Antoine
Fuqua podría catalogarse entre esos directores de un solo éxito.
Tras la más que solvente Training Day, no hemos vuelto a
apreciar el talento que se le presupone, más allá de entretenidas
películas, sí, pero carentes de un sello que las saque de la
mundanalidad del género de acción.
Con
Objetivo: La Casa Blanca no va a ser la excepción, de hecho, el
título es toda una declaración de sus intenciones y aquellos que
busquen algo más allá de lo que suelen ofrecer este tipo de
películas que la evite como la peste.
Fuqua
parece querer enrolarse en el mismo barco que Emmerich y cia, solo
que con mejores resultados. Incluso tendremos próximamente la
oportunidad de hacer esta comparación algo más serio cuando se
estrene Asalto a la Casa Blanca,
prevista para septiembre de este año.
El
argumento de Objetivo: La Casa Blanca
es sencillo, un ataque terrorista al emblema de los Estados Unidos y
un héroe que se lo hará pagar caro. Y dentro de sus límites e
incongruencias (el primer ministro surcoreano resulta que tiene como
guardaespaldas a terroristas norcoreanos... ni que fuera estúpido!)
puede resultar medianamente entretenida, ya que este tipo de
películas no hay que tomárselas muy en serio, van a lo que van.
Ahora
bien, eso de que comentan algunos críticos americanos de que
recuerda a las películas de los 80/90 del género, no estoy de
acuerdo del todo. Sí que hay algunas referencias a la saga La
jungla de Cristal, pero la
comparación le viene bastante grande, empezando porque Gerard
Butler, aunque pegue mucho más en este tipo de películas que las
comedias románticas, no tiene el mismo carisma y presencia que Bruce
Willis, ni el humanismo de aquel héroe que nos lo hacía cercano se
parece a la máquina de matar que parece Butler. Y es que en los
80/90 se tomaba todo menos en serio pero, los chascarrillos y las
situaciones hacían más llevadera la testosterona, y, a la vez,
sabía estar a la altura en las escenas de puro desfase adrenalítico.
Aquí
todo se toma demasiado en serio, como demuestra en parte el
acompañamiento musical, que apela al “ser americano” de nuestros
adentros. Y, aunque se agradece que se tome su tiempo en presentar
las cosas, cuando la trama está servida, ya no queda mucho de
interés salvo ir viendo como van cayendo uno a uno los malos.
Que
sí, una vez más, no engaña a nadie y la película va a lo que va,
pero al menos podría dejar algo en la memoria y no que se vaya
olvidando ya desde que se sale de la sala... que es lo que me está
pasando ya.
Quien
suela disfrutar de este tipo de películas, le dará para unas dos
horas entretenidas que, todo sea dicho, se pasan bastante rápidas.
Los que, por el contrario, suelan salir escocidos de estos
visionados, que no sean masocas, no hay nada nuevo bajo el sol.
5/10
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