Pese
a que la industria cinematográfica española no pasa por su mejor
momento económico, no le faltan nuevos directores que le plantan
cara a la situación y siguen sacando adelante proyectos alternativos
a las películas más comerciales.
Uno
de estos directores es Miguel Ángel Jiménez, un madrileño de 33
años que puede presumir de haberse codeado con Aki Kaurismaki (que
fue el coproductor) en el que fue su primer cortometraje, Las
Huellas, en el año 2003.
Después
de sucedió su primer largometraje, Ori, donde empezó a dejar
patente su estilo minimalista, con narraciones pausadas y
dilataciones del ritmo espacio-tiempo, características que seguirían
en su siguiente cortometraje, Khorosho, y en la película que
estrena ahora, Chaika, que ya se pudo ver en la anterior
edición del Festival de San Sebastián.
Chaika significa
“Gaviota” en ruso, y también es el nombre en clave que usaba
Valentina Tereshkova, la primera mujer en ir al espacio, allá en
1963.
Ahysa
admiraba a Tereshkova, y quizás por ello su madre de pequeña la
llamaba Chaika.
Abandonó
su ciudad natal en busca de nuevos horizontes, pero las cosas no le
salieron como esperaba y terminó viviendo de la noche y de su
cuerpo. Sus ansias de escapar de todo la llevan a ella y a su amiga
Dilnara a ser contratadas como prostitutas para un barco fábrica,
donde permanecerán un año. Ahysa quedará embarazada y tendrá su
hijo, Tursyn. Por suerte conoce a Asylbek, un marinero del barco
donde ha sido contratada, que estará dispuesto a cuidar de ella.
Una
pareja de supervivientes natos que les une el deseo de buscar ese
nuevo y mejor horizonte entre las frías estepas de Kazajistán.
Hablar
de Chaika es hablar de
los bellos paisajes de Georgia y Kazajistán, donde está rodada la
película. No en vano, Miguel Ángel Jiménez estudió cámara y
fotografía en la escuela TAI de Madrid, y su director de fotografía,
Gorka Gómez Andreu comprende lo importante que es para él y para su
película, convirtiendo las estepas siberianas en un personaje más.
Es sin duda lo más destacado del film, gran trabajo el de Gorka.
Hablar
de Chaika también es
hablar del hogar. Del retorno a él y de la búsqueda incesante de
uno nuevo, el horizonte que todos buscamos para sentirnos felices y
realizados en la vida.
Y,
sin duda, hablar de Chaika
es también hablar del amor como medio para sobrevivir a las
dificultades de la vida, el amor para dar calor a los corazones
congelados en climas adversos.
Pero
hablar de Chaika también
es, lamentablemente, de personajes tan fríos como las estepas, con
los que es difícil empatizar como pretende su director, quizás no
hubiera venido mal un leve acercamiento a los personajes, para que
nos adentremos más en sus melancólicos sentimientos.
También,
pese a no ser una película de larga duración, nos encontramos ya
exhaustos en el último tercio de la película, no tanto por su ritmo
contemplativo, sino por la reiteración del mensaje, donde se llega
a repetir innumerables veces las frases que resumen las intenciones
de la película, que junto a ciertos planos innecesarios acaban
pasando factura. Habría venido bien aligerar las ideas y un poco el
metraje, pero supongo que después de tres años gestando el proyecto
es fácil encariñarse con los planos y difícil decidir qué
suprimir. Buscar lo esencial y matar los planos de relleno.
Por
ejemplo, me sobra personalmente el personaje de Tursyn ya mayor,
introduciendo la historia de sus padres, ya que su peso en la trama
es muy endeble y creo que cobraría más fuerza y solidez centrándose
sólo en Ahysa y Asylbek.
Esto
hace que un proyecto interesante como el de Miguel Ángel Jiménez
acabe dejando sensaciones ambiguas y con cierto desazón. Un
sentimiento que espero desaparezca tras la que será su nueva
película, Waterloo,
donde esperemos lime esas asperezas que podrían haber hecho de
Chaika una película
muy destacable. Y es que hablamos de un cineasta con sello propio que
promete dar que hablar, y al que estaré encantado de seguirle la
pista.
6/10
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