la primera temporada de Preacher con nuestro protagonista Jesse Custer siendo un cansado predicador en el perdido (en todos los sentidos) pueblo de Anville, atado a una vieja promesa que lo obliga a intentar salvar al depravado pueblo y llevarlo hasta Dios. Mientras tanto, una extraña presencia sobrenatural llega a la tierra y comienza a visitar los templos en busca del huésped ideal, huésped que acaba siendo nuestro insignificante Jesse, que una vez invadido por ese extraño ente desarrollará una habilidad muy particular: la capacidad de obligar a otros a hacer lo que él quiera. Por primera vez en su vida tiene el poder para salvar a Anville con sólo unas palabras, sin embargo, ¿no es hacer trampa?
La decisión más polémica
que ha tomado Preacher es convertir esta temporada en precuela de la historia del comic, más que nada
porque generó incomodidad en los seguidores de la historia en papel acerca de
cuál sería la fidelidad de la serie al comic y porque ciertamente tenían poco
que contar. A la larga, si bien a la temporada le van a sobrar claramente dos
episodios (más o menos), el camino realizado en esta primera temporada ha
dibujado tan bien a los personajes que nos ha grabado a cada uno de ellos en la
memoria. El predicador no sólo se enfrenta a la dura decisión de sacrificar el
libre albedrío del pueblo en favor de ese bien evidente que es llevarlo hasta
Dios librándose así de la traumática promesa que lo ata, sino también empieza a
tener contactos con seres del otro lado y a descubrir que ese mundo
sobrenatural en el que ha depositado su fe es muy diferente de lo que le contaron.
De esta manera, las consecuencias de usar tan inmensos poderes con tan poco
conocimiento sobre el mundo sobrenatural se convierte en un verdadero peligro,
en particular cuando una simple orden de "servir a Dios", desata en que un
personaje de esta serie se convierta en un campeón del ateísmo, un super-hombre
en toda regla (no diré más que ya he coqueteado demasiado con el spoiler). Sus
compañeros no se quedan atrás. El vampiro irlandés, drogadicto y mujeriego
interpretado por Joseph Gilgun que nos trae recuerdos de su personaje en
Misfits, es fundamental para que Jesse se encuentre con un mundo de pecado,
condena y redención muy diferente al que explican los esquemas. Luego tenemos a
Tulip, la exnovia asesina a sueldo del predicador que funciona como lazo para
retrotraernos al pasado enterrado del protagonista y mostrarnos su lado más
desatado.
Desde la escena
inicial de la serie nos damos cuenta que la ficción no se va a cortar con el
gore y con el humor negro, dos marcas de identidad de esta serie y que están
muy de moda en estos días, asegurando que Preacher, pese a su narrativa
tranquila e íntima, tenga los momentos de explosión necesaria para convertirse
en un éxito masivo (intentando repetir el modelo de la olla a presión que tanto
éxito le trajo a la cadena con Breaking Bad, aunque a Preacher se le noten un
poco más las costuras de momento). Y es que no estamos ante una serie de
grandes jugarretas de guion ni de trama muy complicada, sino todo lo contrario.
Los sucesos de esta temporada se pueden reducir a unas pocas líneas, pues toda
la complejidad está en los personajes y en Anville, el pueblo que no sólo es el
lugar donde ocurren los hechos sino el gran protagonista de estos episodios. La
temporada no se salva de tener algunas tramas demasiado estiradas o algunos
momentos de mucha calma, producto directo de no tener una historia adecuada a
10 capítulos, así como también tiene dos momentos particulares (las dos que más
tienen el sello de las películas de Rogen y Goldberg) que no funcionan como
deberían o al menos no funcionaron conmigo. La que más resalta es la broma del season finale, quizá la más
arriesgada y la que menos consigue el efecto deseado, más allá que las
consecuencias narrativas de la misma son satisfactorias y filmadas con
solvencia y potencia desde lo visual, dos aspectos que en la serie nunca
fallan. Y es que a la larga, el acabado global será lo que te permita superar esos baches más o menos notorios y lo que te convencerá de continuar viéndola.
Preacher está todo el
tiempo recordándonos a los Hermanos Coen, cineastas con los que el vampiro
Cassidy parece estar obsesionado al no compartir la fascinación de los demás,
particularmente con El Gran Lebowski; pero pese a unos pocos aspectos, la serie
está más en la línea de los spaguetti western e incluso uno de sus personajes
bebe tanto del género que es imposible pensar que la dupla Goldberg/Rogen no ha
producido una serie en completa consonancia con el autor del cómic, haciendo
una de las más perfectas traslaciones a la pantalla de un tebeo de culto,
suerte que no ha corrido Alan Moore que recientemente ha visto como destruyen
otra de sus obras.
No todo ha sido
perfección pero los personajes están en nuestra cabeza y ese es el objetivo que
se propuso y consiguió esta temporada. Incluso cuando todo lo visto al final
parece un prólogo demasiado alargado, el viaje es tan disfrutable que deja con
ganas de más.
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