domingo, 14 de agosto de 2016

Preacher. Acusado sea Dios





No estoy seguro cuántos se sorprenderían si les digo que Preacher es una de las más sólidas y sorprendentes propuestas de la temporada seriéfila. Seguramente muchos, pues  las adaptaciones de comics que pululan en el formato televisivo (quitando quizá al inflado pero definitivamente diferente Netflix) pocas veces son shows tan ambiciosos desde lo formal y lo narrativo. Basta ver lo que han hecho en Fox dilapidando el potencial del genial comic de Neil Gaiman, Lucifer (y el éxito que ha cosechado la serie), para darse cuenta por dónde van los tiros a la hora de afrontar una de estas adaptaciones y qué es lo que busca su público objetivo. Y si bien puede haber excepciones como la divertidísima (casi siempre) The Flash o cómo la compleja “Agents of Shield”, en general son series que acaban sucumbiendo a sus formatos largos y repetitivos, priorizando siempre que el producto sea fácilmente digerible a costa de la calidad. AMC sin embargo ha querido seguir la estela de las horribles Outcast y The Walking Dead (afortunadamente no les copia lo horrible), un formato más reducido en episodios, una historia mejor planeada, una estética propia que hoy hace de Preacher una serie reconocible en cualquier fotograma y, sobre todo, la voluntad de convertir el cómic en un universo televisivo atractivo y coherente a la altura de los mejores ejemplos que se te puedan ocurrir actualmente. Así el resultado del proyecto conducido por Seth Rogen y Evan Goldberg con la colaboración de Garth Ennis (creador de este comic de culto), logró el objetivo durante los 10 episodios que duró la temporada de ponerse en la conversación y hacerse de rogar de cara a lo que pueda pasar el año próximo. Aanalizamos a continuación lo que nos deja la primera temporada evitando los spoilers.


A modo de western minimalista, muy alejado de la road movie esperada dado que el cómic se prestaba para ello, arranca la primera temporada de Preacher  con nuestro protagonista Jesse Custer siendo un cansado predicador en el perdido (en todos los sentidos) pueblo de Anville, atado a una vieja promesa que lo obliga a intentar salvar al depravado pueblo y llevarlo hasta Dios. Mientras tanto, una extraña presencia sobrenatural llega a la tierra y comienza a visitar los templos en busca del huésped ideal, huésped que acaba siendo nuestro insignificante Jesse, que una vez invadido por ese extraño ente desarrollará una habilidad muy particular: la capacidad de obligar a otros a hacer lo que él quiera. Por primera vez en su vida tiene el poder para salvar a Anville con sólo unas palabras, sin embargo, ¿no es hacer trampa?

La decisión más polémica que ha tomado Preacher es convertir esta temporada en precuela de la historia del comic, más que nada porque generó incomodidad en los seguidores de la historia en papel acerca de cuál sería la fidelidad de la serie al comic y porque ciertamente tenían poco que contar. A la larga, si bien a la temporada le van a sobrar claramente dos episodios (más o menos), el camino realizado en esta primera temporada ha dibujado tan bien a los personajes que nos ha grabado a cada uno de ellos en la memoria. El predicador no sólo se enfrenta a la dura decisión de sacrificar el libre albedrío del pueblo en favor de ese bien evidente que es llevarlo hasta Dios librándose así de la traumática promesa que lo ata, sino también empieza a tener contactos con seres del otro lado y a descubrir que ese mundo sobrenatural en el que ha depositado su fe es muy diferente de lo que le contaron. De esta manera, las consecuencias de usar tan inmensos poderes con tan poco conocimiento sobre el mundo sobrenatural se convierte en un verdadero peligro, en particular cuando una simple orden de "servir a Dios", desata en que un personaje de esta serie se convierta en un campeón del ateísmo, un super-hombre en toda regla (no diré más que ya he coqueteado demasiado con el spoiler). Sus compañeros no se quedan atrás. El vampiro irlandés, drogadicto y mujeriego interpretado por Joseph Gilgun que nos trae recuerdos de su personaje en Misfits, es fundamental para que Jesse se encuentre con un mundo de pecado, condena y redención muy diferente al que explican los esquemas. Luego tenemos a Tulip, la exnovia asesina a sueldo del predicador que funciona como lazo para retrotraernos al pasado enterrado del protagonista y mostrarnos su lado más desatado.



Desde la escena inicial de la serie nos damos cuenta que la ficción no se va a cortar con el gore y con el humor negro, dos marcas de identidad de esta serie y que están muy de moda en estos días, asegurando que Preacher, pese a su narrativa tranquila e íntima, tenga los momentos de explosión necesaria para convertirse en un éxito masivo (intentando repetir el modelo de la olla a presión que tanto éxito le trajo a la cadena con Breaking Bad, aunque a Preacher se le noten un poco más las costuras de momento). Y es que no estamos ante una serie de grandes jugarretas de guion ni de trama muy complicada, sino todo lo contrario. Los sucesos de esta temporada se pueden reducir a unas pocas líneas, pues toda la complejidad está en los personajes y en Anville, el pueblo que no sólo es el lugar donde ocurren los hechos sino el gran protagonista de estos episodios. La temporada no se salva de tener algunas tramas demasiado estiradas o algunos momentos de mucha calma, producto directo de no tener una historia adecuada a 10 capítulos, así como también tiene dos momentos particulares (las dos que más tienen el sello de las películas de Rogen y Goldberg) que no funcionan como deberían o al menos no funcionaron conmigo. La que más resalta es la broma del season finale, quizá la más arriesgada y la que menos consigue el efecto deseado, más allá que las consecuencias narrativas de la misma son satisfactorias y filmadas con solvencia y potencia desde lo visual, dos aspectos que en la serie nunca fallan. Y es que a la larga, el acabado global será lo que te permita superar esos baches más o menos notorios y lo que te convencerá de continuar viéndola.


Preacher está todo el tiempo recordándonos a los Hermanos Coen, cineastas con los que el vampiro Cassidy parece estar obsesionado al no compartir la fascinación de los demás, particularmente con El Gran Lebowski; pero pese a unos pocos aspectos, la serie está más en la línea de los spaguetti western e incluso uno de sus personajes bebe tanto del género que es imposible pensar que la dupla Goldberg/Rogen no ha producido una serie en completa consonancia con el autor del cómic, haciendo una de las más perfectas traslaciones a la pantalla de un tebeo de culto, suerte que no ha corrido Alan Moore que recientemente ha visto como destruyen otra de sus obras.

No todo ha sido perfección pero los personajes están en nuestra cabeza y ese es el objetivo que se propuso y consiguió esta temporada. Incluso cuando todo lo visto al final parece un prólogo demasiado alargado, el viaje es tan disfrutable que deja con ganas de más.


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