Título original:
El Lado Oscuro del Corazón
Año:
1992
Fecha de re-estreno:
8 de Septiembre de 2017
Duración:
121 min
País:
Argentina
Director:
Eliseo Subiela
Reparto:
Darío Grandinetti, Sandra Ballesteros, Nacha Guevara, Mario Benedetti, André Melançon
Distribuidora:
Film Buró
Es una ironía que uno
de los caballitos de batalla del “Plan Recuperar” sea precisamente esta
película cumbre de Eliseo Subiela. Cuando el director de culto filmó esta
película, él mismo apostaba en contra de su permanencia en salas: corrían los
90 en la Argentina y gobernaban las lógicas utilitarias del neoliberalismo más
feroz, un ambiente poco propicio para una obra que hablaba del triunfo del
poeta sobre la muerte, que se definía en contra de la vida gris del hombre
esclavo del trabajo asalariado como destino irreductible, y en contra de las
nociones del sentido común que generalmente consideran al poeta como un
elemento inútil y poco productivo. Digo que es irónico porque la génesis del
Plan Recuperar parece beber de la mismísima lógica utilitaria que la propia película
de Subiela consideraba una enemiga. Esta no va a ser una reseña más que llene
de elogios a este masivo plan de remasterizaciones que se está llevando a cabo
en la Argentina; no porque niegue la importancia que el plan tiene para
actualizar los formatos de las películas y adecuarlas a la demanda del actual
mercado, sino sobre la falaz premisa sobre la que se ha apoyado: un ninguneo y
rechazo sistemático a las restauraciones en fílmico que se hicieron en otros
años, a la que han llegado a acusar de esfuerzo caro e inútil signado por “intereses
económicos”. No vamos a traer la discusión sobre la importancia del fílmico y
los límites de lo digital en este arduo trabajo de conservación del cine;
tampoco sobre la evidente diferencia entre los significados de remasterizar y
restaurar, increíblemente usados como sinónimos. No es mi opinión crear una polémica
al respecto sino sólo expresar, desde el lugar humilde de esta reseña, esta
opinión diferente. Desde este espacio prefiero que, así como El Lado Oscuro del
Corazón venció en su día los obstáculos estructurales que parecían condenar su
película al territorio de lo maldito manteniéndose meses en cartel, su regreso
a la pantalla grande sea celebrado más allá del polémico plan que la pone en
pantalla.
En el Lado Oscuro del
Corazón se respiran los aires de esa década de los 90. La vida del poeta
transcurre en los melancólicos antros en donde busca del amor, en las aventuras
callejeras de sus amigos artistas, aburridos, inquietos, más de una vez
perseguidos por la ley. Es un mundo hostil al arte en que la sociedad te
rechaza y hasta donde una aggiornada muerte ya no te persigue con guadaña sino
con diario en mano ofreciéndote trabajo “bien remunerado”. Como toda película de Subiela el relato está poblado de elementos de realismo
mágico sino ya de puro surrealismo, como lo son esas camas con trampilla donde
un vacío inmenso aguarda por esos amores rechazados o los momentos en que vemos
a los personajes volar en pleno éxtasis de amor. Y ese billete de 100 dólares
prendido fuego como máximo ideal de renuncia a los tiempos que corrían.
Oliverio, el
personaje que interpreta Grandinetti es un el prototipo de artista de complejo
trato, infantil personalidad y tiránicos caprichos; caracteres que quedan resumidos
en esa pretenciosa búsqueda de la mujer que lo haga volar, no exenta de cierta
misoginia. Resulta interesante como en el ir y venir de mujeres rechazas que
caen en el abismo que habita bajo la cama de Oliverio, Subiela pareciera
construir un discurso favorable a las, por momentos, insoportables niñerías del
poeta. No es así sin embargo, pues el autor no es nada condescendiente con su
criatura y muchas veces, en los momentos de más puro realismo de la obra, pone
de relieve determinadas circunstancias que echan luz sobre los pasados fracasos
humanos del personaje de Grandinetti.
La mujer perfecta
para Oliverio es Ana, una prostituta de atormentada y secreta vida personal
pero de fuerte personalidad. El autor toma aquí una decisión política que
incluso hoy se muestra polémica al abandonar los clichés de la puta que debe
ser salvada, siendo uno de los grandes films del cine argentino que rompen una
lanza por la trabajadora sexual. Hay una monumental escena en que Oliverio
junta con mucho esfuerzo dinero suficiente como para reservar a Ana por 3 días
sólo para él, intenciones que encuentran la negativa de la mujer: “Un día
podrías llegar a juntar muchos miles y me pedirías que esté con vos 10 años. Yo
no me vendo, me alquilo”. Trabajo sexual no es esclavitud. La misma escena
parece remitir a Cabaret de Bob Fosse, donde los melancólicos antros en que los
personajes se mueven son una burbuja que los abstrae de una realidad esquiva, y
permitiéndoles a los personajes fantasear que son astronautas o jueces de paz y
no contadores y abogados.
La película habla
sobre la libertad del artista, sobre esa clase media esclavizada, sobre los los
límites del amor soñado y la dualidad del amor real. Sin embargo, todos esos
serían sólo tópicos mil veces tratados si Subiela no le imprimiera su propio
sello al asunto. El autor se da el lujo de sembrar misterios que nunca resuelve,
como el mejor Lynch. ¿Cuáles son esa palabras que el poeta olvidará en el
momento que le llegue su muerte? ¿Cuál es el motivo de la fascinación de esa
muerte encarnada por Nacha Guevara para con Oliverio? ¿Cómo se resuelve en la
mente del autor y del personaje la evidente contradicción entre la necesidad
del dinero para llegar al amor y la sacrificada estabilidad laboral que
defiende como escape a la cárcel del trabajo? Hay una vieja entrevista
realizada tras el estreno del film en que el autor es preguntado sobre algunas
de estas interrogantes. No lo dijo entonces e ignoro si alguna vez lo reveló. El
manto de incertidumbre que queda tras el final, hace de la película una
enigmática joya cuya revisita continua siempre es un desafío.
7/10
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