Título original:
Grandeur et décadence d'un petit commerce de cinéma
Año:
1986
Fecha de estreno:
1 de Diciembre de 2017
Duración:
90 min
País:
Francia
Director:
Jean-Luc Godard
Reparto:
Jean-Pierre Mocky, Marie Valera, Jean-Pierre Léaud
Distribuidora:
Capricci
Siempre resulta
interesante analizar cuáles son las variables históricas que intervienen en la
construcción de un canon cinematográfico, pues allá donde unos ven una película
inmortalizada por su importancia, también podemos intuir muchas otras condenadas
a la invisibilidad. El caso de “Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de
cine”, se presenta como típico para perderse en estas divagaciones: de repente
descubrimos no sólo que había algo más para ver de Jean-Luc Godard, sino también
que es una obra que podría codearse con las mejores de este director clave para
la historia del cine. ¿Cómo es posible que una joya así haya caído por tantos
años en el olvido? Pero aquí se agrega también (e incluso se presenta como un
debate más edificante), una discusión sobre el momento histórico en que la
película reaparece: si bien la ya desaparecida coyuntura que inspiró esta
fuerte crítica política hacia las cadenas de televisión privada y el momento financiero
del cine francés podría hacernos pensar que el subtexto del film ya es
obsoleto, que “Grandeza y Decadencia…” haya despertado en este presente de
fuerte expansión del formato televisivo estadounidense, y las consecuencias que
su impasividad creativa tiene en las formas de consumo, le otorga a esta vieja
pieza una juventud y un vigor revolucionario inéditos, muy comparable a “À bout
de soufflé”, la película que iniciara aquella otra revolución en los 60.
Nacida en el marco
de una serie antológica destinada a crear adaptaciones de novelas policíacas,
Godard tuvo otra vez la oportunidad de demostrar el porqué es imposible
encadenarlo. En “Grandeza y Decadencia…” queda poco de la novela a adaptar,
pues Godard se inclina a mostrar con un tono humorístico y socarrón la tensión
existente entre la sacrosanta libertad pretendida por el autor y los terrenales
malabares financieros que debe realizar el productor para que cierren los
números y la película sea posible. Así, el caótico y fragmentario mundo de los
castings y caprichos del director interpretado por el enorme Jean-Pierre Léaud
converge con el más rígido y formal mundo de los negocios (de los desesperados
manotazos de ahogado del productor para mantener todo a flote emergerán los
anecdóticos elementos de cine negro que la obra tiene), haciendo posible lo que
entendemos como cine. Resulta divertido como el guion se apoya en la clásica
figura del cine como “fábrica de sueños”, dos conceptos dicotómicos en cuanto a
lo etéreo del sueño y lo material de la fábrica, para demostrar como el ejercicio de hacer cine
sintetiza esa confrontación. Más allá del tono sarcástico de la propuesta, se
deja ver el cariño de Godard hacia ese imperfecto mundo del que es parte, y
sobre todo porque el director no entiende a esos dos mundos como enemigos
naturales, sino que entiende que en el particular contexto de auge de la
televisión privada, estaba la semilla de la destrucción de ese equilibrio. Por
eso, todo el veneno de guion y de la puesta va dirigido hacia allí.
Resulta muy
impresionante leer la entrevista que le hicieron a Godard en 1986 y constatar
lo actual que es aquel debate que el inmortal autor ponía sobre la mesa en esta
película sobre la capacidad creativa de la televisión. Casi parece que “Grandeza
y Decadencia…” se perdió a propósito por años para aparecer en un tiempo en que
su lucidez era más necesaria. Existe también una fuerte interpelación al
espectador (aquél que para Godard es quien elige esclavizarse) a través de
divertidos momentos en que Bazin, el director ficticio de la película, propone
un desafío a la percepción que diversos personajes tienen de algunos cuadros: el desafío atraviesa la cuarta pared y con ella, el propio tiempo, puesto que se encuentra con el espectador actual muy distinto al público que buscaba desafiar, pero posiblemente no muy distinto.
El film está
plagado de referencias divertidas (desde el simple nombre de Bazin hasta la
peculiar imposibilidad de lograr que la actriz Eurydice se voltee, aludiendo al
mito de Orfeo) y de momentos godardianos típicos en que se rompe la cuarta
pared, algunos de ellos simulando problemas técnicos de transmisión y otros más
sutiles y encantadores donde la cámara de Bazin y de Godard se confunden. El
otro gran recurso es el fundido encadenado, utilizado demencialmente durante la
obra con resultados asombrosamente bellos y digo asombrosamente porque, como
todo en Godard, siempre todo está al límite de la provocación.
Como habrá
visualizado tras leerme (o al menos espero haber provocado esa reacción),
Grandeza y decadencia de un pequeño negocio de cine es un plato hecho a pedido
de los amantes de Godard, con la presencia de todo lo que gusta de él y,
además, con una lucidez crítica y una actualidad extraordinaria. Si bien es
innegable que la televisión actual ha dado productos de gran calidad y que en
los 90, contradiciendo al propio Godard (aunque me arriesgo) estuvo muy cerca
de encontrar un lenguaje propio e inédito en aquella revolución trunca que
lideraron Los Soprano, The Wire y las
primeras series de HBO; dos viejitos jóvenes como Godard y Lynch vinieron en
2017 a poner en evidencia que la dichosa “edad de oro de las series” (que nada
tiene que ver con la revolución antes mencionada) es poco más que un nicho
dominado por estudios de marketing y fórmulas viejísimas. Grandeza y Decadencia
tiene ya 31 años desde que vio la luz en pantalla chica, pero parece 50 años
más joven que American Gods y otros clones que pululan en nuestras pantallas.
8/10
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