A un servidor le provoca cierto hormigueo en el estomago a la hora de ver una película las dos palabras que forman el nombre de la corriente cinematográfica que se extendió a partir de los 50 en Francia y es que, hasta la fecha, no he visto película mala dentro de esta corriente. Personalmente, me parece el mejor movimiento de renovación del cine europeo, aunque el neorealismo italiano contiene clásicos como Roma Ciudad abierta o El ladrón de bicicletas, mirando con cierta perspectiva y, como ya digo, desde un punto de vista personal, la Nouvelle Vague me resulta más atractiva. Como todo, hay gente que no estará de acuerdo con estas palabras y sobretodo si nombramos al abanderado de este movimiento, Jean-Luc Godard, que parece ser el cineasta con más enemigos de la historia del cine.
Hasta hace una semana, el nombre de Agnès Varda me sonaba muy poco, lo había leído aquí y allá, pero nunca había hecho el ánimo de investigar, pese a las simpatías que evidentemente ha despertado en mi. Hace una semana vi por primera vez una película suya, Sans toit ni loi, y me conquistó por completo. La dirección impecable, la historia, el realismo y crudeza con el que está filmada me causaron mucha impresión. Al poco de esta primera experiencia, di con la película que nos ocupa y, como confirman estas líneas, Agnès Varda ya será un nombre que nunca olvidaré. Cleo de 5 a 7 es la confirmación de una directora que me va a dar muchas alegrías cinéfilas en el futuro. O eso espero.
A través de un inicio muy característico de las películas de la Nouvelle Vague, alternado escena a color con el blanco y negro que dominará el resto del film, una adivina le confirma a nuestra protagonista que es probable que tenga cáncer. Desolada y angustiada, Cleo sale de la consulta de la adivina. Esto marca el punto de partida de la película. Asistimos al retrato de Cleo desde la 5 a las 7 de la tarde. Narrada casi en tiempo real, Varda nos presenta una película de manual que puede ser utilizada como molde para las películas de la esta corriente.
Cleo está interpretada por la guapísima Corinne Marchand, una actriz que no ha tenido mucha repercusión en el mundo del cine, pero que si ha destacado en el teatro y la televisión. Corinne da vida a una Cleo creíble. Una joven cantante que, pese a tener únicamente un par de singles rodando por radios, se cree la nueva musa de la canción francesa. Delirios de grandeza para una joven cantante que apenas conoce nadie. Pero ella es consciente de su belleza y de la importancia que tiene en la sociedad de francesa en la que vive. Como ella misma dice en un fragmento de la película mirándose a un espejo: Mientras seas guapa, estarás mucho más viva que los demás. Estos pequeños detalles, que se presentan mediante voz en off y con primeros planos de la actriz, remarcan esa condición de joven melodramática y depresiva. Una niña mimada acompañada por una ama de llaves de gesto seco y mirada traicionera, un personaje que no hace otra cosa que alimentar el ego de nuestra protagonista.
La elección de la actriz es acertada, casi como si de una película autobiográfica se tratara, como si de Corinne Marchand se tratase y Cleo fuera sólo un nombre elegido para la ficción. El realismo de los movimientos, los ademanes frente al espejo, la convierten en una Cleo perfecta. Hay dos escenas claves que marcan el tono y la interpretación de Corinne Marchand. Una de ellas es la escena a la que pertenece la fotografía superior, una de las mejores secuencias de la película, en la que Varda, moviéndose de forma sinuosa por una tienda de sombreros nos presenta a la Cleo más superficial. El espectador asiste a un recital de miradas y poses mientras Cleo se va probando sombreros, simultáneamente, la cámara, en un travelling lateral, avanza desde el exterior rodeando el perímetro de la tienda. Otro de los momentos clave de la película para entender la personalidad de Cleo es el momento en el que canta la canción Sans toi en su casa cuando la visitan los compositores de sus canciones. Este momento contrasta con la Cleo más frívola para mostrarnos una Cleo intima, más tierna, aunque en ambos está latente el miedo que mantiene en tensión a nuestra protagonista.
Multitud de planos subjetivos nos ponen en los ojos de Cleo con la intención retratar París en los 60. Cafés, calles repletas de gente, paseos en coche. Otros encuadres alejan la mirada del espectador para situar a Cleo en medio de una multitud anónima que la hacen partícipe a ella de esa multitud, de manera de Varda consigue un contraste que enfatiza la nimiedad de las preocupaciones de Cleo, mientras que en otros, el nerviosismo y la inseguridad de nuestra cantante errante quedan claros. La escena en la que Cleo entra a un bar, pide algo de beber y rápidamente se levanta y sale del bar y otra en la que entra, busca uno de sus canciones en un jukebox, la pone y al ver que nadie presta atención a su canción sale del bar decepcionada, son escenas en las que el pesimismo y la desesperación se apoderan de Cleo. El montaje, la forma que Varda tiene de dejar caer una imagen sobre la anterior es realmente algo a destacar. Todas las imágenes de la película tiene un por qué, aunque a veces resulte difícil captar la ironía o el doble sentido de algunas.
La representación de una mujer al borde del abismo, la inseguridad de una cantante que por momentos ni es cantante ni es nada, sólo una mujer más de este miserable mundo que intenta por todos los medios hacerse notar, trascender. Cleo de 5 a 7 es Nouvelle vague, es romance, es comedia, es experimentación fílmica, es denuncia y protesta pasada por el filo de una mujer directora que quiso dejar las cosas claras.
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