Hoy quiero acercarles unas líneas acerca de una de las ficciones televisivas que más me han llegado al corazón este año. Ryan Murphy, que está convirtiendo la televisión norteamericana en un feudo personal (Glee como antecedente, American Horror Story y American Crime Story en auge y dos futuras series en desarrollo para los próximos años), es el creador de Feud, una nueva serie antológica que en este caso girará en torno a famosas rivalidades de gente de la farándula. Entiendo que no hay nada de atractivo en el tema si te lo presento así, sin embargo si te digo que la primera temporada versa sobre la rivalidad entre dos de las más talentosas actrices del Hollywood clásico (Bette Davis y Joan Crawford) y en torno al complejo rodaje de la exitosísimo film “What Ever Happened with Baby Jane”, seguro que el gusanillo cinéfilo te acaba picando. Adéntrate en este análisis de la primera temporada y entérate por qué Feud es una de las imprescindibles del año. No hay spoilers, excepto en el tramo final.
Si bien es
comprensible la actitud de nostalgia y condescendencia de muchas de las
producciones que nos llevan al corazón del Hollywood clásico (cómo no recordar
con cariño a la mejor época del cine americano y posiblemente del cine en
general), se agradece que la mirada de Murphy en Feud sea profundamente crítica
y busque deliberadamente el cosquilleo incómodo del espectador. La forma en que
el show decide abordar el tema prometido, la rivalidad de dos grandes actrices,
es bastante curioso y por momentos roza el timo, ya que lejos del regodeo en el
desacuerdo de dos poderosas mujeres que bien podría esperarse tras los teasers
presentados; Murphy termina convirtiendo todo ello en un Mcguffin para disparar
el tema que de verdad le interesa: la situación de la mujer en ese Hollywood dominado por los Grandes Estudios desde una postura ferozmente
feminista.
No es que debamos
olvidarnos que Feud es fundamentalmente la historia de una rivalidad, ni que
sea mentira que el rodaje de “What Ever Happened with Baby Jane” es parte
central de la trama; no, todo eso está presente. Lo que queremos decir es que
todo ello es apenas la punta del iceberg del show, que se puede entender como
una nueva mirada a los hechos desde las perspectivas que ofrece el feminismo
contemporáneo con una postura de fuerte compromiso social y político hacia cada
uno de los personajes femeninos del guión. Ese anhelo de justicia que habita en
la serie, muy bien trabajado en unos minutos finales apoteósicos, separa totalmente
la producción de cualquier otra cosa que haya hecho la industria con el
objetivo de mirarse el ombligo.
Feud arranca haciendo
gala de un humor livianito y condescendiente que nos hace bajar la guardia y no
permite que nos preparemos para su progresivo oscurecimiento. Del típico drama
que mezcla divas locas y difíciles con productores cabrones, pasamos lentamente
a un espectáculo grotesco de personajes autodestruyéndose que nos lleva al
límite de nuestra sensibilidad. Y no es que estemos aquí ante esa voluntad del
escritor (tan típica de los Coen) de maltratar al personaje para machacar el mensaje;
aquí no sólo que las cosas de verdad ocurrieron tal cual, sino que muchas veces
están suavizadas en pos de buen gusto (el ejemplo que se me viene
automáticamente a la mente es el famoso y humillante número que protagoniza
Bette Davis en 1962 en “The Andy Williams Show” interpretando la canción de Baby
Jane, un momento que nunca volverá a verse igual tras ver la serie pero que
afortunadamente el guionista decide no utilizar de manera cruel, más allá de lo
elocuente de las imágenes).
Jessica Lange da vida
a Joan Crawford cubierta de kilos de un maquillaje no muy convincente, pero que
lograremos olvidar gracias a su potente interpretación. Crawford es el
prototipo de diva insoportable la cual, maltratada en sus inicios, decidió
llevarse al mundo por delante una vez alcanzada la cúspide. Caprichosa,
aprovechadora y seductora, su belleza le abrió todas las puertas que su vejez
ahora le cierra, y en el ocaso de su carrera lo que más le afecta es la pérdida
de sus privilegios de diva y el revanchismo de los enemigos creados en el
camino. Bette Davis, en cambio, carga el estigma de su belleza no normativa que
le ha hecho todo el doble de difícil. Su exitosa carrera (coronada nada más y
nada menos que con dos Oscars) fue fruto de una disciplina profesional que la alejó
de la felicidad personal y le dejó una obsesión por el reconocimiento (“nunca
fue suficiente” es su frase de cabecera). Susan Sarandon es la mejor actriz del
show por la forma increíble en que se convierte en Bette Davis hasta en los más
pequeños e insignificantes gestos.
Ambas mujeres llegan
a expresar en su intimidad lo agobiante y terrible de aquella picadora de carne
humana que eran los grandes estudios sin embargo, al principio de cada día,
ambas se arremangaban y volvían a la batalla. Bette y Joan aceptaban su destino
impuesto, aceptaban el maltrato y la humillación por la promesa de volver a
convertirse en Diosas; la gran promesa de ese sistema que no era sino una
mentira, apenas una posición de privilegio ante la condena a la invisibilidad
que tendría el común de las mujeres. Alienadas en ese sistema de hombres, la
devastadora consecuencia será ese “Feud” que da nombre a la serie, ese odio o
rivalidad hacia una hermana prisionera de las misma cadenas, de la misma
regulación que las obligó a comerse la una a la otra en pos del premio.
Si no la viste, es tiempo. Murphy ha creado uno de los espectáculos más sensibles, espeluznantes e importantes que la televisión ha dado nunca y nadie puede darse el lujo de perdérsela. Es tiempo de que corras a verla porque de otro modo el análisis ha terminado para ti. Quiero desglosar los dos momentos “semi-oníricos” con los que cierra la serie y por supuesto habrá spoilers.
AVISO DE SPOILERS
Primero tenemos la
alucinación de Crawford una semana antes de morir. Jack Warner, Hedda Hooper y
Bette Davis, los grandes artífices de la infelicidad de Joan, se presentan a la
mesa. La charla es adorable, hay pedido de disculpas por parte de todos y una
firme fe en que el sufrimiento ha valido la pena. A lo largo de la ficción
hemos visto lo suficiente como para entender que no hay recompensa suficiente para
el maltrato psíquico que recibió esta mujer, sin embargo Murphy entiende que,
como parte de una industria que se nutrió siempre del sufrimiento de estas
personas debe una especie de reparación a todas ellas. Una vez más el anhelo de
justicia que domina toda la serie.
Más interesante es el
final de la ficción. Un momento imaginario (no queda claro quien lo imagina) en
que Bette Davis y Joan Crawford se encuentran en el set de Baby Jane y deciden
ser amigas, mientras el plano se va abriendo y las muestran solas en el set.
Aquí los creadores nos regalan una re-visita romántica a la historia, una
versión de los hechos que muestra lo distinto que hubiese sido todo sin un
público tan ávido de escándalo (una crítica al público que acudió a esta
mismísima serie en busca de peleas de farándula, de paso), a la vez que manda
un mensaje claro hacia el futuro: La sororidad es el único camino a la
verdadera liberación.
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