jueves, 21 de marzo de 2013

La cocinera del presidente: como un huevo sin pan para mojar.


LA COCINERA DEL PRESIDENTE



La cocinera del presidente es el nuevo trabajo de Christian Vincent, un director desconocido aquí en España pero que en Francia, sin ser tampoco una celebridad, sus películas conocen muy bien los premios César. Desde su debut en el largometraje con La discreta en los 90, la cual se llevó el premio a mejor ópera prima, sus largometrajes suelen rascar siempre alguna nominación, aunque justamente la que nos atañe no se llevó ninguna en los César de este año.

Etienne Comar (guionista de De dioses y hombres) leyó en 'Le Monde' un artículo sobre Danièle Delpeuch, una cocinera (la única mujer hasta la fecha) que durante unos dos años se encargó de las comidas presidenciales de Fraçois Miterrand en el mismo Palacio del Elíseo. De ahí sacó la idea para la película de la que posteriormente sería guionista y productor. Para sacarla adelante pensó en Christian Vincent, el cual también adora la cocina como el personaje de la película, Hortense Laboire.
En la película, podemos ver dos aspectos en la vida de Hortense Laboire, su etapa pasada como responsable de las comidas presidenciales en el Palacio del Elíseo, y la actual en una base de la Antártida. Alternando presente y pasado, en contraste entre ambos mundos es evidente, pero lo que no cambia es la devoción con la que Hortense se dedica a su trabajo, su pasión culinaria. Esta comedia gastronómica sencilla engatusa visualmente según van pasando platos en la pantalla, como debe ser en una película de estas características, pero esa sencillez con la que nos hace pasar un rato entretenido y alegre es a la vez la que hace que igualmente de rápido se esfume en nuestra memoria. Al igual que los platos 'gourment' que visualmente quedan espléndidos pero que si los miras frívolamente no llenan ni la mitad del plato ni del estómago, algo parecido pasa con La cocinera del presidente.


Catherine Frot (Odette) encarna bien a la mujer de origen rural que se cuela como si nada en el Palacio del Elíseo y, a pesar de no ser muy dada a la cocina, no desentona en su papel, al igual que Jean D'Ormesson, que sin ser actor (escrito, columnista, académico y filósofo pero sin idead de actuación) consigue hacer creíble el papel. Dos papeles que, a pesar de estar bien resueltos, les falta la chispa de la complicidad, de ganarse al público más allá de la correcta actuación.

Lo mismo podría atribuirse a la discreta banda sonora de Gabriel Yared (compositor de Un asunto real, El erizo o El paciente inglés, entre muchas otras grandes bandas sonoras), que pasa bastante desapercibida. Y es que en general, La cocinera del presidente es de esas películas que se dejan ver pero ni entusiasman ni dejan poso, pueden caer a lo sumo simpáticas pero carecen de la suficiente fuerza como para decir que su visionado merece la pena. Ni la merece y ni se arrepiente uno de ello, la simple y llana indiferencia. Y dejar al espectador con hambre no es buen síntoma.

5/10

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