martes, 23 de enero de 2018

120 pulsaciones por minuto. El lugar donde lo privado es político.


Título original:
120 battements par minute
Año:
2017
Fecha de estreno:
19 de Enero de 2018  
Duración:
143 min
País:
Francia
Director:
Robin Campillo
Reparto:
Nahuel Pérez Biscayart, Adèle Haenel, Yves Heck, Arnaud Valois,Emmanuel Ménard, Antoine Reinartz, François Rabette
Distribuidora:
Avalon


¿Una película sobre el sida o una película sobre la vida política? Es interesante hacer el planteo porque películas sobre ambos temas sobran, pero nunca parecen juntarse al ser temas lo suficientemente tremendos como para acaparar ellos solos la atención. Las películas políticas se han acostumbrado demasiado a tratar el fenómeno más abstracto del poder y centrando su atención en la figura del político (pienso en La Cordillera ahora mismo pero nos podríamos ir a la mismísima "All's The Kings Men"). Las películas sobre el sida, por su parte, caen en la trampa del sentimentalismo y la auto-superación. Ambas tienen en común en que acostumbran a cultivar un individualismo que eclipsa o directamente oculta los fenomenos colectivos que se encuentran en sus bases, un individualismo típico del cine nortemaericano que se extiende incluso al cine de otras latitudes. Tenía que ser francesa la película que buscara ese cambio de paradigma y nadie mejor que Robin Campillo, de larga experiencia militante, para tratar ese complejo lugar en que lo privado se vuelve político y lo político es eso tan básico para el ser humano como lo es procurarse la supervivencia. La merecidísima ganadora del Gran Premio del jurado en el último festival de Cannes tiene la virtud de ser una película absolutamente coherente sobre la vida militante, la tragedia de la enfermedad y la felicidad del amor y la libertad, con unas interpretaciones y unos personajes que no dejan glándula lacrimal sana.


‘120 pulsaciones por minuto’ arranca como cualquier película política que se precie de serlo: Hay debates, reclamos y manifestaciones. Incluso todo pareciera indicar que la película se centrará en los idas y vueltas de un grupo de activistas (la rama francesa del famoso ACT UP) y sus discusiones en torno a la violencia de su accionar en el marco de una protesta urgente (muchos de los activistas son enfermos en condiciones terminales y no se llevan bien con el juego de negociaciones en que cierta ala más pacífica quiere meterlos). Hay mucho de eso, pero casi todo es un anzuelo falso lanzado que oculta en primera instancia lo que más interesa a Campillo. Lo que parece en principio una película coral, va mutando en la experiencia personal de uno de los activistas, Sean Dalmazo, interpretado por un extraordinario Nahuel Perez Biscayart, sin embargo el arranque de la película lo hace un lado, lo difumina en el colectivo. Muy significativa es una de las escenas iniciales, donde Sean aparece fuera de foco, incluso. ¿Cuál es la razón de esta decisión narrativa? La respuesta se relaciona directamente con la pregunta que hicimos al iniciar la crítica, pero no la responderemos todavía.


La primera mitad de la película es eminentemente política y aborda directamente la militancia de estos jóvenes. El montaje es frenético y el registro de Campillo va al centro de la acción, logrando que cada marcha, cada explosión violenta, cada momento de esparcimiento nocturno sea vivida por el espectador en carne propia. Se nota que la experiencia militante del director por la forma en que uno se transporta directamente esas calles revueltas. Pero lentamente el punto de vista empieza a cambiar y mucho tiene que ver el personaje a partir del cual vemos todo, Nathan. Al principio, siendo un recién llegado, le toca descubrir ese mundo de debates y revueltas, pero poco a poco se acercará a Sean y entablará una íntima relación que llevará al registro de Campillo al lugar mismo de esa intimidad. De repente, cambia incluso la perspectiva desde la que vemos los debates, y aquel registro cercano que en las calles nos agitaba el corazón y nos movilizaba, ahora le sirve al director para abrazar a sus personajes con una sensibilidad única. Los acompaña en sus momentos de felicidad, en sus conversaciones y reflexiones vitales, y también en los duros momentos en que la enfermedad golpea con fuerza. Para el final, Biscayart es amo y señor de la función y aquel colectivo con el que compartió protagonismo ya casi no tiene lugar. En el movimiento que hizo Campillo desde lo público (la actividad política) hasta lo privado (la enfermedad) y que va volviendo a Sean Dalmazo el protagonista único, es donde está la especifidad de esta película, lo que la hace única: respondiendo a la pregunta inicial, no es esta una película a la que le interesa la vida de Sean, ni su enfermedad en sí, ni tampoco su vida como activista. La lupa de Campillo está en ese vaivén entre lo privado y lo público, buscando lo humano de la política. ¿Es una película sobre el sida o sobre la actividad política? Ninguna. Es una película sobre el Sida como un hecho político.


A pesar de llorar a lágrima viva en cada momento doloroso que atraviesan los personajes y adorar sus pequeños triunfos o momentos de íntima felicidad, 120 pulsaciones por minuto es una de las películas del año por cómo aborda la vida política de los jóvenes y por cómo atraviesa el tiempo y la pantalla para interrogarnos como sociedad: no sólo acerca del tema específico sida y la función estatal de cuidar a los enfermos, sino también acerca de nuestras propias concepciones acerca de la lucha social. Campillo filma uno de los cantos de amor más sensibles y maravillosos a la lucha social y a la libertad que haya parido el cine contemporáneo y desde aquí no pienso dejar escapar la oportunidad de alabarla por ello y recomendársela a todos los que tengan la posibilidad de verla.

7.5/10

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