El domingo 3 de
septiembre se terminó Twin Peaks, o eso creemos por ahora. Por lo menos
aconteció eso que en los universos lyncheanos podemos asimilar como una
conclusión, aunque en el fondo sepamos que las palabras ‘comienzo’ o ‘final’
son conceptos demasiado cuadriculados y limitados como para impostarlos en
obras tan trasgresoras como las de este autor. Si bien no se niega que la
audiencia que ha tenido Twin Peaks no ha sido masiva, no es menos cierto que el
final de la ficción de Lynch deja un hueco difícil de llenar para la programación
televisiva mundial. No parece que vayamos a ver nada igual jamás, ni siquiera
algo remotamente parecido en el corto plazo: como en los noventa, aunque a
Lynch se le adjudique con imprecisión la paternidad de nuestra actual
televisión (ya argumentamos esto en nuestro primer acercamiento a la serie), su
trabajo vuelve a ser una rara avis incapaz de echar raíces y generar escuela.
Es apenas (y no es poco) un personal triunfo del autor sobre la lógica
industrial en medio de una guerra perdida; y dicha victoria no tiene más valor
(y de nuevo, no es poco) que la alegría que nos da a todos sus seguidores que
una obra que siempre estuvo signada por la censura, los recortes y la
imposición de los de arriba, haya podido tener un revival tan triunfal, tan
libre y tan transgresor como el que hemos presenciado en este 2017. Con eso nos
quedamos y con la plena conciencia de haber sido contemporáneos de un hito
audiovisual, privilegio que nuestros sucesores envidiarán en las décadas
siguientes.
Analizamos hoy lo que nos deja esta temporada con nuestro estilo libre de spoilers y centrándonos siempre en los elementos característicos de la serie como obra. Me niego de momento a entrar en la discusión obsesiva acerca de la significación de la ficción, ya que nunca me ha interesado demasiado y dudo que sea lo más interesante que deja la serie.
Analizamos hoy lo que nos deja esta temporada con nuestro estilo libre de spoilers y centrándonos siempre en los elementos característicos de la serie como obra. Me niego de momento a entrar en la discusión obsesiva acerca de la significación de la ficción, ya que nunca me ha interesado demasiado y dudo que sea lo más interesante que deja la serie.
Al igual
que lo hizo en los 90, a Lynch no se le escapa en este revival su necesidad de
desafiar al televidente y a sus vicios adquiridos. Las primeras temporadas
encontraron a un público muy virgen, acostumbrado a las telenovelas y a series
policiales livianas, que fueron fácilmente puestos en jaque con la oscuridad y
perversión que Lynch le imprimía a su historia desde la propia puesta en escena
y la construcción de sus personajes. El televidente de 2017 era un hueso más
duro de roer, pues su hábitat natural ha sido desde siempre este tiempo
auto-proclamado como ‘Era Dorada de las Series’ y es un público con un fuerte
auto-convencimiento de que los productos que consume son productos de calidad.
Desde este punto de vista, la forma en que la obra de Lynch interpela a estos
televidentes es muy interesante y digno de estudio, logrando desde mi punto de
vista revelar mucho de la farsa que se oculta detrás del barniz de ‘producción
de calidad’ que la industria televisiva ha logrado imponer en la mente del consumidor.
Si hace 27 años Lynch incomodaba con oscuridad, alucinadas escenas oníricas y
actores que portaban bellezas alejadas de lo normativo, hoy te incomoda
desarmando la lógica lineal de narración, desordenando temporalmente los
hechos, destrozando la norma de verosimilitud que parecía inherente al uso del
CGI y asesinando la voluntad totalitaria del espectador obseso por controlar
hasta el último detalle de la historia. Como en Inland Empire, la obra
definitiva de Lynch, a Twin Peaks no la regula los límites de la lógica
establecida.
En Twin Peaks hay dos
historias superpuestas. A muchos les atrae preferencialmente la trama policial
y sobrenatural que se ha ido tejiendo a lo largo de los años con las
investigaciones paranormales del FBI, el Black Lodge, los espíritus malos y
buenos; y parece frustrarles el hecho de que a Lynch le importe bastante poco
contar esa historia en las 18 horas de material filmado. El libro de Mark Frost
parece condensar bastante bien esa historia de ciencia ficción que en la serie
vislumbramos en un desconcertante segundo plano. A Lynch, por supuesto, no le
interesa crear su particular X Files, ni limitarse a darle imagen a los hechos
que relata Frost en el libro. La serie es un relato que impone unos tiempos desconocidos para la televisión,
interesado en un puñado de personajes que representan mejor las obsesiones temáticas
y artísticas del autor, y que muchas veces pone el foco aleatoriamente en
situaciones o personajes que no tienen demasiada relevancia para lo que parece ser
el relato principal. Pero he ahí el dilema, ¿Cuál es el hilo argumentativo
principal? No es tan fácil responder esta pregunta. Si para muchos la muerte de Laura Palmer había sido por años el hilo conductor de la serie, desde el capítulo 2x10 en que Lynch se vio obligado a revelar la identidad del asesino, nunca quedó claro hacia dónde estábamos yendo luego. A eso le sumamos la amorfa estructura que el autor decide darle a esta tercera temporada, que conspira constantemente contra la posibilidad de descubrir qué es lo que se nos cuenta. Aunque en los capítulos finales se hace patente por dónde está encarando Lynch esta historia, la indeterminación que domina las primeras 16 horas y la cantidad de cosas que quedan en el aire tienen tal peso que la pregunta obvia se impone: ¿Es útil analizar la serie a partir de los conceptos rígidos que habitualmente aplicamos a la ficción? ¿No conviene abrazar la experiencia y desligarnos de una buena vez de las cadenas impuestas por la apariencia de ficción convencional que la serie tenía en los 90? Y es que me da la sensación de que los que más problemas han tenido con el revival de Twin Peaks son aquellos que no han logrado entender la fuerza destructiva de la película Fire Walk With Me para con los límites narrativos de la serie original; o quizá también son aquellos que sí lo entendieron pero decidieron rechazar la precuela por la forma en que rompía definitivamente con la serie que amaban, aquellos que prefierieron la comodidad del idilio noventero. Así, para muchos fans de la serie, la nueva temporada no podía ser otra que una monstruosidad inabarcable. Lynch tampoco intenta recuperarlos, sino que va imponiendo aún más distancia cuando decide juguetear con algunos de los clichés de las series de televisión: ¿Recuerdan el cliffhanger del final de la primera temporada? Ahí, Lynch parodiaba un cliché común de los policiales televisivos de la época y generaba una feroz espectativa que con el inicio de la segunda temporada echaría por tierra con una salida completamente inesperada. Aquél famoso suceso quedaría en la nada y esa gran broma tendría en el revival un glorioso remake con el cliffhanger del episodio 16, el cual apuntaba a resolver uno de los grandes misterios de la temporada y sin embargo no sería siquiera mencionado en el doble capítulo final. Una vez más, los obsesos del misterio convencional quedaron en fuera de juego: los caminos de Lynch son siempre inescrutables.
Es evidente que Twin
Peaks es una serie de momentos, de pequeñas situaciones, de diálogos calculados,
de alocadas secuencias fantásticas; las cuales sólo tienen unidad respondiendo
a una lógica tan personal que es casi imposible de aprehender. Difícil
disfrutarla si nuestra intención era llegar al final con la historia resuelta: En
algún momento pensé que un final para Twin Peaks a lo Blue Velvet sería hermoso,
pero esos eran otros tiempos y las búsquedas del autor han evolucionado y
caminado hacia otros lugares. El Lynch post-Inland Empire no puede volver a las
lógicas narrativas clásicas que él mismo derrumbó. Eso sería un retroceso como
creador. Hoy, lejos de pretender poder descifrar todos los secretos de una obra
sin años de estudio en torno a ella, la mejor forma de acercarse a esta Twin
Peaks es abierto a disfrutar esos momentos de cine inclasificable que nos
ofrece: esa iconografía fuertemente inspirada en la obra de René Magritte y de varios otros pintores, la
oscura revisita al Árbol de la Vida que nos propone el dichoso episodio 8, el
mini-remake clandestino de Mullholland Drive que habita en lo profundo de la
trama del querido personaje de Audrey Horne, la forma magnífica de edificar la
intriga en torno de episodios aislados y extraños que involucran a personajes
esporádicos. Todo ello y mucho más hacen de la serie una experiencia tan
disfrutable que la dificultad o ‘imposibilidad’ de conocer sus secretos a fondo
resulta casi una nimiedad. Twin Peaks nunca se presenta como un puzzle a resolver
por lo que buscarle respuestas a una pregunta que la obra no te impone es un
acto que roza la necedad.
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