Título original:
Hell or High Water
Año:
2016
Fecha de estreno:
30 de Diciembre de 2016
Duración:
102 min
País:
Estados Unidos
Director:
David Mackenzie
Reparto:
Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster, Gil Birmingham, Katy Mixon, Dale Dickey,Kevin Rankin, Melanie Papalia, Lora Martinez-Cunningham
Distribuidora:
Vertigo Films
Al igual que lo
hiciera “El Tesoro”, la última película de que escribí en el blog,
“Comanchería” me ha enfrentado nuevamente con ideas similares sobre la pobreza,
el derecho a la apropiación de “lo del otro” y a ese vasto mundo contemporáneo
donde los menos favorecidos no parecen tener escapatoria. Mackenzie es más
realista y áspero que Porumboiu y Texas le proporciona un paraje más presto
para poner la tragedia y la violencia en primer plano, sin embargo hay mucho
paralelismo entre ambas, muchas ideas que se entrecruzan y que volveremos a
tocar en este breve repaso de otro de los grandes estrenos del año y unas de
las cintas que más ruido ha hecho en el escenario independiente norteamericano.
Ya no hay pistoleros
ni forajidos en Texas, aunque aquél paraje desierto abrasado por el sol
pareciera detenido en el tiempo, hasta el punto que uno espera que por ahí
todavía aparezca Jesse James de vez en cuando. El director conoce las
propiedades de ese paisaje y lo usa en su película para convertir una un guión
que va sobre atracos en un western en toda regla. Y es en ese punto donde
Comanchería da su primer golpe sobre la mesa, con ese contraste tan evidente entre
los dos protagonistas (los pistoleros que viajan a lo largo y ancho de una
tierra sin reclamar apropiándose de lo que necesitan, bien a la vieja usanza) y
la Texas de la modernidad, donde el punto neurálgico que une esos parajes ya
reclamados son nada más y nada menos que grandes sucursales bancarias, máxima
expresión del dominio de los ricos sobre los pobres.
Los protagonistas son
dos hermanos que urden un plan para sacarlos de una pobreza que han vivido
desde pequeños y que heredan de sus antepasados (“es como una enfermedad”,
llegará a decir el personaje interpretado por un enorme Chris Pine intentando
buscar una explicación para el azote que vivió siempre su familia). En sus
actos encontramos el mismo concepto de rebelión que tuvieron esos rufianes que
la historia y el cine convirtieron en temibles ladrones y villanos, pero que
nunca fueron más que hombres tomando las riendas de su destino en un terreno
virgen del que el Estado pretendía ser dueño. Y de ese sueño de libertad, de
ese deseo de romper el destino impuesto comienza el plan suicida que da lugar a
la película y que pone en marcha una vez más el motor de la historia misma, al
menos en opinión del policía de origen Comanche, que no es otra cosa que una
sucesión de robos y de expolios: esos bancos, máxima expresión de una olvidada
expoliación pasada (la que dejara a los Comanches sin sus tierras), ahora
sufren en carne propia lo que alguna vez hicieron.
Pero basta de hablar
de todo ese jugoso contenido que la cinta puede ofrecer, porque llevamos tres
párrafos y no hemos hablado de Jeff Bridges y su genial personaje, ni de la
química de Chris Pine y Ben Foster. El trabajo de los actores es un logro
apabullante dado que no sólo se saca la mejor versión de un viejo conocido como
Bridges, sino desconocidos atributos de estrellas emergentes como Pine. La
historia se cuenta a través de estos personajes con importantes dosis de humor
negro en el medio, haciendo que la propuesta se sienta muy cercana a la
reciente Cop Car o a esos raros westerns coenianos como “No es país para viejos”. Hay mucho talento en la creación de la atmósfera, así como en la
fuerza de las escenas de acción: Ningún disparo está aquí puesto al azar y
ninguna baja te resulta indiferente. Cada golpe atraviesa la pantalla y se
siente en el cuerpo.
Al igual que en la
cinta de Porumboiu, lo que sucede en pantalla tiene un altísimo nivel de
improbabilidad y los personajes tienen lo suficiente de absurdo como para dejar
bien marcado el límite de lo real y lo ficticio, sin embargo es la atmósfera la
que vuelve la película tan real y es la universalidad del drama humano encarnado
en el personaje de Pine lo que la vuelve tan cercana. De esta manera, sin la
estela de cuento de hadas de la rumana, el final de “Comanchería” no podía ser
ni feliz ni triste, sino más bien abierto. Abierto como los finales de la vida
misma, cuyas historias nunca terminan realmente y muchas veces se repiten.
7/10
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